jueves, 29 de octubre de 2015
EL VESTIDO BEIS
Para el semanario La Provincia
EL VESTIDO BEIS
Orlando Clavijo Torrado
Era una señora obesa, de unos 65 años, y de un temperamento inaguantable, en contraste con el de su hija, tan amable y cortés. Las dos vivían frente a la modistería en la calle Del Dulce Nombre.
Se daba ínfulas de pertenecer a la clase alta y decía que sus trajes no los confeccionaba cualquiera. En Ocaña, según ella, no había alta costura. Por ello, es extraño que cruzara la calle y se acercara a la modistería. La dueña no pensó que con tanto orgullo su vecina le pediría que le hiciera un vestido. Pues resultó que la doña llevaba la tela, color beis, y buscó y rebuscó en una revista de modas todos los estilos hasta que se inclinó por un vestido de una sola pieza que exhibía una estilizada modelo.
La modista de inmediato se dedicó a la obra y a los ocho días llamó a la clienta para entregársela. Ésta pasó al vestier, se midió la prenda y salió al pasillo protestando: “¡Lástima mi tela fina. Vean qué porquería. Esto no es un vestido, es un costal. Parezco un tamal mal envuelto. Ni muerta me lo pongo!” Mientras tanto, la dueña del local y sus ayudantes la contemplaban y le refutaban: “Señora: ese fue el modelo que usted escogió, y realmente le queda muy bien para su cuerpo”. La vieja no aceptó. De mala gana preguntó por el precio, dijo que era muy caro, un verdadero robo por semejante adefesio, que lo pagaba para que no creyeran que era una ladrona pero que no merecían ninguna paga, y le botó en una mesa el dinero a la dueña.
Cuando dijo que no quería llevarse semejante costal, uno de los ayudantes de la modistería, el más callado y prudente, le dio esta contundente razón: “Señora: nosotros hacemos vestidos, no cuerpos”. La mujer quedó aplastada, y sin chistar nada recogió el traje.
Pasadas unas semanas la gente de la modistería se admiró de que aquella dama saliera emperifollada luciendo justamente el vestido del cuento. Y más admiración les causó el ver que repetía y repetía el vestido.
Al cabo de los años la hija regresó al taller, habló con la propietaria y le contó que su madre había muerto. “Usted no lo va a creer”, le dijo. “Mi madre pidió que la enterraran con aquel vestido, el del pleito, el que calificó en un principio como un costal. Poco a poco se fue enamorando de él y ya no se lo quitaba, pues sostenía que era el mejor que había tenido en su vida”.
orlandoclavijotorrado@yahoo.es
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27 de octubre de 2015.
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- Cúcuta, Norte de Santander, Colombia
- Casa-Museo General Francisco de Paula Santander - Villa del Rosario
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