viernes, 11 de enero de 2013
CRONIQUILLA
LA CORRUPCIÓN ALLÁ Y ACÁ
Orlando Clavijo Torrado
Allá, es en Venezuela. De una vez les aconsejo a mis lectores que cuando visiten las vecinas poblaciones venezolanas lleven bolívares o pesos demás porque el hambre y el descaro de los empleados chavistas no tienen límites. Vamos al grano: el martes 8 de enero sufrimos con unos amigos dos atracos de los que la gente llama a mano armada. Soy poco amante de someterme a las extresantes colas para ir allí, así me regalen la gasolina o sean muy baratos los comestibles. Además, tengo prevención contra los guardias y cualquier autoridad uniformada venezolana porque es tradicional su patanería. Pero me dejé convencer y marché con los amigos a Ureña. ¡Y chupe, Orlandito! ¡Tenga para que aprenda! En verdad los pocos víveres que se consiguen resultan a veces a menos de la mitad de precio de los colombianos, aunque es preciso buscar los importados porque productos como el arroz, el café y el papel higiénico, por ejemplo, son de pésima calidad. En cuanto a los productos farmacéuticos hay que reconocer que su precio convertido a nuestra moneda es un regalo. Sin embargo, como enseña el refrán popular, en ocasiones sale más caro el caldo que los huevos porque aconteció que nos estacionamos en la avenida principal, en donde todo el mundo lo estaba haciendo, sin ninguna señal de prohibición, y cuando terminamos las pocas compras un hombre de uniforme azul del Tránsito, un policía revolucionario, nos estaba esperando. Nos dijo que nuestro carro era de placa colombiana y allí no podíamos estacionarnos; nos pidió los documentos del vehículo y sin preámbulos nos notificó que debíamos dirigirnos a un banco en San Antonio para pagar la multa de novecientos bolívares (por la eliminación de los ceros debido a la alta inflación son en realidad novecientos mil bolívares), aproximadamente noventa mil pesos. Habían instalado una caseta a un lado de la avenida, en donde tuvimos que acudir para suministrar nuestros datos personales. No valieron alegatos contra la arbitrariedad, pero de pronto el funcionario bolivariano llamó aparte al amigo que conducía el carro y le manifestó que por considerarnos como personas de bien no nos inmovilizaría el auto ni nos cobraría la multa si le dábamos cuatrocientos bolívares. “¿Cuánto es en pesos?”, le preguntamos. “Son cuarenta mil pesos”, respondió. El tipo le entregó a nuestro chofer un papel en que supuestamente estaba anotando la falta y le dijo que disimuladamente metiera los billetes allí. Todos contribuimos para reunir la plata y uno se encargó de entregar el soborno. El corrupto funcionario lo recibió y nos devolvió los documentos del carro.
Arrancamos para librarnos pronto de aquel infierno. Ya incorporados en la larga cola de salida, el compañero que iba al lado del chofer se quitó el cinturón de seguridad para poder girar su cuerpo hacia atrás y coger una botella de jugo. ¡Zas! ¡Qué ojo de águila el de los corruptos! Nos cayó un guardia socialista. “El señor no tiene el cinturón”, nos conminó. Le explicamos en todas las formas que el presunto infractor se había quitado el cinturón por un segundo y que el vehículo no estaba en marcha.
El final del cuento es que uno de nosotros reflexionó para todos: “este guardia lo que tiene es hambre”, se bajó decidido y le dijo que no tenía sino diez mil pesos. El representante de las Fuerzas Armadas Revolucionarias Bolivarianas le aceptó el ofrecimiento; se nos acercó, metió la cabeza, hizo la pantomima de que nos estaba revisando el carro mientras se le entregaba envuelto en un papel el billete. Así pudimos salir de Ureña, maltratados sicológicamente, extorsionados, y con la frustración y la impotencia de la imposibilidad de acceder a una instancia superior pues en la vecina república no existen controles legales. Cuando cruzamos la raya fronteriza gritamos emocionados “Viva Colombia!
Corolario: no olviden mi consejo: lleven bolos y pesos demás para saciarles el hambre a los guardias y demás hermanos bolivarianos uniformados. Por fortuna, así como la gasolina, allí la corrupción también es barata.
Sobre la corrupción acá solamente me alcanza el espacio para expresar que si aparece la punta del iceberg no se explica uno por qué ni la Fiscalía, ni la Procuraduría, ni la Contraloría y cuanto ente investigador funge, no ven el resto de la mole de hielo, vale decir, si todo el mundo sabe que hay congresistas, gobernadores, alcaldes, diputados, concejales y otros servidores públicos que nacieron y vivieron en la pobreza y hoy disponen de inmensas fortunas sin haber tenido herencias o premios de loterías o profesión u oficio que produzca tanto, por qué, repito, siendo este un grave indicio para comenzar una investigación por enriquecimiento ilícito, no la inician de oficio.
orlandoclavijotorrado@yahoo.es
Cúcuta, 9 de enero de 2013.
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