Para la revista Gaceta
Histórica de la Academia de Historia de Norte de Santander.
REFLEXIONES
SIMPLES SOBRE LA ERA TRUMP
Por
Orlando Clavijo Torrado
Los directores de la Gaceta Histórica me han invitado
gentilmente a que escriba sobre un tema histórico.
Cavilando, cavilando, no me fue difícil encontrar el
tema: el ascenso del republicano Donald J. Trump a la presidencia de los
Estados Unidos de América. ¡Vaya tamaño hecho histórico! ¡Y tan reciente!
¡Fresco! ¡O mejor, calientico! ¡Que apenas se está desarrollando y ya ha
conmocionado al mundo entero y ha partido en dos la historia en este aún
incipiente siglo XXI! Porque valga aclarar que se llegó a pensar que el
advenimiento de un negro a la presidencia de los Estados Unidos y de un
latinoamericano a la silla de san Pedro iban a romper los moldes tradicionales,
con el natural estruendo y la repercusión en el discurrir del planeta, mas
ellos fueron fuegos fatuos, hechos de relumbrón cuyos efectos positivos esperados
no se dieron.
El enfrentamiento de enfoques está hirviendo y está
servido. Y como hay libertad de expresión en nuestra patria, y así lo refleja
nuestra revista institucional, no está vedado que uno emita el análisis y la
opinión sobre los acontecimientos, a su leal saber y entender, con sumo respeto
por los disensos de otros que, claro está, tienen el derecho de opinar también
de acuerdo a su personal apreciación.
Hecho este prolegómeno, vamos al análisis y la
opinión, limitados, sí, por el espacio de las páginas, de manera sintética,
puesto que tampoco se puede abusar de la paciencia del lector con extensos y
engorrosos ensayos que no vienen al caso. La responsabilidad, el optimismo, la
buena fe y la pretensión de acertar campean en estas líneas. El punto de
partida de estas notas son las propias palabras y los programas del presidente
Trump. Su discurso económico – el más controvertido - , de pronto reñido con
las teorías económicas científicas en boga, no puede desconocerse que tiene en
cuenta al valor más preciado, el hombre.
El personaje
– El 45° presidente de los Estados Unidos de América, Donald John Trump, nació
en Nueva York el 14 de junio de 1946 en el hogar de Frederick Trump –hijo del
inmigrante alemán Friedrich- y de la también inmigrante legal escocesa Mary
Anne McLeod, pareja de la que nacieron cinco hijos, a saber, Freddy, Maryanne,
Elizabeth, Robert y Donald. Este, de niño estudió en una academia militar y
posteriormente en la Wharton School de la Universidad de Pensilvania en donde
obtuvo el título de bachiller en economía en 1968.
El progenitor del
actual presidente se dedicó al negocio de los bienes raíces, especialmente a la
construcción de casas, edificios, hoteles, restaurantes, casinos y campos de
golf, con mucha prosperidad. Siendo una empresa familiar - la Elizabeth Trump & Son, convertida luego en la Trump Organization
- quien vino a reemplazar al padre en su dirección fue
Donald.
En esta actividad, Donald Trump enfrentó
altibajos de crecimiento y pérdidas, alternativamente, pero con relevancia de
auge. Trump irrumpió en otras esferas, como la televisión, en donde condujo
programas de reality con tal audiencia que lo hicieron famoso en todo el país,
y compró los derechos de concursos de belleza como Miss USA y Miss
Universo. En el año 2016, según la revista Forbes, era una de las
324 personas más ricas del mundo, y el 113° de los Estados Unidos, con un
caudal de 4.500 millones de dólares. Se le ha reconocido como un triunfador
nato.
En
la campaña por la candidatura republicana afirmó que no le importaban los
gastos pues a diario se ganaba un millón de dólares. Sin embargo, sus gastos
fueron mucho menores que los de la señora Clinton. El sueldo de presidente lo
destinó a una institución de caridad.
Cuando determinó presentarse a las primarias
del Partido Republicano, a mediados de 2016, su vuelo fue tan vertiginoso que
todo el mundo, seguidores y rivales del otro bando, quedó absorto, pues uno a uno, de los
diecisiete candidatos de su partido, fue cayendo ante cada intervención suya, logrando
un apoyo abrumador de los convencionistas.
En bloque, los contendores no tuvieron otra opción que retirarse.
