domingo, 15 de julio de 2018
BRISAS DE MIRAFLORES
Una visión realista del Nuevo Gramalote
BRISAS DE MIRAFLORES
Por Orlando Clavijo Torrado
Preámbulo
Aprovecho la compra de los tamales para el desayuno dominical y les hago una breve entrevista a los gentiles expendedores, don Ramón Rodríguez y su esposa Rosa Sánchez.
Ellos viven en una amplia casa del barrio Gratamira de Cúcuta. Él tiene 62 años; ella, 60. Son gramaloteros de pura cepa, de ahí que por un dolor en el alma se resistan a ir a contemplar los despojos de su tierra.
Tenían su cómoda morada a una cuadra del parque principal. Su fuente de subsistencia era la carpintería.
Le agradecen al gobierno nacional la ayuda que les ha prestado desde hace ocho años, cuando tuvieron que abandonar su hogar. Esa ayuda consiste en doscientos mil pesos mensuales para el arriendo y un mercado mensual suficiente, compuesto de dos kilos de arroz, un litro de aceite, dos libras de leche en polvo, granos y harina de maíz.
Comparando sus ganancias de allá, en el pueblo, y las de Cúcuta, no se sienten animados a regresar. Acá ellos preparan un delicioso masato y 250 tamales que despachan semanalmente a razón de $ 2.500 cada uno, lo que les significa un recaudo en el mes de $2.500.000, con un beneficio mínimo de la mitad, cifra que en el pueblo nunca vieron ni verán.
Saben que su nueva vivienda va a quedar en lo más alto de todo lo construido. El andar cuesta arriba y cuesta abajo, a su edad, por supuesto que no los ilusiona. Conscientes, además, de la pequeñez de las casas, no muestran mucho interés en retornar.
El pueblo más joven de Colombia
La mañana era clara aquel viernes 22 de junio de 2018. Todo lucía despejado. Brillaba el sol sobre la ladera en que se construyó el nuevo pueblo. Un sol de tierra fría que quema la nariz y los brazos, y deja ardor en la nuca y un recuerdo de cachetes colorados a los calentanos. Una ventisca glacial azotaba nuestros rostros. Algunos habían llevado chaquetas y abrigos: su previsión no fue en vano pues la temperatura a los 1040 metros sobre el nivel del mar, que no debiera ser helada, lo es, porque la cordillera está ahí, encima. “¿Dónde conseguiremos un aguardiente para el frío?”, preguntó alguien. “No, todavía no hay tiendas”, contestó otro.
Se trataba del paseo por el Día de la familia. ¿Los paseantes? Treinta y cinco integrantes de la Asociación de Pensionados del Poder Judicial, Ministerio Público y Afines – Asopenjur – y sus invitados. Todos retozones, cual alegres colegiales, olvidados de los achaques de la edad y, como buenos nortesantandereanos, mamadores de gallo y descomplicados.
Ya hemos visitado varios pueblos cercanos a Cúcuta. Yo insistí en que cambiáramos de destino y les propuse ir a conocer al Gramalote nuevo y a contemplar las ruinas del Gramalote viejo. (Igualmente les planteé que la próxima excursión sea a la provincia de Ocaña, comprendiendo a Piedras Negras, de Ábrego, Los Estoraques, de La Playa de Belén, y en Ocaña la montaña de Torcoroma en donde apareció la Virgen, los dos museos, el Complejo Histórico de San Francisco y los templos. “Le caminamos”, dijeron entusiasmados mis compañeros).
No se puede negar que la vista del nuevo pueblo es impresionante. “¡Hermoso!”, exclamó Ubaldina, nuestra secretaria. “¡Qué belleza!”, según la doctora Myriam Blanco. “¡Espectacular!”, dijo el doctor Eduardo Martínez Chipagra. El doctor José Antonio Cote no quedó menos maravillado. No sé quién comentó: “¡Bacano! ¡Qué chimba!” Debió ser alguien contagiado del lenguaje de los muchachos de hoy.
Repito que, de repente, es impactante la panorámica de aquella mole de viviendas. Pero pasados los momentos del deslumbramiento y una vez que uno se restriegue los ojos y recobre el polo a tierra, se empieza a desvanecer el espejismo.
