miércoles, 29 de octubre de 2014

UN PEQUEÑO INCIDENTE

Para el semanario La Provincia UN PEQUEÑO INCIDENTE Orlando Clavijo Torrado Las doce campanadas del reloj de la iglesia parroquial sorprendieron al alcalde visitando a su cuñada Aydé, que vivía en el extremo del poblado. “Me voy porque me esperan para el almuerzo”, dijo precipitadamente y se despidió. Tomó la calle empedrada, la larga calle real, rumbo a su hogar. Por el camino saludaba a cuanto amigo encontraba. El alcalde, un hombre de carácter amable y de cultas maneras, era muy popular. En la puerta de su tienda, sentado en un taburete, descansaba don Flaminio Salamanca. Sí, don Flaminio, porque en el pueblo a algunos dirigentes cívicos y funcionarios oficiales, y a los señores que gozaban de alguna solvencia económica, se les daba el tratamiento de don. El señor alcalde se detuvo un momento y saludó cordialmente al tendero: “Buenas tardes, don Flaminio”. Éste, al contrario de aquél, se distinguía por ser de pocas palabras y sombrío. Por ejemplo, si algún parroquiano le preguntaba que si había arroz no le contestaba que sí había sino, ásperamente, “¿cuánto va a llevar?” La opinión general calificaba a Flaminio con un epíteto singular, “arracacha”; algunos lo tildaban de “reinoso” y no pocos de “marrano”. Don Eleazar – así se llamaba el alcalde – se quedó esperando la respuesta a su saludo. Como no la recibió pensó que su interlocutor de pronto no habría oído, por lo que repitió en un tono más elevado: “Buenas tardes, don Flaminio”. El otro permaneció inexpresivo, inmóvil como una estatua, mirando al suelo. El funcionario se impacientó y le dijo en tono fuerte: “Que buenas tardes, don Flaminio”. Definitivamente, a Flaminio no se le daba la gana de contestar. Entonces el burgomaestre, extrañamente pues nunca se alteraba, montó en cólera y le reprochó: “Los seres humanos saludan, los animales no lo hacen. ¿Acaso no entiende lo que es un saludo? ¿Qué clase de gente es usted?” Y continuó su marcha. Llegó a su vivienda, descompuesto por la ira, pero aún así se sentó a la mesa dispuesto a consumir las viandas preparadas por su amorosa mujer. A los pocos minutos se oyó en la calle el escándalo de un hombre que gritaba: “¡salga, hijue…, si es tan arrecho!” Al alcalde se le pareció aquella voz a la débil de don Flaminio pero esta vez en volumen mayor. Se metió el revólver al bolsillo y salió a confirmar sus sospechas. Efectivamente, se trataba del mismo. La tez de Flaminio era amarilla, pero ahora estaba más amarilla; le temblaba la quijada, profería insultos soeces al alcalde y hacía ademán de sacar un arma. “Repítame lo que me dijo frente a mi tienda”, le reclamó. Don Eleazar, que no era ningún cobarde, le contestó: “Con mucho gusto se lo repito: que usted es un salvaje, un animal, un insociable, y póngala como quiera que no le tengo miedo”. Los lamentos y llantos de su esposa no impidieron que el alcalde saltara a la calle revólver en mano mientras Flaminio sacaba el suyo. A esa altura de la camorra la Policía ya había corrido a la casa del alcalde, de modo que intervino oportunamente, redujo a Flaminio y lo llevó entre pataleos a la cárcel. El perturbador de la paz pública y del irrespeto a la primera autoridad del municipio fue sancionado con tres días de arresto. A pesar del castigo no aprendió la lección. Siguió de marrano. orlandoclavijotorrado.blogspot.com ………………………………………………………… 29 de octubre de 2014-