Sus frases demoledoras, sus
planteamientos provocadores que le cobraron el abandono de los gurúes
del Partido Republicano y las embestidas feroces de los demócratas y de grupos
especiales como los latinos, los afrodescendientes, los musulmanes, los gays,
los abortistas y los izquierdistas, no hicieron más que catapultarlo,
particularmente entre el electorado que repugna a los políticos y a los
círculos de poder, denunciados por él. Tuvo igualmente gran acogida entre los
cristianos, los blancos y la clase trabajadora que lo vio como un rescatador de
sus oportunidades perdidas. (Vale la pena precisar que pese a ser Trump un
capitalista poderoso, no ha sembrado la lucha de clases en favor de los suyos, como otros que la
fomentan al alero del obrerismo, sino que, por el contrario, se
ha pronunciado a favor de los pobres – de hecho, las empresas familiares en
tiempos de su madre y posteriormente, han favorecido institutos médicos y de
atención a niños y desvalidos – y los pobres lo han apoyado
incondicionalmente).
Eligió
como fórmula, de vicepresidente, a Mike Prince, tan conservador como él, mas un
dirigente sosegado y sin afanes protagónicos.
Su
triunfo en la Convención Republicana en julio de 2016 fue publicitado en todo
el orbe por la generalidad de la prensa, pero esta misma formó una jauría que
lo ha atacado rabiosamente porque ha sido un hombre de palabras y hechos de los
que nunca se desmiente, al punto que, prácticamente ningún medio de
comunicación mundial lo acepta, ni aun los periódicos conservadores que, jugando
a que se los vea políticamente correctos, callan su paridad con él.
Donald
J. Trump, enfrentado a la fuerte candidata del Partido Demócrata Hillary Diane Rodham –o Hillary Clinton por ser la
esposa del expresidente Bill Clinton – se impuso en los colegios electorales en
los comicios generales del 8 de noviembre de 2016, aunque en el voto popular
obtuvo tres millones de votos menos. La prensa nacional e internacional
reaccionó furiosa. Hay quienes han pronosticado que Trump no cumplirá su
período presidencial, o bien porque lo asesinan o ya por procedimientos
judiciales o argucias jurídicas y legales que los demócratas y otros enemigos
van a intentar para sacarlo del poder.
La primera dama es la preciosísima Melania Trump, tercera esposa del dignatario. Nacida como
Melanija Knavs en Sevnica, localidad de Eslovenia de solo 5.000 habitantes, en
1970, en tiempos en que Eslovenia formaba parte de la Yugoslavia comunista, su
padre fue un empresario de la confección. (Refiere la prensa que en Sevnica
celebraron con palomitas y salchichón el orgullo de tener una paisana como primera
dama estadounidense).
La hija se inclinó por el modelaje. Inmigrada a Nueva
York, en 1998 Donald Trump la descubrió en un desfile, quedó prendado de su
belleza y elegancia, y en el 2005 contrajo
nupcias con ella. (Algún columnista escribió que qué hombre no sueña con tener la
fortuna de Trump y una esposa de tal hermosura). Donald y Melania son los
padres de Barron, hoy de diez años.
Trump tiene cuatro hijos más de matrimonios
anteriores: Donald Trump Jr., Ivanka, Eric y Tiffany Trump. Estos cuatro
siempre han estado involucrados en el complejo paquete empresarial de su padre
y estarán encargados de su manejo mientras aquel ejerce como presidente.
El hecho histórico
sorpresivo–
Estamos hablando de algo inusitado después de dieciséis años de dominio
demócrata. Y no solo se considera la circunstancia de que a un afrodescendiente
lo suceda un blanco; de que tras dos períodos demócratas, inesperadamente y
contra todas las seguridades y encuestas, se encumbrara un republicano; de que a
continuación de mandatos bastante liberales, permisivos y complacientes
accediera un conservador que no disimula sus posturas; de que llegue a la
presidencia un cristiano presbiteriano declarado para reemplazar a un antiguo
musulmán convertido al protestantismo.
Porque lo sustancial es que a las políticas evasivas siguen ahora
afirmaciones y actos que destapan todas las aristas del problema. Esto es, que
desaparece el relativismo.
Con cara gano yo y
con sello pierde usted - Los demócratas, los
izquierdistas y algunas minorías fueron malos perdedores frente al triunfo de
Donald Trump. La prensa en general se ha mostrado iracunda ante la hazaña del
multimillonario republicano, perdiendo su objetividad al enviar un mensaje
contundente: la democracia es aceptable si el triunfo hubiera sido de la
candidata demócrata Hillary Clinton o del aspirante seudoizquierdista Bernie
Sanders.