Hay que aceptar que Gramalote, el hermoso pueblo de Gramalote, como tal, desapareció, está sepultado bajo la maleza; solo partes de la antigua imponente iglesia aún permanecen en pie; en el parque, hundido y con sus baldosas rotas, subsisten dos palmeras, el quiosco y trozos de los pedestales de las estatuas del sacerdote Secundino Jácome y el expresidente Laureano Gómez. La estatua del padre Jácome, que permanecía a un costado del atrio, perdió la cabeza. En cambio, a la estatua del doctor Laureano Gómez no la afectó el alud. Esta fue llevada a la gobernación del departamento, en cuyo jardín exterior reposó por varios años, hasta que fue instalada en el parque del nuevo pueblo.
Gramalote pertenece al pasado. Por ello, si miramos lo que se llama hoy Gramalote, en mi concepto no estamos siendo fieles a la realidad. Se pregona que Gramalote fue reconstruido; no comparto esa idea. El gobierno nacional, es cierto, realizó una inversión faraónica. Se habla de trescientos mil millones de pesos: no puede ser para menos el movimiento de toneladas de tierra, las vías de acceso al poblado, pavimentadas, excelentes y modernas, y las mil casas de uno o dos pisos de tipo viviendas de interés social, el parque y el centro administrativo municipal, entre las obras que logramos contemplar.
Todo, absolutamente todo, es nuevo. La estatua de Laureano Gómez es lo único viejo. Hay que admitir que el gobierno de Juan Manuel Santos no escatimó gasto alguno en la gigantesca obra.
El nuevo pueblo fue levantado bastante distante del antiguo, de manera que por ese aspecto ya vamos entendiendo que se trata de cosas totalmente distintas, sin la mínima relación de la una con la otra, salvo porque al nuevo conglomerado lo bautizaron como Gramalote, cuando en puridad de verdad no lo es.
Hubo una disputa en la elección entre el sector Pomarroso de la vereda Valderrama y la vereda Miraflores para erigir el pueblo; esta ganó el pulso, afirma el ingeniero Álvaro Orlando Pedroza Rojas. Allí, en la falda de la cordillera, hay dos referencias: o más arriba o más abajo: Miraflores queda más arriba que Pomarroso.
La escogencia del terreno, en mi parecer, no fue lo más acertado. Un geólogo amigo, egresado de la Universidad Nacional, que vino de Bogotá por esos días integrando una comisión especializada, comentaba que Pomarroso, entre todo lo quebrado que es aquello, constituía el sitio ideal, según sus estudios. Los opuestos a su escogimiento adujeron que aquel lugar, aunque más propicio y con algo de planicie, era arenoso y carecía de fuentes cercanas de agua. Pese al concepto de los geólogos de la Universidad Nacional en favor del sitio Pomarroso, se optó por el terreno de la vereda Miraflores.
El terreno tiene una inclinación de aproximadamente 45 grados. En el parque hay unas franjas planas que se habilitan para montar casetas y realizar espectáculos que no requieran de muchas personas. Una bola de cristal puesta en la cúspide del parque rueda fácilmente hasta la calle. Los niños no pueden jugar allí, ni en bicicleta, ni saltando o corriendo, ni con balones: su integridad corre peligro, es decir, el parque se hizo para que no vayan niños; los viejos también están vetados porque las resbaladas son infalibles. No se tuvo en cuenta al protagonista de todo: el ser humano, y su primacía y sus derechos.
De todo lo anteriormente expresado se colige que trazar un pueblo en una mesa de dibujo, y de pronto en un computador, es muy fácil, pero otra cosa es edificar cuerdas de diez casas separadas por peñascos, de modo que no hay continuidad; no se ven barrios de cincuenta o cien casas. Resaltemos la particularidad de que cada hilera de casas está encaramada en una terraza. No se concibe en pleno siglo XXI fundar un pueblo en un peñasco. Allí no son dables los conceptos de vecindad, calor humano, integración y comunidad.
Según la distribución democrática, a todos los propietarios de las viviendas destruidas se les resarció con casas del mismo tamaño; la igualdad cobija tanto a los miembros de aquellos linajes que disfrutaban de espaciosas mansiones con muchos cuartos, como los de familias de mediano peculio o los de hogares modestos.
En tales viviendas no pueden establecerse las tiendas tradicionales, las amplias bodegas para almacenar las cargas de café de los compradores mayoristas, los bultos de cacao, de maíz, de frijol y de plátano. Tampoco pueden albergar los almacenes de misceláneas y las cafeterías y restaurantes con aquellas simpáticas leyendas escritas en rústicas tablas que invitaban a los clientes: “Entren pa dentro”, “Asientensen”. En fin, todo aquello que conocimos en el antiguo Gramalote.
