lunes, 22 de febrero de 2021
CUENTO - EL VIAJE DE LOS REYES MAGOS
CUENTO
EL VIAJE DE LOS REYES MAGOS
Por Orlando Clavijo Torrado
Trescientos años antes de los acontecimientos que vamos a narrar Persia era la primera superpotencia que conoció el mundo. Pero aún en el reinado de Fraates V, en el tiempo en que se desarrolla nuestra historia, no había desaparecido su grandeza, y al menos la ciencia era la más avanzada hasta entonces.
Las ciudades en las que residían nuestros personajes desaparecieron hace más de dos mil años, y sólo se leen sus nombres borrosamente en pergaminos semidestruidos.
Isaac Melchor, de facciones caucásicas, acarició su barba blanca, puso en la mesa los aparatos con los que observaba las constelaciones y tomó una silla recamada en oro para descansar después de la larga jornada de estudio. Afuera la ciudad se agitaba pues Messim, en el centro de Persia, era una plaza de febril movimiento comercial.
Había cerrado los ojos cuando una intensa claridad lo obligó a mirar hacia la celosía. Se sorprendió de que apareciera una estrella tan rutilante sin que cayera la tarde y asomara la noche. No tuvo necesidad de recurrir a cálculos en el papiro ni a afinar la pupila para ver la hermosa estrella. Juraba que pese a tantos años de otear en el cielo nunca la había visto. Las conocía todas, dominaba todo el conglomerado de fulgores del firmamento, mas, de esta revelación no tenía noticia o intuición. En los días posteriores la estrella estaría allí recordándole su existencia.
Por el mismo instante, en Assan, al sur del país, Abraham Gaspar, joven heredero de una inmensa fortuna, de piel rubia, alegres ojos azules, casi lampiño, y cabellos dorados que caían sobre sus hombros en bucles, poco había avanzado aquel día en la observación de los astros puesto que posponía continuamente aplicarse ya que, chapucear en el lejano río Tigris con sus amigos y compartir con las bellas jóvenes hijas de los emires, le arrebataban la mayor parte de su tiempo.
Se preparaba a cumplir una cita de festejos y ya cerraba el vestíbulo cuando se presentó aquella claridad casi enceguecedora.
Detuvo su prisa para otear en el horizonte de dónde provenía la luz misteriosa. ¡Qué júbilo inmenso sintió, máxime al considerar que sin mayor esfuerzo y no obstante su temprana edad, era dueño de un secreto, esquivo quizá para muchos que se desvelaban y fatigaban sus ojos en los celajes de las nubes y la infinitud del cosmos! ¡Aquello era una auténtica bendición!
En Asrud, ciudad del nororiente de Persia, Farah Baltasar, hombre de unos cuarenta años, piel atezada, cabello ensortijado y firmemente adherido a su bien formada cabeza, de barba hirsuta, fuerte musculatura e impresionante talla, enclaustrado en la alta torre de su elegante palacio no cejaba de escudriñar el lado oscuro del cielo a pesar de contar con varias lunas dedicado a ello. Era explicable su tesón: en una noche boreal había vislumbrado un destello incógnito que día a día se había más visible y luminoso. Desde entonces su propósito fue llegar hasta el final.
De pronto el fulgor se reveló en todo su esplendor. Baltasar quedó deslumbrado, pero repuesto de inmediato, situó el fenómeno en su mapa, lo clasificó como una estrella, y saltó y lloró de júbilo.
Sin que ninguno de los tres se hubiera acordado con el otro, en la misma fecha viajaron a Teherán en donde se concentraban los astrólogos más afamados. Querían compartir su descubrimiento y hallar indicaciones, las claves del fenómeno, ahondar en la importancia y utilidad de sus hallazgos, y obtener de los sabios de todos los reinos la confirmación de la nueva verdad científica.
El rey Fraates V, que protegía a inventores, intelectuales, navegantes osados y emprendedores en todas las ramas de la actividad humana, los acogió con respeto y alegría. No era para menos pues los tres astrólogos gozaban de prestigio, riqueza y vasallaje en sus territorios.
El encuentro con los congéneres se cumplió en el Gran Salón Celeste.
Melchor, Gaspar y Baltasar fueron exponiendo por turnos sus historias. Al tiempo que cada uno hablaba, los otros dos se miraban absortos. Era como si quien escuchara estuviera relatando su propia experiencia. ¿Por qué tanta coincidencia en el tamaño del astro, en la calidad del fulgor, en la ubicación en la bóveda celestial, y en el día y la hora de la revelación?
Los demás astrólogos discutieron las tesis de los tres exóticos hombres, alegaron que se trataba de una vieja estrella, que no era más que un astro natural, y no faltó quién adujera que los desconocidos magos habían sufrido alucinaciones.
Finalmente, como consolación, les aconsejaron continuar con sus pesquisas y hacérselas conocer en próxima asamblea.
Los tres escrutadores del firmamento, luego de salir del palacio del magnánimo Fraates V, se dirigieron al bazar y buscaron un establecimiento que ofreciera el exquisito vino de Shiraz. Lo degustaron en finas copas. Querían brindar por la maravilla que el cielo les había ofrecido en recompensa de su aplicación por interesarse en sus secretos. Al tiempo, cada uno fue confesando lo mismo que los otros: que un fuego extraño lo consumía desde la revelación, y que seguramente no cesaría hasta rematar con la interpretación del mensaje que la estrella le anunciaba.
Se concertaron para reunirse en un oasis del desierto de Lut sobre el que la estrella había fijado su resplandor.
Culminados los aprestos de camellos, dromedarios, caballos y elefantes enjaezados lujosamente, de esclavos, y vituallas para jornadas de meses o quizá de uno o dos años, y las ofrendas de los más precioso que existía en los confines de sus dominios, a saber, el oro que presentaría Baltasar, el incienso, que llevaría Gaspar, y mirra, que entregaría Melchor, emprendieron el camino en una clara madrugada. Al paso de los animales la estrella comenzó igualmente su marcha.
No fue fácil el viaje principalmente por los bandidos que infestaban las rutas y que en varias ocasiones pretendieron despojarlos de sus alhajas, vestidos, víveres, instrumentos y hasta de las propias cabalgaduras. Sin embargo, sus soldados supieron repeler valientemente las arremetidas. Cruzar el territorio de Irak constituyó la prueba más dura. Perdieron muchas cabalgaduras y acémilas que no estaban acostumbradas a senderos rocosos y estrechos. Las tempestades de arena del desierto, los cambios bruscos de temperatura y las escarpas por remontar y descender, también los pusieron a prueba. Todo, hasta caer al apacible valle de Belén, en donde la estrella se detuvo.
El resto de esta bella historia ya se sabe por los pocos trazos que dejó san Mateo en el capítulo segundo, versículos 1 a 12, de su Evangelio.
De allí quedó registrada para siempre en los anales de la astrología la estrella de Belén. En recuerdo de la adoración es costumbre en algunos países de Europa y América Latina dar regalos a los niños el 6 de enero, día señalado por la Iglesia católica como aquel en que los tres Reyes Magos le ofrendaron al Niño Jesús en finos cofres oro, incienso y mirra.
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Datos personales
- Orlando Clavijo Torrado -
- Cúcuta, Norte de Santander, Colombia
- Casa-Museo General Francisco de Paula Santander - Villa del Rosario
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