jueves, 19 de julio de 2018
EL MÉDICO PASEADOR
Para El Informador del Oriente
EL MÉDICO PASEADOR
Orlando Clavijo Torrado
La rutina aburre, desespera y enferma. Pero, en algunos casos, salir de ella también puede originar un rumbo inesperado y abrupto.
El siguiente ejemplo lo confirma.
En la población de Ábrego había un médico respetado y querido por todos debido a su ejercicio benéfico y acertado. Tenía su consultorio frente a la plaza principal, y su domicilio a unas cuadras de allí. A las seis de la tarde, tan pronto acababa de examinar a sus pacientes y recetarlos, retornaba a su hogar y no volvía a salir hasta el otro día a las siete de la mañana. Incluso los domingos y festivos permanecía enclaustrado. Su mujer no estaba contenta con que cultivara tal reclusión y lo peleaba diciéndole que hiciera como los demás hombres que luego del trabajo iban a jugar a fútbol, o billar, o al menos iban a sentarse en las bancas del parque o se citaban con amigos a tomarse un tinto o un trago.
De tanto cantaletearlo, el galeno decidió empezar a dar tímidamente unos pasos fuera: un día caminaba una cuadra, al otro día dos, y poco a poco se fue alejando hasta llegar a un extremo del pueblo. En aquel extremo vivía una dama en edad primaveral, agraciada, viuda y sin hijos. A ella le llamó la atención que el circunspecto médico anduviera por allí solo y lo invitó a entrar y tomarse un café. Él no se atrevía a aceptar pues en modo alguno había visitado a mujeres que no estuvieran acompañadas de sus maridos o de sus padres. Además de su ética profesional imperaban en su conciencia la fidelidad y el respeto por su propia esposa y jamás hubiera provocado que pensaran algo en contra de sus tan sagrados principios.
Lo cierto es que la joven señora le insistió tanto que por pura caballerosidad nuestro protagonista accedió a entrar. Con suma atención le brindó pastelillos preparados por sus manos, y exquisito café; charlaron cordialmente y al despedirse ella le dijo: que no sea la primera y última visita.
Como el tipo no regresó temprano a su casa como siempre sino una hora después, su mujer, al verlo llegar satisfecho, se puso también muy contenta. Eso era lo que ella quería: que él dejara de ser retraído y monótono.
Digámoslo de una vez que nuestro hombre siguió frecuentando a la viudita. ¿Viudita? ¡Una exuberante diosa! Cada vez que la veía, se repetía para sus adentros: “Dios me perdone, pero esto es demasiada tentación; ¡ni qué comparación con mi mujer, ya madura, simple y desaliñada!”
La relación entre los dos se fue consolidando, y ya pasaban horas platicando felizmente. Por su parte, la esposa no cesaba de felicitarse por haber logrado sacarlo del encierro. ¡Tal era el marido que ella prefería: de buen humor, activo, saltarín, desparpajado! Inocentemente no sospechaba quién se lo estaba cambiando.
El final de la historia es que el señor conoció a través de la hermosa muchacha otro estilo de vida, un mundo más interesante y agradable, y se quedó a vivir definitivamente con ella.
Su esposa se quedó sola y lamentándose amargamente: ¡Ay, Dios mío! ¡Yo no sabía que al hombre no se lo puede sacar de la casa porque se pone a perrear!
orlandoclavijotorrado@yahoo.es
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16 de julio de 2018 (Adaptado de un artículo del mismo título del 13 de mayo de 2014).
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Datos personales
- Orlando Clavijo Torrado -
- Cúcuta, Norte de Santander, Colombia
- Casa-Museo General Francisco de Paula Santander - Villa del Rosario
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