martes, 29 de mayo de 2018
MI GATO GAMÍN
Para El Informador del Oriente
MI GATO GAMÍN
Orlando Clavijo Torrado
Hacía largo tiempo que estábamos descansando de la plaga cuando empezó a merodear uno que otro ratón. Los pesticidas resultaban ineficaces; parecía que multiplicaban los bichos, de modo que resolvimos no darle más vueltas al asunto y acudir al remedio infalible: un micifú.
Pedimos a parientes y amigos que nos ayudaran a buscar un buen cazarratones. No pasaron muchos días antes de que se aparecieran en casa con dos pequeños felinos: el uno, de hermoso pelaje amarillo cruzado en el pecho por una franja negra, con patitas blancas, de buen tamaño, bien nutrido y de porte displicente como diciendo “me importa un pepino quiénes son ustedes, y apúrense con mi ración”; el otro, un ejemplar de hirsutos pelos grises, desmirriado, de escasa altura para los días que tenía de estar caminando en cuatro patas por este mundo, sin gracia especial, pero de mirada vivaz, atento a cualquier sonido o movimiento.
Había que ponerles nombre. Surgieron estos: Oligarca y Estrato Diez para el primero, y Gamín y Estrato Cero para el segundo. Al fin quedaron bautizados como Oligarca y Gamín.
Ahora, el dilema de cuál debía de quedarse lo definió al otro día Gamín: del cuarto de san Alejo sacó un ratón de casi su misma talla y lo devoró con la técnica de un gato viejo, sin dejar rastros del ratonicidio, vale decir, ni ojos, uñas, pelo o huesos regados. Mientras, Oligarca rozaba las piernas de todos para recordar que era la hora de servirle el alimento concentrado.
Gamín pasó a ser, de consiguiente, un miembro más de la familia. Duerme en la cama que se le antoja, se encarama sobre los carros y vigila desde allí, y acude al comedor cuando la doméstica nos llama. Entiende a la perfección que cada cosa debe ser en su sitio, en cada área, así que en repetidas ocasiones ha traído su menú al comedor, pues seguramente se dirá que “si todos manducan aquí, ¿por qué yo no puedo?” Le advertimos que los ratones debe despacharlos en otro lado, en el patio o en el garaje, por ejemplo. No. Él insiste en embutírselos ahí mismo, y no se retira hasta que la cola del infortunado animalucho no desaparece en su boca.
Pero el minino también se desordena por días. O por noches, mejor, porque regresa en las mañanas despelucado, hambriento y sediento. Mi esposa lo reprende pues asume que estaba de enamorado, y mirándonos de reojo a los varones de la familia le dice: “¡qué problema con estos perros!”.
Prácticamente ya cumplió su misión de limpiar la casa de ratones. Y a pesar de los muchos que se ha echado al pico no creció como debía, ni engordó. Naturalmente, se le está suministrando alimento concentrado desde que empezó a dar señales de que la dieta ratonil lo indigesta a veces o lo hastía.
En este momento en que escribo, Gamín está echado sobre la impresora y de cuando en cuando lanza sus garras sobre el teclado. Se cree, seguramente, mi secretario. Por fortuna para mi trabajo se convenció de que no se puede comer el “ratón” y apenas le sigue con sus ojazos verdes el movimiento sin que pretenda atraparlo. Claro que para convencerse me echó a perder dos mouses con cables incluidos, los que a pesar de morder insistentemente no pudo tragar.
Tengo que bajarlo de la mesa y pedirle que me deje escribir pues el tema es él. Entonces, se acomoda en mis piernas y empieza a ronronear.
…
27 de mayo de 2018
(Readaptado de la Croniquilla “¡Qué gato tan perro!” del 3 de diciembre de 2003).
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Datos personales
- Orlando Clavijo Torrado -
- Cúcuta, Norte de Santander, Colombia
- Casa-Museo General Francisco de Paula Santander - Villa del Rosario
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