Es inocultable
que cuando han ganado los demócratas últimamente – dos períodos de
William “Bill” Jefferson Clinton y dos de Barack Hussein Obama II - los
conservadores no han llamado a marchas incendiarias como las que demócratas,
izquierdistas y ciertos grupos aludidos por Trump han convocado a lo largo de
la geografía estadounidense para protestar porque éste ascendió como
presidente. ¡Vaya paradoja! ¿Qué pretendían que hiciera? ¿Qué no asumiera el
cargo luego de haber vencido? (Por cierto que acudieron a la ceremonia de posesión cerca de un millón
quinientos mil partidarios venidos de todo el país, aunque la prensa
abiertamente enfilada en contra del ganador solamente contó doscientos mil).
¿Pretendían que faltara a la
Constitución y a las reglas de la democracia?
Que no quede
duda - El viernes 20 enero Donald
Trump asistió en la mañana a un servicio religioso en su iglesia presbiteriana.
Horas más tarde, en el acto de juramentación se emplearon dos biblias: la usada
por Abraham Lincoln hace 156 años al tomar posesión del cargo de presidente de
la Unión Americana, y la que recibió Trump de su madre cuando tenía nueve años
y se graduó en la primaria. De otro lado, la invocación a Dios durante el
discurso de toma del mando fue frecuente.
Todo ello no es gratuito. Trump estaba notificando
claramente: los Estados Unidos son una nación cristiana, y no de hoy sino desde
la época de los padres fundadores. Como para que no haya equívocos. Si bien
otras creencias son permitidas, el carácter cristiano de sus gobernantes y su
pueblo es incontrastable. Entonces, el fundamentalismo musulmán que amenaza al
mundo occidental queda advertido de que los Estados Unidos no serán terreno
fértil para asentarse.
El único dirigente político que se ha dolido de la
matanza de cristianos en países musulmanes es Donald Trump. Nadie más. El papa
ha protestado débilmente. Se conoce que
en el año 2015 fueron asesinados 7.000 adeptos a distintas creencias
cristianas, incluidas monjas católicas. Aparecen como primeros victimarios
Pakistán, Egipto y Yemen. De países perseguidores como Corea del Norte, Irak y
Siria se ignoran cifras de mártires.
¡Fuera el relativismo!
–
Ese no es el lenguaje de Trump. Sí lo era el de Obama. Entendido el relativismo
como la reducción de las ideas y los comportamientos a la medida de la
comodidad personal. El papa Francisco ha hablado del relativismo religioso, al
que se acogen quienes quieren tener una religión complaciente, a su gusto, de
componendas. Pero el mismo pontífice se desdice de su prédica: es relativista
cuando procura, bajo el lema de la misericordia o de la fraternidad universal,
congraciarse hasta con los antípodas del catolicismo. Por el contrario, el papa
Benedicto XVI, valientemente llegó a decir que la religión musulmana, bajo el
pretexto de honrar a Dios, sembraba el odio y el terror, palabras que provocaron que los
seguidores de Alá de inmediato reaccionaran prendiendo fuego a embajadas en
Europa. Benedicto tuvo que apelar a la prudencia y salir a dar marcha atrás,
para evitar que el Viejo Continente ardiera. El papa Francisco aprendió la
lección y por ello se esmera en condescender con los musulmanes. Aunque no solo
con ellos sino con ateos, con líderes de otros credos religiosos y con sátrapas
como los hermanos Castro, Nicolás Maduro, Daniel Ortega, etc... En esta práctica,
de puro relativismo, Obama demostró ser también un experto.
Tempora
mutantur (Los tiempos cambian). O como dice
san Pablo en la epístola a los corintios: “La escena o apariencia de este mundo pasa en un momento” (I. 7, 31).
Sin duda que con Trump todo cambió. De ahí que muchos
protesten.
Todo cambio, lo dice Perogrullo, genera rechazo.
En Colombia, por ejemplo, la
elección para alcalde de Bucaramanga del ingeniero Rodolfo Hernández, un
millonario de 70 años – (¡qué coincidencias con Donald Trump) - , elegido de la
manera más atípica pues no se presentó por ningún partido político, ni realizó
una campaña tradicional, ni buscó alianzas con los consuetudinarios dueños del
poder, y cifró como objetivo combatir la corrupción, lo que en efecto ha
desarrollado al eliminar sueldos exorbitantes y cargos superfluos, controlar el
gasto público y eliminar los sobornos en los contratos, despertó la ira de los
caciques, encabezados por Horacio Zerpa, que ya están empeñados en revocarle el
mandato.
