PARA “LA PROVINCIA”
METERETE
Y LOS RATONES
Orlando
Clavijo Torrado
Siguiendo con los
cuadros costumbristas que he traído en ediciones anteriores, hoy quiero
recordar un episodio de confusiones muy simpático.
En crónicas pasadas me
referí a la costumbre en los pueblos de denominar a ciertas
familias por apodos, al punto que de tanto usarlos los apellidos se pierden, y
así llega un momento en que nadie sabe que fulano y zutano llevan, por ejemplo,
el apellido Ramírez, sino que los nombran como los “guanábanos” o los “jeteburro”.
Vamos al grano. En
aquel pueblo de tierra fría había dos familias que habitaban casas vecinas, bautizados
los unos como “los gatos” y los otros como “los ratones. En verdad, extraña
convivencia, ya que no es habitual que gatos y ratones se simpaticen, pero
estas dos especies allí hasta compartían el mismo plato. ¡Por supuesto,
hablamos de seres humanos!
Sucedió que la maestra
advirtió que uno de sus alumnos, hijo de un policía, mostraba signos de
enfermedad, que en su concepto podría tratarse de paperas. De inmediato mandó a
llamar al padre para que llevara al niño al médico o a su casa. La maestra
aconsejó entre los remedios caseros que conocía mucho reposo y envolverle el
cuello con lana negra virgen.
El policía acató la
sugerencia de la lana, de manera que se dedicó a buscarla.
-
¿Dónde la consigo? - indagó aquí
y allá –.
-
No sé –era la respuesta de todos.
Por
fin halló a cierta señorita que sí sabía quién tenía la bendita lana.
-
Pregunte usted por Meterete – le dijo – , el que vive al final de aquella calle, la
calle larga o real – y le señaló con la
mano. Junto a la casa de los “ratones”. Ahí recogen hilos, trapos, cartones,
latas, de todo, y lo amontonan.
-
¿Los ratones amontonan de todo y dentro
de eso amontonan lana?
-
No señor – replicó la muchacha. El que
recoge cosas es Meterete. El vive al lado de los “ratones”.
-
Bien: ¿y los “ratones” dónde viven?
-
Pues al lado de los “gatos”.
El agente miró a su interlocutora y pensó para
sus adentros que la chica era traviesa y poco seria. Sin embargo, para aclarar el
embrollo volvió a preguntarle:
-
Dígame en cuál casa, exactamente. La
informante le respondió:
-
La casa de “los gatos” es la de puertas
amarillas y la de los “ratones” es la del portón azul.
El policía se echó a reír; sin duda que la
otra quería gozar a su costa, y para seguirle el juego le preguntó:
-
¿Y acaso esos gatos no cazan ratones?
-
No se ría que no es mamadera de gallo. Ocurre
que aquí los gatos y los ratones no solo son vecinos sino buenos amigos.
Ahí
sí que al policía le dio más ataque de risa. Entonces, la pueblerina,
percatándose del equivoco, le aclaró:
-
Señor agente: los “gatos” y los “ratones”
son dos familias conocidas por esos apelativos. Nadie los distingue por sus
apellidos.
Así,
disipadas las cosas, el policía se dirigió a la casa de Meterete, y en efecto
allí consiguió la lana negra de oveja virgen para curar a su hijo de las
paperas.
Después
quiso conocer a los vecinos de Meterete. Apenas pudo ver a los “ratones”, una
familia humilde, pobre, pero muy cordial. Concluyó que definitivamente el
pueblo posee una precisión admirable para poner motes. Si era por los ojillos, la
cara alargada, el color gris de la piel y los pelos largos, a estas amables
personas les caía a la maravilla el apodo. Le quedó la intriga de conocer a los
“gatos”, por verificar si eran tan “gatos” como los llamaban, porque respecto a
los “ratones” no había pierde.
27 de mayo de 2014.
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