miércoles, 30 de septiembre de 2015
VIVIENDO COMO GRINGOS
Para el semanario La Provincia
VIVIENDO COMO GRINGOS
Orlando Clavijo Torrado
Significaba mucho adelanto para aquella época. Y para aquella aldea, que se consideraba tan aislada, tan distante que era igual de lejos la capital de la república o la capital del departamento o la capital de la provincia. Y, para su mal, sin carretera.
Pareciera increible que un pueblerino o un campesino dispusieran de un catálogo particular de ventas por correo, en donde se ofrecía un mundo de mercancías: chaquetas, camisas, pantalones, faldas, suéteres, abrigos, zapatos, útiles de estudio, martillos y toda suerte de herramientas, instrumentos musicales, cadenas y otras joyas, muebles, jarrones y adornos, vajillas, cortinas, juguetes, pesebres y luces de Navidad, radios y tocadiscos, todo, todo, menos comestibles. Los catálogos presentaban las ilustraciones de cada artículo de modo de poderlo examinar a gusto.
Quizá los catálogos llegaron por intermedio del telegrafista. Porque el telegrafista, en aquellos años 50 del siglo pasado, era el relacionista del pueblo.
El sistema funcionaba sencilla y cómodamente para el cliente: éste escribía una carta a la casa de Ventas por Correo en Bogotá; especificaba el artículo escogido, anotaba su referencia, y depositaba la misiva y el valor del pedido en las honradas manos del telegrafista quien lo giraba a la dependencia regional y de allí enviaban el dinero a la casa matriz. Al cabo de unas semanas le llegaba al usuario su pedido, perfectamente empacado. Había recorrido por carretera centenares de kilómetros.
Las encomiendas las recibían en la oficina de correos y telégrafos mayor del contorno, de allí iban a la oficina subalterna del pueblo que seguía en importancia, y finalmente eran entregadas al hombre encargado del servicio de repartición en el pequeño poblado; a este hombre lo llamaban "el correo"; por mucho tiempo Luis Jiménez - el administrador de la planta eléctrica - desempeñó el oficio. Para algo tan duro se requería una persona fuerte y ágil. Jiménez era el indicado. Con inmensos fardos atados a la espalda por un pretal subía el empinado y angosto camino de 15 kilómetros de La Sanjuana a Bucarasica.
Nada le quedaba grande: al mismo tiempo cargaba la guitarra que había pedido el maestro Alcides Peñaranda, el cuadro encargado por doña Elvira Torrado de Clavijo, las cajas de porcelana de doña Lola de Gerardino y el paquete de cartas y documentos. En ocasiones echaba mano de una mula para transportar tanta mercancía.
El sistema de ventas por correo duró algunos años. Cuando cesó se concretó a su matriz, el almacén Sears, Roebuck & Company en Bogotá. Si bien luego vino el sistema de compra por cuotas o pólizas, nada igualaba a la comodidad y la eficiencia de aquellas ventas que favorecían a los pueblos retirados y pequeños y las comunidades rurales.
Hoy causa admiración que hubiera llegado allí el modernismo representado en el sistema de ventas por correo, el mismo que estaba de moda en los Estados Unidos.
orlandoclavijotorrado@yahoo.es
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30 de septiembre de 2015.
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- Orlando Clavijo Torrado -
- Cúcuta, Norte de Santander, Colombia
- Casa-Museo General Francisco de Paula Santander - Villa del Rosario
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