jueves, 4 de junio de 2015
EL ATRAVESADO
Para el semanario La Provincia
EL ATRAVESADO
Por Orlando Clavijo Torrado
El egoísmo y la envidia de una sola persona pueden llegar a causar el atraso de un pueblo. Un solo individuo es capaz de sacrificar el bienestar colectivo si no se le rinde pleitesía. Así, fácilmente las bajas pasiones van de la mano con la crueldad y el sufrimiento de los demás. Lo demuestra el siguiente relato de un hecho plenamente real. Por fortuna, el tesón, la fe, el trabajo y la inteligencia triunfaron.
En el año 1970 aquel caserío elevado a categoría de municipio era el único del departamento Norte de Santander que carecía de carretera. El gobierno desatendía el clamor que desde veinte años atrás elevaban los humildes moradores. Aparecían por allí los políticos a caballo en tiempos electorales, maltratados por el zangoloteo de la bestia, y renegando en voz baja por tener que ir a semejante lejanía en pos de unos votos, y en discursos vibrantes, a la vez que se compadecían del rezago del pueblo prometían que tan pronto llegaran a la alta corporación pública emplearían todas sus energías e influencias para que la administración nacional o departamental destinara los recursos propios para la obra de la carretera, pero nunca cumplían.
Pues fue en ese año en que los parroquianos vieron llegar por primera vez un carro al poblado. Algunas señoras lloraban conmovidas, y Augusto Báez se desmayaba de la emoción. Pero antes de la entrada triunfal del carro los gestores de la obra habían pasado las verdes y las maduras entre gestiones gubernamentales, comisiones, papeleos y manejo del escaso presupuesto aportado y del personal de trabajadores. Ellos mismos habían tenido que meterle la mano a la pala y al barretón. La historia recordará sus nombres. Como es recordado el ministro de Obras Públicas de la época Argelino Durán Quintero.
El último tropiezo lo tuvieron con don Cristóbal Jerez. En el tramo final, para entrar ya al caserío, la poderosa cuchilla Bulldozer Caterpillar debía surcar un maizal suyo. Don Cristóbal, pese a ser hombre importante de la comunidad y dueño de gran capital, se había negado a integrar el comité de trabajo de la carretera fundado en que no lo habían nombrado presidente. Se acostumbraba que aunque él nunca dijera esta boca es mía, presidía el directorio y todas las juntas. Quienes bebían con él y a su costa siempre lo aclamaban. Pues bien: don Cristóbal dijo que esa “catapila” primero pasaba por encima de su cadáver antes que tocarle una sola mazorca. Y conforme lo juró, lo cumplió: se sentó en la mitad del maizal y desafió a que le echaran la máquina por encima.
¿Cómo superar el obstáculo? A uno de los dirigentes – propiamente a don Leopoldo Calvo – se le ocurrió la mejor de las ideas: el señor Jerez aún no estaba borracho, estaba apenas “templado”, a medio dulce, es decir, en aquel estado en que la juma empieza. Conociéndole, pues, la debilidad, don Leopoldo se le acercó con mucho tacto y amabilidad, y con un litro de aguardiente. Se hincó junto a él y lo invitó a tomarse una copa de las grandes, de las que le gustaban al hombre. A don Cristóbal se le despertó el ansia de beber, y don Leopoldo estuvo listo a complacerlo. Al poco tiempo don Cristóbal ya se había empacado todo el litro, y yacía roncando en la hojarasca. Entonces don Leopoldo dio la orden de que lo alzaran y lo llevaran a su casa, y que pasara la máquina rápido. ¡Estaba despejado el espacio para terminar la carretera!
Cuando el señor Jerez despertó ya tenía la carretera a pocos pasos de su vivienda. Irónicamente, él, que se había opuesto a la obra, fue el primero que compró un carro.
orlandoclavijotorrado@yahoo.es
3 de junio de 2015
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- Orlando Clavijo Torrado -
- Cúcuta, Norte de Santander, Colombia
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