sábado, 30 de agosto de 2014

PURA COINCIDENCIA

CRONIQUILLA PURA COINCIDENCIA Orlando Clavijo Torrado No es ninguna novedad ni ningún descubrimiento afirmar que todos los males por los que está pasando Venezuela ya les ha ocurrido a otros pueblos que han adoptado la amalgama de ideas extremistas de izquierda. En el continente tenemos a Cuba y Nicaragua como los mejores ejemplos, y por seguir al “Socialismo del siglo XXI” que creó el difunto autócrata Hugo Chávez se encaminan hacia el abismo Bolivia, Ecuador y Argentina. Sin contar con la caída de la Unión Soviética, se encuentra en cualquier repaso de la historia universal numerosos ejemplos de gobiernos con dictadores socialistas que han llevado a sus países boyantes a la pobreza. El caso de Birmania es emblemático. Es que hasta las posturas ridículas de los gobernantes, los cambios caprichosos en la Constitución y en las leyes, la opresión, el desprecio a los derechos humanos, la fusión de los tres poderes en manos del sátrapa, los militares incrustados y dirigiendo todas las actividades, todo se repite en Venezuela. ¡Qué calco tan asombroso! Pero en lo que vamos a ver en seguida, brevemente, no puede estar mejor retratada Venezuela y sus hasta ahora dos déspotas. Birmania, un país rico en la madera más fina, primer productor mundial de ella, la teca, y con grandes yacimientos de petróleo, oro y plata, entre otros, luego de la independencia de la Gran Bretaña y tras una serie de luchas internas cayó en las garras de un tirano, el general Ne Win. El general Win era tan loco en sus ideas como en sus romances. Tuvo seis esposas, pero al parecer a la que menos quiso fue a la segunda, Tin Tin. (¡Qué coincidencia! A la esposa del presidente Santos la llaman Titina, y él es seguidor de la Tercera Vía). Ne Win gobernó a Birmania – luego llamada Myanmar – por 26 años, desde 1964 hasta 1990. Su mano de hierro se hizo sentir con matanzas de monjes budistas y estudiantes que se le enfrentaban, principalmente. Fundó un sistema político que bautizó como la “Vía Birmana al Socialismo”. Sin embargo, dependía del consejo de los astrólogos. Uno de éstos le advirtió: “Para progresar, Birmania debe virar a la derecha”. Expresa un magacín de la época que “eso era precisamente lo que aconsejaban los economistas birmanos y los de la ONU al general desde hacía varios años: para restablecer el orden en las finanzas era indispensable que se apartara de la doctrina marxista y fomentara las empresas privadas”. El dictador ordenó, entonces, que los automovilistas tomaran siempre el camino de la derecha a cambio de transitar por la izquierda. Estos sátrapas tienen esas ideas disparatadas y ridículas: Chávez le cambió el nombre a Venezuela por República Bolivariana de Venezuela e hizo que en el escudo el caballo mirara hacia la izquierda en lugar de la derecha; a Nicolás Maduro le hablan los pajaritos y él se lo cree y pretende que los demás le crean; y Evo Morales hace poco dispuso que los relojes giren a la izquierda en vez de la derecha y que lleven números arábigos en vez de romanos. Como la religión de Ne Win era la “numerología”, por recomendación de un brujo estableció un sistema monetario en que todo fuera divisible por 9, un número que según sus creencias traía buena suerte. Para terminar este cotejo entre Birmania y Venezuela, digamos que la economía fracasó – la economía birmana aún hoy en día está delicada, según la ONU -, el país se arruinó, una revuelta militar sacó a Ne Win del poder y en adelante Birmania vive en un caos de guerras religiosas entre tribus, represiones a opositores, desplazamientos de miles, desabastecimiento, hambre y un aislamiento mundial. Hasta la premio Nobel de la Paz Aung San Suu Kyi fue encarcelada y se desconoció su triunfo en unas elecciones. Cualquier parecido con Venezuela no es pura coincidencia. ¡Y eso que no van sino doce años de socialismo del siglo XXI! orlandoclavijotorrado@yahoo.es 29 de agosto de 2014

