viernes, 12 de abril de 2019

RENACE LA ACADEMIA DE HISTORIA

RENACE LA ACADEMIA DE HISTORIA Por Orlando Clavijo Torrado* La cita era el viernes 29 de marzo de 2019, a las cuatro de la tarde. Objetivo: elegir junta directiva para el período 2019-2021, período, como el que más, cargado de significación histórica, porque nos hemos de remontar doscientos años atrás y revivir los fragores de la definitiva batalla independentista del puente de Boyacá y la magna sesión en la Villa del Rosario de Cúcuta que le dio a Colombia un derrotero cierto mediante la carta constitucional. La sede de la Academia de Historia de Norte de Santander está situada en la calle 8ª número 3 – 47, al costado oriental del llamado Palacio Nacional, propiamente edificio Santander, en el primer piso. Por lo general encuentra uno en el andén aledaño un joven carcomido por los estupefacientes, durmiendo o desfallecido en el suelo. La marihuana la consigue bien cerca, en la acera del frente, en un ventorrillo en donde fingen vender caramelos y cigarrillos. A la vuelta, diagonal a la entrada del palacio, existe un CAI de la Policía Nacional (Centro de atención inmediata). Los viciosos dejan su huella maloliente en el contorno. El olor a orina es repulsivo. También tiene uno que esquivar los excrementos de perro. En fin, la entrada a este templo de la cultura, en las entrañas de la ciudad, es deprimente. Reconstruir la historia no es tarea fácil. Digo, la verdadera historia. En lo sencillo y a veces elemental se encuentra la verdad. Quien es trasparente es verdadero. Detrás del estruendo y las rimbombancias no se ocultan sino fuegos fatuos y vanidades. Las técnicas y las metodologías por supuesto que cuentan en el investigador, pero aplicados sin petulancia, con honradez, objetivamente, sin doble juego. Por ejemplo, ajustar criterios de hoy a los hechos del pasado es tergiversarlos. Veamos un caso de aplicación de un juicio semejante: es el oprobio de la esclavitud, en cuyos sostenedores cae hasta el mismo Jesucristo, quien, como todos los de su época, fue esclavista; más tarde su seguidor más aguerrido, Pablo de Tarso, dijo: “Esclavos: obedeced a vuestros amos de este mundo con respeto y temor, con sencillez de corazón”. Pero el cristianismo sembró la simiente que habría de germinar, casi dos mil años después, en la abolición de tal horror. (Aunque en la realidad no se ha logrado la total eliminación porque hoy en día subsiste la esclavitud de forma velada padecida por los asalariados). Lo anterior para significar con un solo tema, el de la esclavitud, la fina y paciente labor que le incumbe a un investigador de la historia. El origen de la Academia es el siguiente: el 29 de abril de 1934 la Asamblea del departamento aprobó la Ordenanza N° 42 por la que creaba el Centro de Historia de Norte de Santander, dependiente de la Dirección General de Instrucción Pública Departamental y de la Academia Nacional de Historia. El estatuto fue sancionado por el gobernador Francisco Lamus Lamus. Éste debería nombrar doce miembros de número, y el presidente del Centro designaría un secretario. Lamus no cumplió, pero sí su sucesor Manuel José Vargas el que por Decreto 673 de noviembre 24 de 1935 nombró la docena de académicos, auténticos y respetables maestros del saber. Ellos fueron: Francisco A. Torres, Rafael Espinosa, Teodoro Gutiérrez Calderón, Ciro Alfonso Gómez, José María Vesga Villamizar, Miguel Durán Durán, Bernardo J. Hernández, León García-Herreros, Arturo Villamizar Berti, Luis Gabriel Castro, Luis Eduardo Romero y Luis Eduardo Pacheco. El 2 de abril de 1936 se instaló el Centro en el antiguo templo de Villa del Rosario. Don Felipe Ruán, director de Educación, fue el orador de orden. El cargo de presidente recayó en Rafael Espinosa, y el de secretario en Luis Eduardo Romero. La Ley 43 del 13 de diciembre de 1973 en su artículo 4° dispuso que el Centro de Historia de Norte de Santander pasaría a llamarse Academia de Historia, integrada por cuarenta miembros de número y por correspondientes y honorarios en número indeterminado. Pasemos propiamente al hecho histórico. La elección de este 29 de marzo resultaba atípica por la confrontación de grupos en relación con la presidencia. Se dio una viva batalla campal. Los fuegos se abrieron dos meses antes. Hubo programas de gobierno como en cualquier campaña política. Yo mismo le dije a uno de los candidatos, mi dilecto amigo Mario Villamizar Suárez, en broma, que dónde estaba mi bulto de cemento o mi paquete de mercado, para darle mi voto. Los candidatos tuvieron que sacar a relucir títulos, pergaminos, merecimientos y listados de acciones y trabajos aquí, allá y más allá. Como todos estaban tan parejos, parecía un encuentro de lucha libre, máscara contra máscara. Portafolios contra portafolios. El asunto se tornó de interés municipal. En los círculos profesionales, en la radio y en el periódico local trascendió el acontecimiento: iba a haber cambio en la junta directiva y nuevo presidente de la Academia de Historia de Norte de Santander. Nunca había ocurrido en Cúcuta tanto interés por algo trivial que se desarrollaba recatadamente en el Palacio Nacional, en un ignorado salón. Acababa de fallecer uno de los miembros más destacados, entusiasta y mecenas en muchas ocasiones, el médico Pablo Emilio Ramírez Calderón, y su muerte desencadenó elogios y acusaciones. Escritos iban y escritos venían. La puja electoral y la controversia alrededor del doctor Ramírez le puso más sabor – aunque agridulce - a la contienda. Por mi parte, para agregarle otro ingrediente polémico, el mismo día de la elección presenté un proyecto de reforma de los estatutos, que habrá de considerarse en el seno de la nueva junta directiva, sobre los requisitos para ingresar a la Academia y para conceder condecoraciones. Consideré que tales requisitos se deben afinar con objeto de acabar con la feria de admisiones por amiguismo, o porque el candidato ostenta determinado cargo, o por otras razones que se prestan a suspicacias. La irregularidad no ha sido distinta en cuanto a otorgamiento de condecoraciones, que se vienen repartiendo a granel. Esta práctica, insisto, se debe erradicar, pues la Academia no debe tratarse como un club de favores o exaltaciones a personas sin méritos culturales. Propugnamos porque se acaben los ingresos exprés y la feria de las medallas. La preelección y la elección misma fueron un tsunami que estremeció a la Academia de Historia hasta sus cimientos. La condición humana sale a flote en su fortaleza y virtud, o en su fragilidad y veleidad, en los grandes cataclismos, y nadie escapa a mostrarse cual es en su verdadera esencia. Solo que se requiere tener los sentidos aguzados para captar estos fenómenos. Todo terminó, felizmente, pasadas las cinco de la tarde: a esa hora el presidente de la Academia ya estaba elegido: era el joven abogado Luis Fernando Niño López, con título de doctor en Historia y Artes de la universidad de Granada, España. Con él fuimos elegidos Fernando Velandia Caicedo como vicepresidente, el suscrito como fiscal, Olger García Velásquez como secretario, Ciro Alfonso Pérez como director de la revista Gaceta Histórica, y los vocales Carlos Corredor Pereira, Patrocinio Ararat Díaz, Jaime Reyes y Douglas Serrano. No digamos que el doctor Niño dejó tendido en la lona a su final y único contendor, el veterano hombre público y de negocios Mario Villamizar Suárez, sino que sangre renovada empezó a fluir por entre las venas de la ochentona institución. Los nuevos dignatarios tomamos posesión el 2 de abril, aniversario del nacimiento del general Francisco de Paula Santander, en la casona en donde se presume que nació. El académico José Cuadros, fervoroso santanderista, pronunció el discurso de orden. El nuevo presidente puntualizó expectativas halagadoras. Promete vencer el anquilosamiento del claustro mediante la incursión en las últimas tecnologías y sistemas de comunicación, vale decir, creación de una página web, alimentar un espacio en un canal local de televisión que podría llamarse “Cinco minutos con la historia”, la creación de una escuela de formación de historiadores, sostener una columna semanal en el diario La Opinión escrita por miembros de la Academia solo sobre historia, socializar las actividades de la Academia con las comunidades de los barrios de Cúcuta y con todos los pueblos del departamento, en fin, abrir la Academia a todos los estamentos, interrelacionarse con ellos y convertirla en un órgano de consulta y en un referente en la ciudad y el departamento no solo en materia histórica sino en el campo intelectual en general. Faltaba decir que, al concluir la jornada electoral, los dos antagonistas se abrazaron risueños, y reinaron de nuevo la unión, la cordialidad y el optimismo entre tirios y troyanos. *Orlando Clavijo Torrado, abogado, miembro de número de la Academia de Historia de Norte de Santander, correspondiente de la Academia de Historia de Ocaña, miembro de los Centros de Historia de Ábrego y Convención. … 11 de abril de 2019.

