miércoles, 23 de septiembre de 2020
RESPETO Y HONOR A LA POLICÍA NACIONAL
CRONIQUILLA
RESPETO Y HONOR A LA POLICÍA NACIONAL
Orlando Clavijo Torrado
En este país los temas de moda son siempre negativos. Hay una especie de morbo nacional. Ya se superó el tema del expresidente Álvaro Uribe Vélez, poco apreciado en la Corte Suprema, y quien le abrió investigación penal. Superado ese tema se puso de moda la Policía Nacional por la conducta dolosa de dos de sus miembros. Un corolario, deducido no de la conducta de los policías sino de la de los vándalos, fue que la misma Corte dictaminara que la Policía debe ir desarmada a vigilar los desfiles de los opositores al gobierno. ¡Quién lo creyera! De la Corte se dice que está politizada, hacia la izquierda. No lo digo yo: lo dice el mismo José Gregorio Hernández, pero no el beato venezolano sino el exmagistrado de la misma.
Veamos qué ha pasado con ese cuerpo armado en Estados Unidos y en Colombia recientemente.
Primero: en Minneapolis, el 25 de mayo de 2020 el negro George Floyd entró a una tienda de comestibles y pretendió pagar una cajetilla de cigarrillos con un billete de 20 dólares falsos; el joven empleado que lo atendió avisó a la policía y reportó que el cliente parecía borracho, fuera de sí, y le pidió que devolviera los cigarrillos. Requerido por los oficiales el hombre de color se resistió a hacer esposado. Estos episodios previos al procedimiento del oficial que doblegó al infractor poniéndole la rodilla en el cuello no fueron revelados por los medios de comunicación. Les interesaba más presentar la parte trágica sin conexión con el preámbulo, pues el objetivo era desprestigiar a la Policía. Y como el público pide pan y circo, los medios lo complacieron presentando por largos minutos y durante varios días el sometimiento del negro, sometimiento del que al parecer se derivó su muerte, aunque el hombre caminó hacia la patrulla, y luego fue llevado a una clínica en donde falleció. El agente fue acusado de homicidio en tercer grado, que equivale a homicidio no intencional. Entonces la población afrodescendiente se enfureció y arremetió a sangre y fuego contra todo lo que encontró en su camino. Hasta estatuas de personajes históricos del pasado fueron derribadas. Salieron a relucir gritos de revancha contra los negreros, por supuesto Cristóbal Colón. (Piensa uno que, si hay que vengar cuanto hicieron los esclavistas, habría que juzgar a toda la humanidad desde sus inicios).
Quisieron arrinconar al gobierno, pero el presidente Trump, conocido por su intrepidez, no se dejó amedrantar. Todo parece conectado porque también en estos días en Popayán los indígenas derribaron la estatua de uno de los más famosos conquistadores, Sebastián de Belalcázar. La presidenta del Movimiento Alternativo Indígena y Social (Mais), Martha Peralta, reivindicó la iconoclastia.
Segundo: el 9 de septiembre último, en las horas de la noche vecinos del conjunto residencial Villa Luz de Bogotá llamaron a la Policía para que interviniera en los escándalos, agresiones y amenazas que desde la cinco de la tarde presentaba uno de los residentes, Javier Ordóñez. El hombre bebía desde temprano y según revelaron después los mismos vecinos en las redes sociales, era conocido por su conducta violenta de la que no se escapaba su propia mujer. Su profesión era la de taxista, y cursaba a saltos la carrera de abogacía (aunque la prensa lo graduó de abogado).
Al presentarse la Policía, se abalanzó sobre un agente, lo golpeó en la cara y en la espalda. A los dos patrulleros jóvenes que lo abordaron, débiles frente al corpulento y forzudo señor Ordóñez, les dio gran dificultad dominarlo. En el CAI del barrio, el mismo Ordóñez siguió enardecido y se golpeaba contra las paredes. Estos detalles los ocultaron los medios y sólo fueron saliendo poco a poco en las redes sociales. Como en el caso del señor Floyd, interesaba mostrar y repetir la escena de los policías descargándole choques eléctricos con la pistola de dotación y los golpes que le propinaron en la cabeza en desarrollo de la lucha. Ordóñez fue levantado y a la fuerza fue metido en el carro policial. Se acusó a los uniformados de haberlo asesinado virtualmente en el CAI de Villa Luz, pues al llegar a la clínica iba agonizante.
Esa misma noche y los dos días siguientes personas encapuchadas desataron el terror en Bogotá. Incendiaron instalaciones de CAIS y autobuses, apedrearon policías, apuñalearon a una joven patrullera, provocaron más de una docena de muertos, bajo el pretexto de rechazar la acción abusiva y sin duda delictiva de los patrulleros que apresaron a Ordóñez.
Entre las víctimas de las hordas vengadoras estuvo Carmen Viuchi, el 10 de septiembre. Esta humilde mujer, al terminar su trabajo en la noche salió de la casa en donde servía como cocinera y se ubicó en una esquina a esperar su transporte cuando un hombre enmascarado que se había apoderado de un carro de servicio urbano la arrolló y siguió su marcha sin inmutarse.
Esto de querer arrasar con la cultura judeocristiana y occidental y con las instituciones demoliberales y sus autoridades para que reine solamente una ideología impuesta a través del caos, es de verdad inquietante. Sobre todo, por la carga de odio, mala fe y resentimiento que se aprecia.
Es hora de preguntarse: ¿no está llena Colombia de enfermos de mente y de conciencia?
Y pese a los errores de algunos de sus miles de integrantes, por encima están el respeto y el honor que merece nuestra Policía Nacional.
orlandoclavijotorrado@yahoo.es
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23 de septiembre de 2020.
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- Cúcuta, Norte de Santander, Colombia
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