domingo, 24 de agosto de 2014

EL DEDO GORDO

Para La Provincia EL DEDO GORDO Orlando Clavijo Torrado Según una tradición, la manera infalible de aprehender a un homicida es atar los dedos gordos de los pies del occiso. El reo no puede escapar por más de lo que intente. Contaba mi padre que en Ábrego dos hermanos dieron muerte a un corregidor en medio de una riña, y que al llegar a su casa, en el campo, cayeron sentados. Un tío de los muchachos que pasaba por allí, al ver que estaban inquietos, se movían y no podían ponerse en pie, les preguntó por la razón y ellos le respondieron que en el pueblo habían tenido que enfrentarse con una autoridad y otros hombres y al parecer habían matado a uno de ellos. El buen tío al momento presumió que al cadáver del corregidor le hubieran hecho el ardid consabido para evitar la huida de los victimarios, y tomando una machetilla cortó en el aire en cruz las invisibles ataduras. Los jóvenes se levantaron de manera fulminante y emprendieron las de Villadiego, bueno, no precisamente para Villadiego sino para Leon XIII, el corregimiento a donde iban a esconderse quienes tenían cuentas pendientes con los tribunales. Pero véase como estas consejas a veces tienen su provecho, particularmente para la justicia. La esencia de la siguiente historia, con matices cambiados para proteger los personajes, es real. Cabalmente en la provincia de Ocaña, Sigifreda Ascanio, dama culta y próspera pero más fea que su nombre, se apuntó a la conquista de Querubín Lindo, y con regalos lujosos lo atrajo y se casaron. Lindo –o lindoquerío, como ella lo llamaba – ,una vez posesionado como esposo de las riquezas de Sigifreda, empezó a practicar aquel refrán de que no importa que la mujer propia sea fea pues afuera se consiguen las bonitas. Entonces se entregó a una vida de placeres en discotecas y en moteles con las chicas que se prendaban de su buena pinta, paseos al río Algodonal con espléndidos sancochos de gallina criolla, y bebetas con los amigos que lo adulaban. Su señora, a pesar de que le reprochaba tantas infidelidades y desórdenes, al final lo perdonaba y no dejaba de brindarle todos los mimos como a un rey. ¿Qué le faltaba a Querubín Lindo? ¡Nada! Sarna para rascarse. Hasta el nombre lo favorecía y la plata le sobraba. Si se daba la vida que quería, ¿qué necesidad tenía de pensar en sacar de su camino a la sufrida Sigifreda? Pues ocurrió que este muñeco manirroto y sibarita contrató a dos matones que, por unos miles de pesos, le cumplieron el trabajo. Sigifreda fue acribillada a tiros cuando llegaba a su hogar luego de laborar en un soberbio almacén que ella había montado para que lo administrara su marido y a donde pocas veces éste se asomaba. Nadie encontraba explicación para tan macabro asesinato. “¿Acaso se trataría de una equivocación de los sicarios?”, se preguntaba la gente. Tan pronto estuvo el cadáver arreglado para las honras fúnebres, un hermano, venido de Ábrego, justo de la famosa vereda turística Piedras Negras, se ocupó de atar los dedos gordos de los pies de su entrañable hermana, puesto que, naturalmente, nada más deseaba que el asesino o los asesinos fueran descubiertos y pagaran por el crimen. Querubín se mostró destrozado. Lloraba tan inconsolable que conmovía su dolor. En la sala de funerales, ya avanzadas las horas, el viudo les pidió a los acompañantes que se retiraran a descansar mientras él velaba junto al cuerpo de su amada Sigifreda. Todos, menos un gorrero que no se perdía velorio, se marcharon. Al gorrero lo habían vencido el sueño y un litro de aguardiente. Pero Querubín no se percató de la presencia del inoportuno visitante que se encontraba mal recostado en una silla de un rincón. Convencido de que se hallaba solo, el viudo abrió el féretro, quitó la cuerda de los pies y la guardó en el bolsillo. Sin embargo, el beodo entrometido se despertó en ese momento y logró ver toda la maniobra. Al regresar la concurrencia, el borracho le preguntó al hermano de la fenecida si le habían amarrado los dedos, y le contó cuanto había observado. De inmediato el hermano dio aviso a la Policía y ésta, con indicio de tanta entidad, comenzó la investigación involucrando de primero al supuesto acongojado cónyuge. No tardó mucho él en confesar y delatar a los esbirros. Este Querubín –como todos los querubines – vivía en el cielo a costa de la acaudalada y querendona Sigifreda pero prefirió el infierno de una prisión en donde hoy aún permanece. Moraleja: las creencias de las gentes pueblerinas no son en ocasiones tan ingenuas. Por lo que, sin descontar su valor folklórico, conviene mantenerlas y respetarlas. Y hasta fiarse de ellas. orlandoclavijotorado@yahoo.es 24 de agosto de 2014.

