jueves, 15 de agosto de 2013
EL DESCABEZADO
PARA EL SEMANARIO “LA PROVINCIA DE OCAÑA”
EL DESCABEZADO
Orlando Clavijo Torrado
En los pueblos aún se mantienen las tradiciones de brujas, tesoros encantados y aparecidos como la gritona, la luz corredora, la pata sola y el descabezado. Son cuentos de espanto que, a la vez que fascinan a los niños, los hacen estremecer de terror. Las madres, principalmente, los utilizan para hacerse respetar.
Justamente, una señora de un campo de El Zulia aprovechaba una de esas fábulas para procurar que sus retoños se recogieran temprano y no perdieran el tiempo mirando la televisión en el único televisor que había en leguas a la redonda. Don Cipriano era el potentado que en aquellos fundos sembrados de arroz poseía un pequeño televisor, a cuyo alrededor se agrupaba noche tras noche el vecindario. Los muchachos se contaban entre los más asiduos visitantes. Y no se diga los tres hijos de doña Encarnación que, al menor descuido, se le escapaban.
“Cualquier noche de estas les va a salir el descabezado”, les sentenciaba. Y para infundirles pánico les explicaba que se trataba del alma en pena de un hombre que por haber desobedecido a la madre siendo un infante, al montar un caballo cerrero éste se desbocó, lo llevó por la llanura a galope loco y finalmente lo internó en un bosquecillo en donde unas ramas bajas le arrancaron la cabeza que quedó allí colgando. Pero con todo y lo espeluznante del cuento los jovencitos no se resistían a acudir a la tienda de don Cipriano a deleitarse con las figuras y los sonidos de la pantalla chica.
Aquella noche Hermenegildo se entretuvo en el caserío tomando cerveza con sus amigos y no vino a emprender el camino de regreso a su finca sino promediando las doce. Iba trastabillando por la sabana, bien jumo. Lo alumbraba un tabaco que chupaba a intervalos. La luz del tabaco desaparecía cuando el borracho se caía, y reaparecía como un punto rojizo en la planicie al levantarse. De pronto Hermenegildo sintió el llamado de los intestinos, apremiante, sin demora, ya, y no tuvo más que buscar un matorral en donde se puso en cuclillas para evacuar. El tabaco seguía brillando en la oscuridad de la noche.
En aquel momento los hijos de doña Encarnación tornaban en una sola bicicleta a su casa. Desde lejos empezaron a ver aquel cocuyo que se avivaba y se opacaba. A medida que se aproximaban la luz fulguraba más. ¡No había duda! ¡El descabezado! ¡El pavoroso espanto anunciado por su mamá! Sin embargo, pese al temor que su vieja no cesaba de inculcarles, ellos, adolescentes, traviesos, aventureros, con el arrojo propio de su edad frente a los peligros, concluyeron que no podían permitir que el fantasma se les acercara pues ahí si sería su muerte, el acabose, o sabría Dios qué desgracia, o mínimo un desmayo seguro, de modo que se apearon de la bicicleta, recogieron piedras y le declararon la guerra. Hermenegildo gritaba desde su escondite pidiendo clemencia sin que los muchachos lo escucharan. La andanada de piedras logró que el tabaco se apagara. Cuando los chicos estimaron que el riesgo había pasado, que habían matado al muerto descabezado, montaron conformes en la bicicleta. Llegaron a su casa y se acostaron calladitos.
En las primeras horas de la mañana Hermenegildo pasó por donde doña Encarnación, su comadre. La mujer se sorprendió al verlo amoratado, con numerosos chichones, y quejumbroso.
- ¿Qué le pasó, compadre? - le preguntó en tono compasivo. Y el pobre hombre le respondió simplemente:
- Pues, comadre, resulta que anoche unos hijueputas gamines degenerados, marihuaneros, me cogieron a piedra y no me dejaron ni cagar.
orlandoclavijotorrado.blogspot.com
14 de agosto de 2013.
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- Orlando Clavijo Torrado -
- Cúcuta, Norte de Santander, Colombia
- Casa-Museo General Francisco de Paula Santander - Villa del Rosario
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