Igual está ocurriendo con el nuevo
alcalde de Bogotá, Enrique Peñalosa, que sucede a alcaldes surgidos del partido
Polo Democrático, el uno encarcelado, Samuel Moreno, y el siguiente, Gustavo
Petro, que dejó una ciudad sumergida en el caos por sus medidas populistas.
Peñalosa llegó a poner orden, a restablecer las reglas y a sanear las finanzas,
todo lo cual ha sido del desagrado de algunos sectores de la izquierda y de
varones electorales que pelechaban del erario.
La alcaldesa de Ocaña, Miriam del
Socorro Prado Carrascal, también está en
la mira de los revocadores, y no porque haya pretendido enmendar una
administración anterior sino porque su condición de mujer y de militante abierta
del partido conservador incomoda a algunos.
Volviendo al cambio en la presidencia de los Estados
Unidos, vale la pena preguntar: ¿En qué campos no difieren Obama y Trump? En
ninguno.
Y no puede ocurrir menos cuando una cómoda política de
eludir los problemas para que supuestamente todos vivan en paz, la política de
la displicencia, cuando no el hacerse el de la vista gorda, el de mirar para
otro lado, el de evitar mirar debajo de la alfombra, usual en Obama, no encaja
en el temperamento ni en el acervo ideológico del nuevo presidente. Valga citar
el tema del aborto: Se dice que durante los ocho años de mandato de Obama se
produjeron ocho millones de abortos, y el mismo mandatario estimuló la creación
de clínicas abortivas, según lo denunciaron entidades muy serias que se oponen
a tal práctica. Por el contrario, Trump adoptó entre sus primeras decisiones la
de suspender los auxilios oficiales a onegés que favorecieran el aborto.
Obama llegó a decir que musulmán no es sinónimo de
terrorista – lo cual es cierto – mientras Trump sospecha de los musulmanes en
vista de los atentados que células fundamentalistas islámicas cometen a lo
ancho y largo de los continentes. Si bien Obama nunca condenó enérgicamente a
terroristas radicales musulmanes, Trump ha manifestado que los combatirá y los
erradicará de la faz de la Tierra. Esta es otra prueba del relativismo de que
venimos hablando. Habría más ejemplos, como el entendimiento de Obama con la
dictadura castrista, pero nos haríamos interminables.
El renacer del
nacionalismo
– Se ha dicho que no hay peor sordo que el que no quiere oír, ni peor ciego que
el que no quiere ver. Es malo el nacionalismo si lo predica un republicano en
los Estados Unidos, pero no lo es si lo practican, como de hecho lo están
practicando, en Europa y Asia, por cualquier partido político en el poder. Es
la doble moral.
Por supuesto que el tema es largo y polémico.
Extendernos en cada tipo de nacionalismo ocuparía muchas páginas, de manera que
un enunciado de la evidencia debería satisfacer el propósito de estas
reflexiones.
Por la praxis del nacionalsocialismo en Alemania
predicado y puesto en práctica por Adolfo Hitler, claramente de tendencia
derechista y opuesto al avance del comunismo ruso, el término adquirió un
perfil peyorativo, pero más tarde no hubo un movimiento de aliento marxista o
socialista que no usara el nacionalismo como bandera de reivindicación popular.
Entonces el nacionalismo adquirió prestigio, estatus de progreso, y cantera de
programas redentores a favor de los pobres y excluidos. (Para la muestra, en
Colombia, un grupo rebelde se autoproclama “Ejército de liberación nacional”-
Eln - , con el prurito de que las riquezas nacionales, entre ellas el petróleo
– y por ello paradójicamente dinamitan oleoductos – no deben tener manos
extranjeras en sus etapas de aprovechamiento).
Trump no ha hecho cosa distinta que acudir al
sentimiento patriota, al orgullo nacionalista que por doquier se palpa.
“Estados Unidos, primero” (o América,
como llaman ellos a su nación genéricamente, como si el resto del continente no
fuera americano), es el grito de batalla que sedujo a un pueblo desencantado
por el estado de irrespeto y humillación al que llevaron los presidentes
demócratas el nombre de los Estados Unidos en el mundo. Porque, en efecto, en
la actualidad los Estados Unidos ya no gozan del liderazgo político, social y
económico de otros años cuando representaron un modelo a seguir en muchos
órdenes.
Particularmente, gobiernos izquierdistas como el de
Hugo Chávez y de Evo Morales los han escarnecido, en gestos que nunca antes
nadie había osado siquiera intentar. ¿Cuál es el resultado de una prolongada política
de no responder a los agravios? Volver por los fueros de la dignidad,
recordando a sus conciudadanos que pertenecen a una patria grande y gloriosa.