miércoles, 20 de agosto de 2014

EN LA ANDI

EN LA ANDI Orlando Clavijo Torrado Trabajar es una obligación y una necesidad. Pero, ¿cuándo se acabarán los desempleados si nadie les ofrece un empleo? Nos enfrentamos a un círculo vicioso: se quiere combatir el desempleo con puras declaraciones públicas pero no se crean ni se ofrecen puestos dignos y justamente remunerados para todos. Sé del caso, en estos días, de unos jóvenes que se enamoraron y quisieron irse a vivir juntos. Ella tiene dos niñitas de una relación anterior. El muchacho se defiende como vendedor de mostrador en un almacén de repuestos automotores; la compañera por fin halló un trabajo en una bodega de víveres, despachando éstos a cuanto comprador madrugador se acercara. Le ofrecieron pagarle el salario mínimo, con prestaciones sociales, la afiliación a una Eps y el aporte de pensión. Hasta ahí, todo bien, todo bien, como dijo El Pibe. Lo azaroso del caso comenzó con el horario, de las tres de la madrugada hasta las diez de la mañana. Ello en sí no constituiría ningún problema si el patrón hubiera respetado el horario: el tipo resultó un negrero – como se conocen muchos en este país – que la hacía trabajar hasta la tarde, de modo que cuando la soltaba ella regresaba a su casa con los ojos en la nuca, caminando como un zombi. ¿Cómo iba a reponer el sueño durante las horas necesarias si los deberes con sus hijas, su marido y su hogar no le daban tiempo? En conclusión, ante un ritmo semejante y tan cruel explotación sólo pudo trabajar una semana. El patrono no le pagó ni un cuarto del salario mínimo, que se merecía, sino cien mil pesos. ¿Qué tenemos, entonces? Otra persona vacante. Hace tiempos, una pariente, rubia, bonita, de unos dieciocho años, llegó a mi consultorio de abogado y me contó que había conseguido un empleo maravilloso en la oficina de un colega mío, algo anticorio, y refinado. Aunque ella empezó a trabajar a mitad de mes el hombre le aseguró que le pagaría como si hubiera comenzado desde el día primero. La única exigencia era la de ser amable con los posibles clientes y sostener conversaciones interesantes. Para lograr esto la puso a oír radio, ver mucha televisión y leer periódicos, puesto que tenía que impactar por su cultura general. “Oiga, prima - le dije - , que yo sepa, no se acostumbra pagarle a nadie antes del primer día de trabajo. A mí me late que su jefe tiene otra intención con usted”. “Grosero, atrevido, mal pensado”, me respondió disgustada. El señor se ve muy serio y es respetuoso conmigo”. “No sé, mija”, le recalqué, “pero se acordará de mí”. Meses después regresó a visitarme y me confesó: “Primo, usted tenía razón. El desgraciado me echó porque no le atendí sus propuestas de irme a la cama con él, y no me reconoció ni un día de trabajo”. Entonces la consolé: “Ay, primita, se lo advertí que de eso tan bueno no dan tanto”. En San Cristóbal, una chica también bonita y cercana a nuestra familia, en su desespero por trabajar no encontró sino el encargo de cuidar a un anciano francés postrado en silla de ruedas. Ella aceptó gustosa, y en seguida recibió un arrume de toallas de distintos tamaños con qué asear al viejo cada ocho días, no bañarlo, porque los franceses no se bañan, le advirtieron. Nada más en el primer intento de cumplir con su trabajo tuvo un desagradable percance: tan pronto ella llegó a la limpieza de las partes íntimas el abuelo se emocionó y le lanzó la mano a las nalgas y los senos. La muchacha reaccionó furiosa, le dio un manotón, lo dejó tirado en una tina y emprendió carrera creyendo que lo había matado. Otra igualmente desafortunada fue cierta joven egresada de un colegio famoso de la capital del departamento que por salir de su condición de eterna cesante se dedicó a buscar empleo, en lo que fuera, como decía, y leyó un aviso en La Opinión de una lavandería que necesitaba una recepcionista. Se presentó a la empresa y allí le confirmaron que en verdad su rol no sería sino de recepcionista, simplemente. Se limitaría a recibir la ropa, contar las piezas, y entregarle el recibo al cliente. El resto de tiempo podía permanecer en su oficina, con aire acondicionado, bien arrellenada en un elegante sillón, tomando tinto y pintándose las uñas y maquillándose si quería. Mas, la patrona no le cumplió la promesa tan fantástica. Una vez que la hizo firmar el contrato de trabajo la llevó a un cuarto y le mostró cajas y talegos llenos de toda suerte de indumentarias. “¿Ve esa ropa?”, le preguntó. “Sí jefe”, le contestó. “Pues ahora tiene que tomar pieza por pieza, ordenarlas por colores, tamaños, clase de prendas y, lo más importante, el grado de suciedad”. “¿Y cómo sé el grado de suciedad?”. “Sencillo: oliéndolas”. “¿Tengo que oler pantaloncillos, medias, pantaletas y demás?”. “Por supuesto, ese es su trabajo después de recibir al cliente con la ropa”, concluyó la matrona. Con un “No señora, gracias por la oportunidad; ahí le dejo su cochino trabajo”, se despidió la joven. Y se marchó diciéndose que en lugar de andar metiendo la nariz en los calzones de los demás era mejor seguir perteneciendo a la Andi: andi pa´riba y andi pa´ bajo. orlandoclavijotorrado@yahoo.es 20 de agosto de 2014.