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Cúcuta, Norte de Santander, Colombia
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cena en el Club del Comercio - 15 de Junio de 2010 - Columnistas

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Orlando Clavijo Torrado y Luís Eduardo Páez García junto a la foto del General Mateo Torrado, tío bisabuelo del primero, quien la donó. Don Justiniano J. Páez, abuelo del doctor Luis Eduardo, en su obra histórica al referirse a la guerra de los Mil Días, da fiel cuenta de las acciones del General Torrado en la contienda, en virtud a haber actuado como su secretario.

Museo Antón García de Bonilla

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Hermanos Clavijo Torrado, Orlando, Nora, Edilia y Olga. Julio de 2010, Ocaña - Junto a la bandera con la imagen del Libertador Simón Bolívar bordada por señoras de Ocaña al conmemorarse el primer centenario de la independencia (1910).

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COLUMNA DEL 2 DE JUNIO DE 2009 - DIARIO LA OPINION

Posesión como miembro de la Academia de Historia de Norte de Santander, Cúcuta, 17 diciembre 2007

Posesión como miembro de la Academia de Historia de Norte de Santander, Cúcuta, 17 diciembre 2007
Con sus hijos, de izquierda a derecha Cesar Octavio, Jaime Mauricio, Silvia Andrea y Orlando Alexander Clavijo Cáceres

LANZAMIENTO LIBRO "CERCA DE LAS ESTRELLAS"

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29 DE MAYO DE 2009. CÚCUTA.

En la Academia de Historia de Norte de Santander

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Padre Edwin Avendaño, José Antonio Toloza (Q.E.P.D), Secretario de la Academia, y Orlando Clavijo Torrado