miércoles, 22 de octubre de 2014

EL INDIO ECONOMISTA

Para el semanario La Provincia EL INDIO ECONOMISTA Las fauces del Gobierno para devorar por la vía de los impuestos cuanto huele que les llega en bienes o numerario a sus súbditos, son colosales. Y su estómago no es menor. Colombia parece que es campeón en tributos con destino presuntamente al erario, y ha contado con genios diabólicos que se las arreglan para que nadie escape a la esculcada, valga decir la retención en la fuente, instrumento que pone a la víctima con las manos arriba y calzones abajo y sin poderse defender porque el dinero del sueldo, el contrato o el servicio, lo tiene el pagador. Pero no nos alarmemos que ello ha sido tradicional, consuetudinario. Encontré un escrito muy sabroso de don Mariano Ospina, fundador, junto con don José Eusebio Caro, del Partido Conservador, y presidente de la República a mediados del siglo XIX, escrito que para solaz de mis lectores resumo en pocas líneas. Un labrador encontró dentro de una zanja un enorme hueso que, después de despojado de la tierra, resultó ser una muela descomunal. Se dirigió al pueblo y lo primero fue llegar a la tienda principal en donde colocó, sobre el mostrador, la pieza estrambótica. La tendera no pudo menos que santiguarse y exclamar: "¡Virgen Santísima! Esa es la muela del Enemigo Malo, porque está negra". En la venta se armó pronto la discusión y abundaron los pareceres, buscando, principalmente los versados, el origen de aquel hueso. El maestro de escuela lució su manejo de las matemáticas y luego de aplicar fórmulas dedujo que la muela pertenecía a un gigante de 1010 metros de altura. La concurrencia recibió con sorna tales cálculos; un guasón dijo que de ser ese el tamaño del gigante habría podido pasar el mar con el agua al ombligo. El señor cura también le refutó aduciendo que Goliat, reconocido gigante bíblico, no medía más de seis codos y un palmo. El sacristán lo apoyó: "Hasta yo hubiera podido cogerle las barbas con la mano". De pronto arribó una pareja de aborígenes que tomó asiento en el suelo junto a la puerta. Al señor alcalde, seguramente por verlos, se le despertó su erudición histórica y aventuró la siguiente tesis: "Esta muela debió ser de los antiguos (los indios) que comían carne humana". Poco le gustó a la india el comentario pues repuso: "Eso sí que no; esa muela no puede ser sino muela de Gobierno". Pero su marido no estuvo del todo de acuerdo, y acotó: "¡Qué burrada! ¿El Gobierno para qué necesita muela? ¿No ves que los gobiernos comen a tarascadas y engullen entero, como el caimán, lo propio y lo ajeno?". Concluye don Mariano Ospina que el indio seguramente militaba en la oposición.

martes, 14 de octubre de 2014

EL DIABLO MACHIRO

Para el semanario La Provincia EL DIABLO MACHIRO Orlando Clavijo Torrado Cuando usted, amable lector, viaja de Cúcuta a Ocaña, ve no muy lejos de la población de El Zulia, a mano derecha, una casa vieja, un montón de maquinaria de construcción abandonada, y ningún cultivo ni cría de ganado, como sería lo propio dado que el río Zulia queda a pocos metros. El 27 de mayo de 1983 La Opinión me publicó una Croniquilla con el tema que hoy trato, actualizado. Aquel artículo lo titulé Un pacto con el diablo. Pues bien: el asunto es que el abandono de que hablé en aquel entonces, hoy, 31 años después, continúa igual. Como actualmente la gente ignora cuál es la causa de aquellas ruinas, repetiré la historia en términos sencillos, historia que la oí narrar a un compañero de viaje en un bus de Peralonso en el recorrido de Cúcuta a Ocaña. En aquel sitio iba a funcionar la empresa Sociedad Mercantil Agroindustrias Zulia-Ureña C.A. - Azurca - fundada por los gobiernos de Colombia y Venezuela en el año 1973, para aprovechar la caña de azúcar abundante en el sector y procesar el producto en un principio allí y luego en una planta ubicada en Ureña. Era un proyecto ambicioso, de grandes ganancias para ambos países. La finca en donde funcionaría Azurca pertenecía a un señor de apellido Peñaranda. Éste, antes de venderla al consorcio binacional, había hecho un pacto con el diablo. Por ese pacto, Peñaranda le vendía el alma, por la que lucifer vendría en 20 años, a cambio de que éste le diera riquezas a manos llenas. Don Sata cumplió a cabalidad lo convenido. Peñaranda tuvo, por consiguiente, edificios, mansión en Miami, acciones, viajes por el planeta entero, carros de último modelo, dinero hasta para jugar en los casinos de Las Vegas, y, por supuesto, hermosas mujeres lo rodeaban siempre porque el archimillonario galán les obsequiaba y gastaba sin reparar en costos. En ese vivir tan regalado a Peñaranda se le olvidó que no hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague. El demonio mismo fue a recordarle que le faltaba un año para que le entregara su alma. ¿Y qué hizo Peñaranda? Sencillamente, se mandó a practicar tantas cirugías para cambiar su fisonomía que cuando Satanás se presentó en la fecha exacta a llevárselo para los profundos infiernos, no lo reconoció. El maligno persistió en la búsqueda. Una vez se le presentó vestido de hippy, y Peñaranda lo descubrió al instante pero el otro, a pesar de tener a Peñaranda en frente, no lo reconoció. Y Peñaranda decidió cambiar de domicilio. Así, el diablo perdió todas las visitas que hizo a la finca, a veces camuflado como mafioso lleno de anillos de oro y cadenas tan gruesas como cadenas de perro, todas las semanas de Testigo de Jehová, de chica prepago, de vendedor de seguros de vida, en fin, en las más variadas caracterizaciones, y transportándose en bicicleta, en moto, en automóvil, en tractor, de a caballo y de a pie. A pesar de lo que creyera Peñaranda, Satanás no es pendejo y por fin se convenció de que su socio le estaba mamando gallo, se puso machiro -así decía mi compañero de viaje -, y en un arranque de furia, en una noche tempestuosa, con su fuerza descomunal derribó la casa de la hacienda, volcó la maquinaria y la tiró casi toda al río, mató el ganado, le echó sal y azufre a la tierra para esterilizarla, maldijo el sitio y se marchó echando chispas. Esa es la razón de que el proyecto Azurca se comiera millones de dólares y nunca arrancara, y de que en el antiguo predio de Peñaranda no se produzca nada. De Peñaranda no volvió a saberse. No falta quienes afirman haberlo visto divirtiéndose en Las Vegas. Otros dicen que se volvió político. orlandoclavijotorrado@yahoo.es 14 de octubre de 2014