domingo, 10 de agosto de 2014

EL DÍA DE SAN JUAN EUDES (II)

Para La Provincia EL DÍA DE SAN JUAN EUDES (II) Ahora, lo fuerte académicamente estaba en el latín, el francés y la preceptiva literaria; a los cursos 5° y 6° de bachillerato les dictaban griego y hebreo y algo relacionado con astronomía. Por supuesto que las asignaturas de matemáticas, geografía, historia y ciencias naturales recibían suma atención. Insisto en la estricta disciplina que regulaba desde la levantada a las 5 de la mañana hasta la acostada a las 8 de la noche, formando filas en silencio para ir a cumplir cualquier actividad, menos para recibir en el locutorio o sala de visitas al acudiente. Íbamos en ordenada fila a asistir a la bella capilla – aun conservada como una reliquia histórica – a la misa de la mañana y el rosario de la noche, al dormitorio, al refectorio o comedor, a los salones de clase y a las salidas a la calle al paseo semanal o al grandioso paseo general de cada mes. Sin embargo, vale aclarar que tampoco todo era rigor, meditación, oración y estudio: asimismo tenían cabida los deportes y el juego – recuerdo la terrible “guerra” con una pelota de caucho macizo con la que, si se dejaba uno pescar, le sacaban el aire del buche -. Había, igualmente, tertulias literarias con declamaciones a veces de piezas graciosas como “Mi pulgatorio” y otras, y representaciones teatrales para el pueblo ocañero con boleta paga. Pero más que la alegría y la libertad de recorrer los alrededores de Ocaña en los paseos semanales – Cristo Rey, la Ermita, Pueblo Nuevo, Buenavista, el Agua de la Virgen, el río Algodonal y cuanto monte encumbrado hubiera, en donde jugábamos al beisbol con semillas grandes de cualquier árbol y recogíamos y comíamos guayabas y lavábamos los pañuelos con pepas de jaboncillo -, nos entusiasmaba infinitamente la llegada del 19 de agosto, la fecha del santo fundador, san Juan Eudes. En esa ocasión la Comunidad echaba la casa por la ventana: se adornaban los pasillos con banderines de colores y carteles cómicos recordando anécdotas ocurridas en el transcurso del año anterior; recuerdo el cartel que representaba al padre Naranjo desafiando a un villacarense para que se dieran en las muelas y alrededor gotas de sangre. Ese día no sonaban los valses de Strauss que amenizaban los recreos sino bambucos y pasillos fiesteros – aunque el vallenato ya se asomaba era demasiado pecaminoso para escucharlo, y menos la Pata Pelá y otros merengues de los Corraleros de Majagual o los porros de Pacho Galán -. Lo mejor estaba en el refectorio. No se suprimían las dos lecturas que teníamos que hacer subidos en un púlpito, la primera de apartes de la Imitación de Cristo de Tomás de Kempis, y la segunda de un capítulo de una novela de Julio Verne o de una obra histórica como el “Sitio de Jerusalén por Tito”. Pero, empezando por el desayuno, todo era especial. Hasta un arreglo floral ponían en cada mesa. Por el torno que giraba y daba de la cocina al comedor ese día no servían el simple vaso de jugo de naranja, la delgada arepa y el huevito en tortilla, sino una gran jarra con jugo, una fuente con pan con mantequilla, mermelada, doble ración de huevo, y una taza grande de espumoso chocolate. Los padres, cuya larga mesa ocupaba una tarima alta, abandonaban la adustez, se reían, se veía que se hacían bromas, en fin, estaban felices, y nos dejaban a nosotros ser felices. Sin embargo, señores, el almuerzo sí que era macanudo. El menú comenzaba con una copa de vino, sí, una copa de vino que por la falta de costumbre nos encendía las mejillas, luego un consomé, y a continuación, una ancha bandeja con un trozo espléndido de pollo, una veneranda papa sudada, arroz seco en forma de montículo coronado por una hoja de perejil, tajadas de maduro frito, ensalada dulce y, de remate, un exquisito postre en platico. Ese día sí que quedábamos más llenos que mozo de cocinera. Ese día tampoco eran obligatorios los juegos de la guerra y quemados; nos daban libertad para echarnos al piso, sentarnos en las bardas, sacar agua a discreción de la resguardada y casi prohibida tinaja que aliviaba la sed después del juego, y bailar y dar vueltas en el patio y brincar sin restricción. ¡Bendito día de San Juan Eudes! ¡Cómo te añoro ahora, en mis años dorados! ¡Cómo te recuerdo en este agosto, en aquellos claustros de mi niñez y mi adolescencia, tan sencillos, austeros y severos y de tanta placidez como nunca más he vuelto a experimentar! orlandoclavijot@hotmail.com 10 de agosto de 2014