Mucho menos existen las conocidas afueras de todo pueblo, con sus cantinas y pequeños negocios y sitios para amarrar las mulas mientras el campesino va a la misa, se echa sus cervezas y hace el mercado. Y también en las afueras, la quebrada o el río que espera los paseos de fines de semana de los pueblerinos.
Nuestro departamento no cuenta sino con cuatro valles propiamente dichos: el de Ábrego, el de Sardinata, el del Zulia y el de Cúcuta, y con algunas planicies como Los Patios, Tibú y El Tarra. El territorio restante es quebrado. Por ello nuestros pueblos son caprichosos en su conformación física, graciosamente torcidos, con calles mal trazadas, enrevesadas, largas unas y recortadas de improviso las más. El afamado escritor ocañero doctor Luis Eduardo Páez Courvel describió a la perfección en “Calles de mi tierra” esas características, así:
"Calles de mi tierra, trazadas por la geometría de la emboscada, prestas a la asechanza, recogidas en el silencio, abrazadas a los caminos, en perpetua vigilia; calles de mi tierra, tatuadas en su piel centenaria…”.
Con todo, esos son nuestros pueblos, su sabrosura y su encanto. La mayoría, con arquitectura española y otras republicana. En las viviendas de esta nueva población, tal vez por el declive del suelo, hay unas en niveles, circunstancia que las hace incómodas. Es patente que quienes diseñaron el nuevo pueblo no consultaron en absoluto con los moradores antiguos sobre sus costumbres, tradiciones y creencias para tomar inspiración y transmitir algo de ello en su trabajo de recreación del pueblo de Gramalote. Asimismo, debió de haberse buscado la asesoría de la Academia de Historia de Norte de Santander la que, sin duda, algo tenía qué decir. A última hora dispusieron de un barranco para la construcción de la iglesia, a un costado del parque, a donde hay que trepar no sin dificultad. Allanar ese barranco demandará mucho costo. Ojalá que el templo remede en algo al imponente que se niega a sucumbir del todo.
Quiero decir que esto que se fabricó con torrentes de dinero no es pueblo, entendido como el típico y tradicional pueblo nortesantandereano que conocemos. No. Esto es, a lo sumo, un barrio de Cúcuta, de Cali, Barranquilla, Bucaramanga o cualquier otra ciudad de Colombia, pero pueblo-pueblo, nuestro, no lo es. “Parece más bien un barrio de conjunto cerrado”, opinó alguien en la red. (Adelante concluiremos que se trata de una ciudad moderna).
Tan gigantesca construcción no tiene esencia, sabor e identidad de pueblo. Son unas simples colmenas en donde las personas que se vayan a vivir estarán encerradas, sin nada qué hacer, sin actividad mercantil, sin la plaza de mercado –aunque ya se anuncia su construcción -, el parque y la iglesia que los pueda congregar. Insisto, podría ser un barrio de Cúcuta recién construido, pero no en terreno llano sino en loma.
Ahora, en cuanto al nombre, no considero correcto que se llame Gramalote. Ya lo dije: Gramalote desapareció, y los constructores del nuevo pueblo se cuidaron de guardar algún recuerdo. A estas pequeñas urbanizaciones agrupadas en lo más escarpado y en donde no pueden vivir ancianos porque todo es subida y bajada, habrá que buscarles un nuevo nombre. Seguramente será necesario hacer un concurso para bautizarlas. La Asamblea del Departamento, que ordenó la reconstrucción de Gramalote, es la encargada de cambiar los nombres de los municipios. Aquí va una lista sugerida para un posible nombre: Nuevo Gramalote, Ciudad Jácome – en honor a su primer párroco -, El Renacer de Gramalote, Laureano Gómez, Los Barrancos, Las Peñas, Cuestarriba, Altoviento, El Rodadero, La Ascensión, Las Lomas de Miraflores, Los Suspiros – porque la respiración se corta subiendo-, El Filo, Las Subidas, San Ascensión, San Rafael o Nuestra Señora de Monguí - en recuerdo de los patrones del templo y de la antigua parroquia-, Brisas de Miraflores, Cuatrovientos, Ciudad Bolívar, Paramillo, Las Terrazas, Lenguazaque II– voz indígena y aquí apropiada porque hay que sacar la lengua al llegar a la cima; ya existe un Lenguazaque en Cundinamarca -, Los Tepuyes – que son mesetas abruptas con cimas planas -, San Isidro o San Juan Pablo Segundo. En fin.