lunes, 6 de octubre de 2014

EL JURADO CALIFICADOR

Para La Provincia EL JURADO CALIFICADOR Orlando Clavijo Torrado Hace muchos años, más de medio siglo, los alumnos de las escuelas públicas debían presentar los temibles exámenes finales orales ante un jurado calificador. Ello ocurría en noviembre. Los alumnos llevaban su uniforme de gala, los maestros varones lucían para la ocasión vestido completo con saco y corbata y las maestras se engalanaban con lo mejor del ropero. Los jurados también iban de saco y corbata. En aquella época el maestro se llamaba maestro, no profesor, como hoy, o profe. El jurado calificador para cada escuela lo integraban tres personas, escogidas entre las destacadas del municipio. Eran examinados en todas las ciencias vistas durante el año los alumnos de primero a quinto grado de primaria. Pero la evaluación también abarcaba al director de la escuela y sus colegas, puesto que la junta calificadora rendía, después de dos largas semanas de exámenes, un informe sobre la calidad de la educación impartida. Es decir, que si el número de alumnos rajados era grande, los docentes tenían asegurada su salida de la nómina oficial. Todas estas notas aclaratorias vienen al caso para referir lo que me sucedió en una oportunidad en que me nombraron como miembro de un jurado calificador. Yo aún estaba cursando el bachillerato en otra ciudad. Llegué al pueblo de vacaciones y consideraron los señores cura párroco, alcalde y director de la escuela urbana, que era apto para el oficio. Me mandaron de jurado a la escuela de la vereda Filo Real. Yo sería el presidente y me acompañarían como vocales un tío, Ramón Arnulfo Torrado, al que llamábamos Ramoncito, maestro de la escuela urbana, y no recuerdo qué otra persona. Pues bien: marché a la vereda lejana, a lomo de mula. El recibimiento en la escuela fue para jefe de Estado: echaron voladores apenas los caballos asomaron las cabezas en el cerro, los niños formaron en dos filas para que avanzáramos por el medio, agitaban pequeñas banderas de Colombia, entonaron el himno nacional y nos aclamaron: “Vivan los señores jurados!”, y la comunidad completa se reunió y nos saludó entusiasmada. La directora y maestra única pronunció un emotivo discurso. De inmediato hubo brindis con aguardiente de la Industria Licorera del Departamento, aún pujante en aquel entonces, antes de que se la bebieran toda los políticos. Más tarde pasamos a manteles. Las gallinas criollas patas arriba en anchas bandejas nos esperaban. Un conjunto de música de cuerdas amenizó el almuerzo. Por la noche nos aguardaba un baile y otro al día siguiente pues dos días duraríamos examinando. Para el jurado más joven le tenían la muchacha más bonita de la vereda. Después de todo este jolgorio y homenajes vino la parte seria, el examen de los escolares. Los otros dos compañeros me habían delegado para que yo hiciera las preguntas. ¡Horror! Esos pelados no sabían cuánto eran dos más dos, ni cuál era la capital de la república, ni nuestro principal río, ni dónde había nacido el Libertador, ni quién era Dios. Y yo, ponga ceros, unos y dos, como correspondía honradamente, como se lo merecían. Un hombre de unos treinta años, sin mucho aspecto campesino y no mal parecido, se paseaba nervioso por el salón y principalmente me miraba a mí con recelo. De pronto mi tío Ramoncito, con mayor experiencia pues yo era un mozalbete, y atento él a las jugadas, me dijo al oído: Orlando: deje de calificar tan bajo pues la maestra está desesperada llorando en su alcoba; el tipo que se pasea es el novio, es un asesino, se voló del Seminario de Ocaña una madrugada, vino a esta vereda y mató al padrastro y apareció de nuevo al anochecer en el claustro, y además lleva varios muertos a cuesta, de frente o a traición. De modo que, o les ponemos cinco a todos los pegoticos así no sepan nada o no salimos vivos de aquí. Ante tal advertencia esos alumnos resultaron unos genios, la maestra salió de su escondite con cara feliz, su novio también se mostró risueño y dejó de meterse la mano en la pretina en donde cargaba una cuchilla, y este servidor pudo regresar sano y salvo a su casita.