viernes, 8 de agosto de 2014

AÑO SABÁTICO

CRONIQUILLA AÑO SABÁTICO Orlando Clavijo Torrado El cambio ambiental de El Niño aún no ha llegado propiamente, demora pocos meses, y vean cuánto está ya ocurriendo por estos lados: un verano intenso y la tierra calcinada. No hay pastos y las fuentes de agua de un día para otro desaparecen, por lo que el ganado se muere irremediablemente. La agricultura se encuentra en retroceso. Dado que los ríos que surten los acueductos no dan abasto, se han dictado normas que regulan el uso del agua en los hogares bajo sanciones por su desperdicio. A veces el cielo se obscurece y nos da el alegrón de que va a llover, pero, nada. Los mayores recordamos que la Iglesia Católica practicaba un ritual especial para pedir que el cielo soltara la lluvia: se llamaba la rogativa. Consistía en una procesión pública, con acompañamiento de una o varias imágenes de santos, en que el sacerdote, revestido con ornamentos de ocasión, iba implorando a una lista de bienaventurados que intercedieran para que cesara aquello que se consideraba un castigo divino, por lo general, un verano prolongado. De niños, nos hacían reír los nombres raros y graciosos que el sacerdote invocaba en su canto : San Pancrasio, ruega por nosotros; san Etelberto, ruega por nosotros; san Pánfilo, santa Tecla, santos Nemeciano y Apelio, santa Radegunda, santa Fructuosa, san Bibiano, san Arbogasto, santa Paula Barbada virgen, ruega por nosotros. Pues, con risas y todo, la verdad es que a más tardar, en tres días, se desgajaban de las nubes unos aguaceros terribles. Su misterio tenía la oración del presbítero y la fe popular porque, sin dudarlo, el milagro pedido se cumplía a cabalidad. Creo que algo semejante ocurrió cuando al recordado primo, el padre Eulises Gutiérrez Clavijo, le pidieron unos feligreses de Aguachica (Cesar) que elevara una plegaria para que el Todopoderoso les mandara agua tras un agostamiento calamitoso. Los invitó a rezar juntos. En efecto, rezaron, y no habían terminado las preces cuando se les vino un chaparrón. Los atónitos fieles atribuyeron aquello a la persona del sacerdote pero él les replicó que no era él quien había obrado sino la voluntad del Señor. Volviendo al tema de la rogativa, los vecinos del pueblo valoraban en qué momento y por qué causa la precisaban y así, se dirigían a donde el señor cura y le exponían el caso. Pero el acto religioso tenía un estipendio según el arancel eclesiástico, pues en esta vida nada es gratis. Por supuesto que el párroco debía asumir costos como el de monaguillos, el cantor y el incienso. De allí salió aquella historia de los parroquianos que le llevaron muy poco dinero al cura para la rogativa y le dijeron: “Con esta ofrenda, ojalá que se desate una tempestad o un diluvio” y él les respondió: “Esta plata no alcanza ni para un trueno”. En Herrán, la calamidad que afrontaron no hace mucho tiempo fue el cuarteamiento del suelo, con amenaza de hundimiento del casco urbano. Los mamadores de gallo inventaron que para frenar la catástrofe los herranenses oraban así: por un lado, las mujeres clamaban: “¡Señor, cierra nuestras grietas!”, mientras los hombres, de otro lado, contestaban: “¡Que por nuestra culpa están abiertas!” La realidad actual es que si con todas las medidas del gobierno nacional no se obtiene ningún remedio, tocará acudir a las rogativas de otros tiempos. ¡Que así sea! Y un apunte final sobre cómo algunos quieren aprovecharse del Niño: Me han informado de un alcalde que se apresta a presentar ante el organismo competente de auxilio a calamidades públicas un proyecto para reconstruir 60 casas destruidas en su municipio presuntamente por los vientos huracanados que están soplando debido a los conocidos desvaríos climáticos. El plan cuesta miles de millones de pesos, y lo cierto es que allí no se ha caído ninguna casa. El del tumbe no es el Niño sino el alcalde, comentan. A propósito, hago mía la sugerencia de un amigo: ¿por qué los gobernadores y alcaldes no decretan un año sabático en su período, un año sabático de no robar? orlandoclavijot@hotmail.com 8 de agosto de 2014.