Preguntaríamos: ¿quién no vibra ante un acento nacionalista, y más aún, ante un
sentido nacionalista que no se invocaba antes porque no era políticamente
correcto?
Nadie, en realidad, es insensible ante un llamado o un
toque de nacionalismo.
La revisión de los
tratados –
Todo el mundo sabe que Donald Trump es un triunfador hombre de negocios, más
que un político. Como empresario que ha superado etapas difíciles, incluso de
quiebra, conoce las minucias y secretos del éxito. De hecho, es autor de cinco
libros sobre el tema, entre ellos “El arte de la negociación” y “Queremos que
seas rico”, escrito éste en compañía de otro magnate, el japonés Robert
Kiyosaki.
Ha desentrañado las cláusulas nocivas para los
intereses de los Estados Unidos en varios tratados comerciales, por lo que los
ha denunciado y renunciado a ellos, tales como el Tratado de Libre Comercio de
América del Norte (TLCAN), que comprende a Estados Unidos, Canadá y México –, y
el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica, conocido como TPP por sus
siglas en inglés, un acuerdo con once países de la cuenca del Pacífico
negociado por Barack Obama. Asimismo, anunció su separación de la OTAN – una institución desueta y de poco provecho
para la Unión Americana - y retiró el
aporte a la Unesco a la que la Unión
contribuía con un 22% del presupuesto de dicha célula de la ONU; esto a causa
de la admisión de Palestina en el seno de las Naciones Unidas, retiro que es
consecuente con la política pregonada por la contendora, Hillary Clinton,
cuando se desempeñaba como Secretaria de Estado, de no aportar recursos a
organizaciones que acepten a los palestinos como miembros.
El reconocimiento de Taiwán como independiente de
China debe verse no tanto como un apoyo a una causa política sino como
estrategia para negociar libremente con un poder autónomo.
Los resultados de estas decisiones, verdaderos
sunamis, trastornadores del orden establecido, están apareciendo tan pronto se
adoptan, de modo que los estadounidenses viven ya los beneficios con la
multiplicación de los empleos y el robustecimiento de las arcas de la
Federación a través de tributos que antes se escapaban por tratados
negligentemente pactados. Nada más la amenaza de grabar a las empresas
americanas que anidaron en México de no revertir sus sedes, ha producido el
efecto de recuperar miles de empleos para los obreros nacionales.
De un hombre del talento de Donald Trump para negociar
no se prevé ningún fracaso. Por el contrario, se avizoran días de prosperidad,
que harán convencer a los miles de profetas de desgracias, entre ellas una fantasmagórica tercera
guerra mundial que propiciaría el nuevo mandatario, de la sinrazón de su
oposición. Tales augures no son otros que la prensa, principalmente y,
obviamente, los derrotados demócratas. (A propósito de la guerra mundial, los
fatalistas deberían advertir que acontecimientos de tal gravedad como la
apropiación que se hizo Rusia de Crimea no produjo ninguna contienda mundial.
¿Qué ha ocurrido frente al aprovisionamiento de Corea del Norte con armas
nucleares? ¡Nada! ¿Se ha desatado algún conflicto planetario porque China,
Rusia, Cuba, Venezuela, Nicaragua, Siria, Corea del Norte y otros muchos países
violan de continuo los derechos humanos? Como decimos por estas tierras, todo
no pasa sino de escandalera (en la provincia de Ocaña se dice “apatusco”). En este
contexto, todas las catástrofes que algunos le apuestan a la administración
Trump, repetimos, carecen de fundamento.
El
cambio climático: cuento chino – La Tierra ha sufrido cambios traumáticos
incontables desde tiempos remotos que la han puesto a punto de desaparecer. El
Diluvio Universal, narrado en la Biblia,
es un ejemplo de una de esas hecatombes. Las investigaciones apuntan a que
cuanto ocurrió no fue otra cosa que los glaciares se derritieron, los mares
sobreabundaron, se precipitaron lluvias, la Tierra se inundó y muy pocos
habitantes sobrevivieron. En cuanto a la extinción de los dinosaurios “la
mayoría de los científicos evolucionistas creen que los dinosaurios, junto con otros grupos de animales y plantas,
desaparecieron súbitamente como consecuencia del impacto de un meteorito
gigante que golpeó la Tierra al
final del Cretácico, hace unos 65 millones de años”. Pero no solo
desaparecieron estos animales monstruosos sino especies vegetales y una porción
considerable de la especie humana. A eso le llamaríamos hoy en día un cambio
climático. Los abuelos de inicios del siglo XX narraban historias
de un periodo estival tan intenso que el suelo no producía sino pocas plantas,
por lo que hubo hambrunas. Ello es otro ejemplo de los cambios climáticos que
periódicamente experimenta nuestro planeta.
