martes, 14 de octubre de 2014
EL DIABLO MACHIRO
Para el semanario La Provincia
EL DIABLO MACHIRO
Orlando Clavijo Torrado
Cuando usted, amable lector, viaja de Cúcuta a Ocaña, ve no muy lejos de la población de El Zulia, a mano derecha, una casa vieja, un montón de maquinaria de construcción abandonada, y ningún cultivo ni cría de ganado, como sería lo propio dado que el río Zulia queda a pocos metros.
El 27 de mayo de 1983 La Opinión me publicó una Croniquilla con el tema que hoy trato, actualizado. Aquel artículo lo titulé Un pacto con el diablo.
Pues bien: el asunto es que el abandono de que hablé en aquel entonces, hoy, 31 años después, continúa igual.
Como actualmente la gente ignora cuál es la causa de aquellas ruinas, repetiré la historia en términos sencillos, historia que la oí narrar a un compañero de viaje en un bus de Peralonso en el recorrido de Cúcuta a Ocaña.
En aquel sitio iba a funcionar la empresa Sociedad Mercantil Agroindustrias Zulia-Ureña C.A. - Azurca - fundada por los gobiernos de Colombia y Venezuela en el año 1973, para aprovechar la caña de azúcar abundante en el sector y procesar el producto en un principio allí y luego en una planta ubicada en Ureña. Era un proyecto ambicioso, de grandes ganancias para ambos países.
La finca en donde funcionaría Azurca pertenecía a un señor de apellido Peñaranda. Éste, antes de venderla al consorcio binacional, había hecho un pacto con el diablo. Por ese pacto, Peñaranda le vendía el alma, por la que lucifer vendría en 20 años, a cambio de que éste le diera riquezas a manos llenas.
Don Sata cumplió a cabalidad lo convenido. Peñaranda tuvo, por consiguiente, edificios, mansión en Miami, acciones, viajes por el planeta entero, carros de último modelo, dinero hasta para jugar en los casinos de Las Vegas, y, por supuesto, hermosas mujeres lo rodeaban siempre porque el archimillonario galán les obsequiaba y gastaba sin reparar en costos.
En ese vivir tan regalado a Peñaranda se le olvidó que no hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague. El demonio mismo fue a recordarle que le faltaba un año para que le entregara su alma. ¿Y qué hizo Peñaranda? Sencillamente, se mandó a practicar tantas cirugías para cambiar su fisonomía que cuando Satanás se presentó en la fecha exacta a llevárselo para los profundos infiernos, no lo reconoció.
El maligno persistió en la búsqueda. Una vez se le presentó vestido de hippy, y Peñaranda lo descubrió al instante pero el otro, a pesar de tener a Peñaranda en frente, no lo reconoció. Y Peñaranda decidió cambiar de domicilio. Así, el diablo perdió todas las visitas que hizo a la finca, a veces camuflado como mafioso lleno de anillos de oro y cadenas tan gruesas como cadenas de perro, todas las semanas de Testigo de Jehová, de chica prepago, de vendedor de seguros de vida, en fin, en las más variadas caracterizaciones, y transportándose en bicicleta, en moto, en automóvil, en tractor, de a caballo y de a pie.
A pesar de lo que creyera Peñaranda, Satanás no es pendejo y por fin se convenció de que su socio le estaba mamando gallo, se puso machiro -así decía mi compañero de viaje -, y en un arranque de furia, en una noche tempestuosa, con su fuerza descomunal derribó la casa de la hacienda, volcó la maquinaria y la tiró casi toda al río, mató el ganado, le echó sal y azufre a la tierra para esterilizarla, maldijo el sitio y se marchó echando chispas. Esa es la razón de que el proyecto Azurca se comiera millones de dólares y nunca arrancara, y de que en el antiguo predio de Peñaranda no se produzca nada.
De Peñaranda no volvió a saberse. No falta quienes afirman haberlo visto divirtiéndose en Las Vegas. Otros dicen que se volvió político.
orlandoclavijotorrado@yahoo.es
14 de octubre de 2014
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- Cúcuta, Norte de Santander, Colombia
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