lunes, 4 de agosto de 2014

EL DÍA DE SAN JUAN EUDES (I)

EL DÍA DE SAN JUAN EUDES (I) Orlando Clavijo Torrado Guardo inmensa gratitud con la Congregación de Jesús y María, conocida como de los eudistas, por la educación que me dieron en mi infancia y adolescencia en el amado seminario del Dulce Nombre de Ocaña. Recuerdo con esos sentimientos al padre francés Ambrosio Hays, mi primer rector, al siguiente, padre Leonardo Pérez – antioqueño -, al ecónomo, padre Reynaldo Acevedo – mutiscuano -, a los profesores, el sabio antioqueño padre Gregorio Ríos, Duarte – arboledano -, Cardona – caldense -, Naranjo – antioqueño -, Diego Jaramillo – igualmente antioqueño, entonces seminarista profesor y actualmente continuador del espacio radial fundado por el padre Rafael García Herreros El Minuto de Dios - , y al prefecto de disciplina, padre Emiliano Acero – santandereano -. Había otro sacerdote francés cuyo apellido no recuerdo, de baja estatura y rechoncho, de quien decían que era veterano de la Primera Guerra mundial. Es también inolvidable el hermano Marcos, el más humilde de la Congregación, con su sotana pobre y sucia, a quien le correspondía hacernos los mandados a la calle, reparar el piso del patio cuando se desprendían los ladrillos, tapar goteras, encargarse de las instalaciones eléctricas, tocar las campanas, servir de sacristán, arreglar el altar, monumentos y escenarios, en fin, fungir de hombre orquesta. Él también distribuía en cada pupitre las revistas de la Comunidad, a saber, Adsum, Caminos y Los Sagrados Corazones. El padre Hays rezumaba bondad por todos los poros; acumulaba una larga lista de obras de distintos y profundos temas de su autoría siendo un clásico en liturgia y ceremoniales. El padre Pérez vivía con el ceño fruncido; cargaba siempre en sus manos su famoso “librito rojo” que le indicaba cómo proceder ante cada conducta de sus regidos. Cuando lo iba a reprender a uno se le aproximaba bastante, le ponía su dedo índice en la mitad de la frente y ahí venía la vaciada. Más tarde en la universidad vine a saber de otro temido “librito rojo” el de Mao Tse-tung, emblema de la revolución comunista china. El padre prefecto sí que cumplía a cabalidad su función. No sé si tenía formación castrense o estaba inspirado en la disciplina de los padres franceses pues lo cierto es que era tan rígido que a veces parecía inhumano. En cierta ocasión, luego de un paseo a una de las colinas circundantes de Ocaña, al llegar al seminario nos formó en dos filas al estilo militar, firmes y tiesos, y le preguntó al alumno Arévalo, de Ábrego, por qué había abandonado la fila cuando subíamos por el cerro, al tiempo que le aplicaba un puñetazo en el estómago. Arévalo se frunció y el prefecto lo mandó a enderezarse. El muchacho, ¿cómo se iba a enderezar con semejante golpe? Entonces el prefecto le propinó otro por la espalda y Arévalo se enderezó, así, por las buenas. A mí, de vainas no me pegó pero si me dio un tremendo sermón porque tuve que defenderme de un matoneo y le adorné la frente a mi contrincante con un bello chichón. (A este episodio me referí en otro artículo sobre el tema de moda, el matoneo). Con todo, la educación impartida por los eudistas era incomparable. Para siempre quedó grabada en mi alma la intensa instrucción en valores como aquella profunda religiosidad y el temor a Dios, el respeto general, la humildad, la urbanidad, el civismo, los buenos modales y la castidad de cuerpo, alma y palabras. En cuanto a castidad que tanto nos inculcaban y tanto nos cuidaban, incluía la vigilancia por un padre del momento de tomar el baño bajo las doce duchas al aire libre a un costado de los dormitorios del segundo piso. Nos duchábamos con pantaloneta y era prohibido demorar la mano con el jabón de la cintura para abajo. Si acaso el padre advertía que el joven se entretenía algo más de lo necesario en restregarse le llamaba la atención severamente: ¡epa, epa, saque la mano de ahí! (Continuará) orlandoclavijot@hotmail.com 4 de agosto de 2014