Datos personales

Mi foto
Cúcuta, Norte de Santander, Colombia
Casa-Museo General Francisco de Paula Santander - Villa del Rosario

CERCA DE LAS ESTRELLAS

CERCA DE LAS ESTRELLAS
PORTADA

50 años del Diario La Opinión

50 años del Diario La Opinión
cena en el Club del Comercio - 15 de Junio de 2010 - Columnistas

Museo Antón García de Bonilla

Museo Antón García de Bonilla
Orlando Clavijo Torrado y Luís Eduardo Páez García junto a la foto del General Mateo Torrado, tío bisabuelo del primero, quien la donó. Don Justiniano J. Páez, abuelo del doctor Luis Eduardo, en su obra histórica al referirse a la guerra de los Mil Días, da fiel cuenta de las acciones del General Torrado en la contienda, en virtud a haber actuado como su secretario.

Museo Antón García de Bonilla

Museo Antón García de Bonilla
Hermanos Clavijo Torrado, Orlando, Nora, Edilia y Olga. Julio de 2010, Ocaña - Junto a la bandera con la imagen del Libertador Simón Bolívar bordada por señoras de Ocaña al conmemorarse el primer centenario de la independencia (1910).

EN EL AGUA DE LA VIRGEN

EN EL AGUA DE LA VIRGEN
Orlando Clavijo Torrado, sus hijos, nietos y primos.

CERCA DE LAS ESTRELLAS

CERCA DE LAS ESTRELLAS
CONTRAPORTADA

NI TAN CERCA DE LAS ESTRELLAS - Gustavo Gómez Ardila

NI TAN CERCA DE LAS ESTRELLAS - Gustavo Gómez Ardila
COLUMNA DEL 2 DE JUNIO DE 2009 - DIARIO LA OPINION

MONOGRAFIA DE BUCARASICA - Olger García Velásquez

MONOGRAFIA DE BUCARASICA  - Olger García Velásquez
COLUMNA DEL 2 DE JUNIO DE 2009 - DIARIO LA OPINION

Posesión como miembro de la Academia de Historia de Norte de Santander, Cúcuta, 17 diciembre 2007

Posesión como miembro de la Academia de Historia de Norte de Santander, Cúcuta, 17 diciembre 2007
Con sus hijos, de izquierda a derecha Cesar Octavio, Jaime Mauricio, Silvia Andrea y Orlando Alexander Clavijo Cáceres

LANZAMIENTO LIBRO "CERCA DE LAS ESTRELLAS"

LANZAMIENTO LIBRO "CERCA DE LAS ESTRELLAS"
29 DE MAYO DE 2009. CÚCUTA.

En la Academia de Historia de Norte de Santander

En la Academia de Historia de Norte de Santander
Padre Edwin Avendaño, José Antonio Toloza (Q.E.P.D), Secretario de la Academia, y Orlando Clavijo Torrado