El control del clima ha sido
tratado en varias conferencias internacionales. El último fue el Acuerdo de París
en diciembre de 2015 sobre Cambio Climático y estrategias para reducir la
temperatura, siendo la clave del mismo la "estabilización de los gases de efecto invernadero en la
atmósfera a un nivel que evite la interferencia humana dañina en el sistema
climático".
Se ha establecido que los mayores
contaminadores son China y Estados Unidos. Sin embargo, para Donald Trump el
alboroto del cambio climático está ligado a una marrullería de China en el pugilato por dominar el
comercio mundial y desbancar a los Estados Unidos, al que pocos réditos le significan tales acuerdos.
Ahora, aunque parezca inverosímil, para la mayoría de norteamericanos el cambio
climático no es un asunto que les preocupa. De aquí que, bien apoyado por sus
conciudadanos, Donald Trump se proponga sacar a su país del Acuerdo de París. Todo,
repetimos, enfocado desde un punto de vista económico y pensando en los
intereses de los Estados Unidos y su gente.
El radicalismo
islámico – Para
Francia, su antigua colonia de Argelia se convirtió en un bumerán porque hoy en
día los argelinos gozan de la nacionalidad francesa. Ello les da derecho a
instalarse en la metrópoli, llevando consigo su religión musulmana y las costumbres anexas a ésta.
En Alemania había a finales de 2015
la población más alta de Europa Occidental de musulmanes, concretamente
5.785.000. En el 2015 recibieron más de un millón de inmigrantes que huían de
la guerra y la pobreza, la mayoría, de países musulmanes.
“Aunque el fraude a la seguridad
social cometido por los inmigrantes musulmanes es un “secreto a voces”, que le
cuesta a los contribuyentes alemanes millones de euros, las agencias
gubernamentales son reacias a tomar medidas debido a lo políticamente
correcto”, según la RTL televisión.
Y prosigue este medio: “En
Hamburgo, los radicales musulmanes se han infiltrado en decenas de escuelas
primarias y secundarias, donde imponen las normas y valores islámicos a
estudiantes y profesores no musulmanes”.
En Estocolmo, barrios enteramente
musulmanes, considerados peligrosos, se convirtieron en un dolor de cabeza para
los gobiernos liberales y socialistas. Los musulmanes se niegan a aceptar las
leyes nacionales, pero sí están prontos a reclamar los subsidios y prebendas de
seguridad social y vivienda, sin contraprestación de trabajo sino de mayor
rebeldía, con lo que la economía sueca se ha resentido enormemente.
Los terroristas que han causado
tantas muertes en los dos últimos años pertenecen a ISIS – siglas en inglés
para Estado islámico de Irak y levante -, grupo emparentado con el no menos
fiero y devastador Al Qaeda. Trump ha prometido enfrentar a estas bandas, que
también han asolado a los Estados Unidos, asolamiento que comenzó con el
derribo de las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001 y otros atentados
cometidos por una red yihadista Al Qaeda.
Los “lobos solitarios”, que son
radicales musulmanes, están convencidos de que deben instaurar un régimen
islámico en Occidente.
Definitivamente, las organizaciones
terroristas no son indiferentes para el presidente Trump.
Por tanto, en esta arremetida de la
nueva administración contra los grupos extremistas, no se descarta una revisión
del convenio suscrito el año pasado en La Habana por el gobierno de Juan Manuel
Santos con la bandería autollamada “Fuerzas armadas revolucionarias de Colombia
– Farc”, a las que los republicanos consideran una banda terrorista. El
presidente Obama le dio la bendición al pacto, de modo que no se espera que en
la línea de conducta de Trump tal bendición continúe. La extradición de los
capitanes de las Farc no estaría lejana en la administración de Trump, en razón
a la exportación de miles de toneladas
de marihuana y cocaína hacia los Estados Unidos, además de la perpetración de
secuestros, extorsiones, masacres, reclutamiento de menores, violaciones
sexuales y otros crímenes que se consideran exentos de cualquier amnistía o
indulto por las Naciones Unidas.