Convengamos, entonces, que no puede hablarse de que Gramalote fue reconstruido. No, porque no se construyó sobre las ruinas, que es el verdadero sentido de reconstruir. En la edificación nueva a varios kilómetros de distancia del asiento del pueblo destruido, no se conservó nada de lo tradicional y de lo original. No se olvide que en arquitectura lo tradicional es también lo novedoso. Aquí no hay un arco, un zaguán, un andén a lo antiguo: todo es recto, sin gracia.
Si quiere usted conocer al llamado nuevo Gramalote vaya a una urbanización cualquiera de Cúcuta de viviendas de interés social –que es lo mismo que decir para los más pobres - y ya lo vio todo: la diferencia es que el nuevo Gramalote queda no en una loma sino en varias lomas. Y con seguridad que en dichos barrios cucuteños existe el concepto de vecindad, de amistad, del compadrazgo, de la unión.
Los recelos
Don Ramón y doña Rosa manifiestan un temor que otros han referido en el diario cucuteño La Opinión respecto a la calidad de los materiales utilizados en la construcción de las casas, a los agrietamientos tempranos que se están presentando, no solo en casas sino en andenes y calles, y los hilos de agua que manan de las peñas y corren por las casas, causando filtraciones que amenazan con socavar tanto el terreno como las edificaciones.
Ahora, debido al alto presupuesto consumido allí, y a los continuos descubrimientos de aprovechamiento por los corruptos organizados en todo el país, situación que ha hecho exclamar desesperado al Contralor General de la Nación doctor Edgardo Maya Villazón que en Colombia todo es una robadera, se oyen voces de los que apuestan a que no demoran mucho tiempo en aparecer las denuncias por peculado, contratación irregular, soborno, falsedad documental, concierto para delinquir, estafa, hurto, defraudaciones y cuanto delito están cometiendo para apropiarse de los recursos del Estado. Esperamos que ello no suceda, y que la transparencia en el manejo de tanto dinero y de tantos contratos sea una excepción a lo que se impuso como práctica corriente en los ocho años de gobierno de Juan Manuel Santos. Hasta el momento aparece que los recursos han sido manejados honradamente.
Conclusiones
La obra, en general, es formidable. En realidad, no se construyó un pueblo sino una ciudad moderna, con las técnicas y avances vigentes en todos los ramos – ingeniería, arquitectura, geología, etc.-, con pretensiones de dotarla de sistema bioclimatizado. El aspecto negativo es que se hubiera elegido lo más escarpado de una montaña para levantar la ciudad.
Informó La Opinión que en el mes de julio el ministro de Medio Ambiente y Desarrollo Sostenible llevó las semillas de 62.500 árboles frutales y maderables para que fueran plantadas en el nuevo casco urbano por habitantes de las veredas. Ello compensa la aridez que nosotros vimos, como si no se hubiera pensado en la vegetación, pues solo unas flores en las jardineras en la entrada del centro administrativo municipal rompían la monotonía del cemento.
La despedida – Indio comido…
El señor alcalde, que había prometido recibirnos, infortunadamente no nos pudo atender porque debió viajar a Cúcuta en cumplimiento de sus funciones. Sin embargo, en el pasillo del primer piso del centro administrativo municipal – lo que antes se llamaba palacio municipal -, lugar en donde por cierto el viento sopla más frío y más violento -, dos parejas de jóvenes bailarines de una escuela folclórica local nos deleitaron con piezas autóctonas.
Al mediodía fuimos a buscar el almuerzo. Vale advertir que a algunas casas se les dejó un pequeño cuarto que bien puede ser utilizado para huéspedes o para montar una tienda. En ese contexto digamos que la sala- comedor, dicho cuarto extra y el patio tienen que habilitarse como restaurante, por ejemplo, como lo hizo la dueña de la casa en donde disfrutamos de un sancocho de pollo.
De allí iríamos a un extremo de la carretera llamado El Mirador, desde el cual se observa el extenso poblado, y luego terminaríamos el periplo visitando el Gramalote que fue, el desaparecido para siempre.
Cúcuta, 15 de julio de 2018.
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