martes, 14 de mayo de 2013
PARA EL SEMANARIO LA PROVINCIA DE OCAÑA
EL MARRANO
Orlando Clavijo Torrado
La muchacha venía de un pueblo. Tenía diecisiete años. Su rostro moreno lucía el color encendido del sol de clima frío. En Colombia, aunque se viva en el casco urbano de un municipio pequeño a todos los habitantes los distingue un aire campesino. Para terminar el bachillerato se matriculó en el colegio departamental femenino, cerca al cual residía. Cuando salía de clases caminaba pocas cuadras para llegar al restaurante en donde tomaba los alimentos. Los autobuses que servían la ruta del pueblo a la capital tenían su paradero allí. La madre de la joven frecuentemente le enviaba algún dinero con los choferes de confianza, y éstos, como todo aldeano desconfiado y misterioso, la llamaban aparte y le deslizaban furtivamente en la mano empuñada el recado.
Cualquiera que hubiera presenciado el episodio sin saber más allá no podía menos que imaginar que Marina – así se llamaba – asechaba a los choferes para recibirles plata maliciosamente.
Justamente, uno de los comensales del restaurante, que vio aquello en varias ocasiones, se formó una podrida y falsa idea de Marina. Por ello, cierto día fue a esperarla a la puerta del colegio. Ella se extrañó de que aquel señor prácticamente desconocido pues poco se había fijado en él, gastara semejante galantería. Le dijo que venía a acompañarla al restaurante. Ella le agradeció, pero ante su insistencia, con la inocencia que traía de su pueblito, se dejó acompañar.
El trayecto era muy simple y corto: llegar a la esquina de la derecha y voltear por la avenida hacia abajo tres cuadras. Sin embargo, el hombre le propuso otro camino: subiendo dos cuadras, cruzando tres y bajando cinco. Marina le dijo que el restaurante estaba a la vista y no le hallaba la razón para dar tamaño rodeo. Entonces él le explicó que se trataba de que anduvieran un poco y así hacer más hambre. Ella aceptó. Cuando se habían alejado cerca de cinco cuadras del colegio el tipo se detuvo frente a un hotelucho, y la invitó a que entraran. Ella, pese a su ingenuidad y a la frescura del campo que aún respiraba, comprendió el propósito y le va asestando un sonoro arepazo acompañado de un fuerte reproche: ¡Aquí traerá usted a su madre!
Se sintió humillada por el infame y se echó a llorar. Acertó a pasar un amigo de su padre el que al verla en tal amargura se interesó por saber qué le había ocurrido. Ella le relató todo y le señaló al ofensor, que aún no se había distanciado demasiado. El buen amigo corrió detrás del otro, lo llamó: ¡oiga, marrano, espere!, lo alcanzó pronto y de una trompada lo derribó. Al saber los transeúntes el motivo de la paliza, todos contribuyeron a castigarlo, unos con una patada por el trasero o por donde le cayera, otros con un puñetazo en la boca, quien con un garrotazo, unas mujeres lo mechonearon, otras le propinaron carterazos o zapatillazos por la cabeza, otras lo escupieron, sin que nadie se quedara sin mentarle la madre o descargarle los epítetos más gruesos, de modo que es de suponer que a aquel marrano no le quedaron ganas en adelante de faltarle al respeto a una señorita, por más sencilla y humilde que fuere.
orlandoclavijotorrado.blogspot.com
14 de mayo de 2013.
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Datos personales
- Orlando Clavijo Torrado -
- Cúcuta, Norte de Santander, Colombia
- Casa-Museo General Francisco de Paula Santander - Villa del Rosario
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