China
y sus productos –
De pronto conviene recordar que aún luego de finalizada la Segunda Guerra
Mundial los productos alemanes y americanos inundaban el mundo. La calidad de
la maquinaria, utensilios y artefactos germanos era alabada generosamente. (En
estos días me comentaba un ingeniero civil que vio una vieja maquinaria
empleada en la construcción de carreteras de fabricación alemana funcionando,
ya brillantes las hojas por el uso pero resistentes). Luego el mercado lo ocupó
la producción norteamericana, también de sinigual calidad, y a continuación los
japoneses se convirtieron en competidores. En fin, cualquiera que fuera el
producto, alemán, americano, inglés, francés, sueco, italiano o japonés, se
imponía por su calidad.
La convulsión vino con la
proliferación de las fábricas chinas que producen las cosas más inimaginables,
copando cualquier renglón y satisfaciendo cualquier necesidad humana. Y lo más
insólito, a precios ridículos. Los chinos han imitado cualquier cosa. Pero vaya
usted a ver la calidad, y por supuesto, la durabilidad. Se consiguen calzados a
sumas ínfimas, camisas, pantalones, artículos para el hogar, juguetes. Lo que requieran
los occidentales ellos lo fabrican: sin ser creyentes cristianos allá les van
los cargamentos de imágenes de santos, de
pesebres y luces de Navidad. Pero, eso sí, los bombillos de las luces se
funden pronto. (El colombiano, que es especialmente sarcástico, llama a los
productos chinos, productos chimbos).
Según lo pregona la prensa en
general, China es la mayor economía de exportación en el mundo y la mayor
fábrica.
Por supuesto que esta avalancha de
productos baratos tiene en apuros al comercio mundial. Los chinos están
acabando con muchas industrias y han desalojado a países y productores de sus
nichos tradicionales.
Donald Trump quiere parar esto.
Cómo lo vaya a hacer aún no se conoce, pero sí es claro que siguiendo su ideal
de recobrar la preponderancia de la productividad comercial e industrial
norteamericana, las medidas serán, conforme a su carácter, fuertes, decididas y agresivas, hasta, seguramente, acorralar y
hacer retroceder al gigante amarillo. ¿Qué norteamericano – y hasta gentes de
otras latitudes – no ve con ojos complacidos un nacionalismo semejante?
Los
que entran por el hueco – Más que por vía área, por la que contados ilegales
logran llegar, es por la vía terrestre por la que acceden por miles. Y no por
la frontera con Canadá sino por la frontera con México.
Estados Unidos y México comparten
una frontera de 3.142 kilómetros, de los cuales 1.609 el señor Trump quiere blindar
con un muro – aún no especificado – que debe pagar el propio Méjico.
Las razones: 13 millones de
mexicanos viven en Estados Unidos, y la población con tal ascendencia se
calcula en 34.500.000. El problema en sí no es dicha población sino los
inmigrantes ilegales, que proceden no solo de México sino de Centro y
Suramérica, además de países asiáticos y africanos. Los europeos rara vez
tratan de cruzar la frontera ilegítimamente. Ahora, entre los que burlan los
controles aduaneros es aceptado que pululan los narcotraficantes con inmensos
cargamentos de estupefacientes, traficantes de armas no de una pistola sino con
arsenales, y delincuentes de todos los
pelambres, que son el núcleo atacado por Trump. Sobra decir el trastorno
económico y de seguridad que ocasiona a
los Estados Unidos esta suerte de gentes que no quieren someterse a los cánones
de una entrada regular, decente, honorable y respetuosa. Todo el mundo espera que quien entre a su
casa lo haga o invitado formalmente o solicitando el permiso natural, y a nadie
le complacen los intrusos, los invasores y los abusivos. Entonces, pedir que se
retiren, o acudir a instrumentos legales para que lo hagan, no debería ser
motivo siquiera de discusión.
Obviamente los “ilegales” son los
que han armado el bochinche contra Trump, porque quienes han ingresado de
manera correcta no tienen por qué hacerlo y ni temer la deportación.
Sobre la forma mañosa en que
ingresan los ya conocidos como “ilegales” hay relatos novelescos. Se habla del
"hueco” (un libro del colombiano Germán Castro Caicedo lleva ese título, y
es aterrador lo que allí describe), de túneles, de coyotes que trafican con
personas, de torturas, de esclavitud, de explotación sexual, incluso de
violaciones de mujeres por los tales coyotes en los largos recorridos por el
desierto, y de homicidios cometidos por los mismos traficantes después de robar
a los clientes a los que han prometido ponerlos en territorio estadounidense.