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Cúcuta, Norte de Santander, Colombia
Casa-Museo General Francisco de Paula Santander - Villa del Rosario

CERCA DE LAS ESTRELLAS

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PORTADA

50 años del Diario La Opinión

50 años del Diario La Opinión
cena en el Club del Comercio - 15 de Junio de 2010 - Columnistas

Museo Antón García de Bonilla

Museo Antón García de Bonilla
Orlando Clavijo Torrado y Luís Eduardo Páez García junto a la foto del General Mateo Torrado, tío bisabuelo del primero, quien la donó. Don Justiniano J. Páez, abuelo del doctor Luis Eduardo, en su obra histórica al referirse a la guerra de los Mil Días, da fiel cuenta de las acciones del General Torrado en la contienda, en virtud a haber actuado como su secretario.

Museo Antón García de Bonilla

Museo Antón García de Bonilla
Hermanos Clavijo Torrado, Orlando, Nora, Edilia y Olga. Julio de 2010, Ocaña - Junto a la bandera con la imagen del Libertador Simón Bolívar bordada por señoras de Ocaña al conmemorarse el primer centenario de la independencia (1910).

EN EL AGUA DE LA VIRGEN

EN EL AGUA DE LA VIRGEN
Orlando Clavijo Torrado, sus hijos, nietos y primos.

CERCA DE LAS ESTRELLAS

CERCA DE LAS ESTRELLAS
CONTRAPORTADA

NI TAN CERCA DE LAS ESTRELLAS - Gustavo Gómez Ardila

NI TAN CERCA DE LAS ESTRELLAS - Gustavo Gómez Ardila
COLUMNA DEL 2 DE JUNIO DE 2009 - DIARIO LA OPINION

MONOGRAFIA DE BUCARASICA - Olger García Velásquez

MONOGRAFIA DE BUCARASICA  - Olger García Velásquez
COLUMNA DEL 2 DE JUNIO DE 2009 - DIARIO LA OPINION

Posesión como miembro de la Academia de Historia de Norte de Santander, Cúcuta, 17 diciembre 2007

Posesión como miembro de la Academia de Historia de Norte de Santander, Cúcuta, 17 diciembre 2007
Con sus hijos, de izquierda a derecha Cesar Octavio, Jaime Mauricio, Silvia Andrea y Orlando Alexander Clavijo Cáceres

LANZAMIENTO LIBRO "CERCA DE LAS ESTRELLAS"

LANZAMIENTO LIBRO "CERCA DE LAS ESTRELLAS"
29 DE MAYO DE 2009. CÚCUTA.

En la Academia de Historia de Norte de Santander

En la Academia de Historia de Norte de Santander
Padre Edwin Avendaño, José Antonio Toloza (Q.E.P.D), Secretario de la Academia, y Orlando Clavijo Torrado