Es decir, de un mundo oscuro y siniestro.
Quizá Donald Trump, poco cauto en sus
expresiones, exageró al decir que de México no emigraba sino lo peor, pero no
se quedó corto en cuanto se refería a lo que viene sucediendo en la larga
frontera desde hace muchos años. Él quiere terminar con tantas infamias, y,
claro está, con el desangre económico y la inseguridad que los inmigrantes
ilegales le representan a los Estados Unidos.
Ahora, si bien el reclamo de Trump
nos parece justo, no hallamos igual que el muro que pretende levantar lo pague
México solo, en compensación por los daños recibidos por su vecino. Si una
nación tan poderosa como los Estados Unidos no ha podido detener hasta ahora la
infiltración de millares de gentes, mucho menos está en capacidad logística y
económica de hacerlo México. Esa carga no debe imponérsele. Tal vez la solución
sería la construcción en conjunto del muro o valla o alambrado o cualquier otro
tipo de guarda material.
El
deporte de deportar - Hay mucho barullo porque el presidente Trump le ponga
cortapisa a la admisión de ciudadanos de países musulmanes – por sus conocidos
antecedentes de los que infortunadamente no todos tienen la culpa - , y porque quiera
frenar el ingreso ilícito de personas por el cordón fronterizo con México y organizar
el hecho cumplido de la inmensa masa de inmigrantes ilegales en territorio
estadounidense, pero la doble moral vuelve a aparecer cuando se trata de Colombia y de la
expulsión de sus súbditos del suelo venezolano.
El mundo desconoce que los
gobiernos venezolanos – y en especial los últimos de los dictadores Hugo Chávez
y Nicolás Maduro – han tenido como deporte deportar colombianos. Y no de
cualquier manera sino a culatazos, destruyendo las humildes viviendas que
lograron construir, sin apelación alguna ni respeto a derecho humano alguno.
Además, no por unidades sino por miles.
¿Quién se ha pronunciado contra
tales atropellos? ¿Las Naciones Unidas, Francia, Alemania, Cuba, Bolivia,
Nicaragua, los países árabes, los vecinos latinoamericanos, el papa Francisco? ¿La
prensa global? ¡Nadie! Y peor aún, ni el propio gobierno colombiano, temeroso
de que los bravucones de Chávez o Maduro nos invadieran, y, en el caso del
presidente Santos, su silencio ha estado condicionado a que el autócrata Maduro
se disgustara y no apoyara los convenios firmados con las Farc para que éstas
cejaran de atacar el pueblo colombiano, por la cercanía del gobierno venezolano
con el grupo insurgente.
A Colombia, o mejor, a las víctimas
colombianas, todo el mundo las dejó solas, con su humillación, su dolor, la
ruptura de sus familias y la pérdida de
sus escasos bienes y el escamoteo del pago de su trabajo durante muchos años.
Punto
final –
A partir del 20 de enero de 2017 se inició la que ya se conoce como era Trump. De seguro que significará reacomodos territoriales,
revisión de fronteras, revisión de formas de gobierno y de políticas para
enfrentar los problemas, y un comercio competitivo audaz, moderno, novedoso y
dinámico pero sobre todo justo, que redundará en fuente de prosperidad mundial.
El paradigma de Donald Trump –
pasada la tormenta y el alboroto por la novedad – sin duda cundirá. Los
gobiernos no podrán seguir mintiendo y los movimientos políticos engañando,
porque la violencia engendrada bajo códigos ocultos será denunciada y
aplastada. Muchos seguirán el ejemplo de Trump de levantar la alfombra y
sacudirla. ¡Fuera lo políticamente correcto! ¡No más contemporizar por
cualquier motivo, particularmente por no enemistarse con el tirano, el
terrorista, el enemigo oculto o el explotador! ¡No más mediatintas, ni
hipocresías, ni titubeos! ¡No más entretenernos con nimiedades como que de la
página Web de la Casa Blanca se eliminó el uso del español! (En Filipinas,
colonizada por España, en 1973 se eliminó el
español como lengua oficial y se proclamó en su lugar el inglés, y nadie
dijo esta boca es mía).
Las
posturas políticas, e incluso religiosas, cambiarán, para bien, pues tendrán
que hacerse más honestas, responsables y sanas.
Estemos confiados: el mundo
cambiará, digámoslo una vez más, para bien. Esperemos la llegada de la bonanza
no solo económica sino moral. Lo demás vendrá por añadidura, como dice el
Evangelio.
---
Cúcuta, 31 de enero de 2017.
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