domingo, 23 de septiembre de 2018
LOS PRESUNTOS
Para El Informador del Oriente
LOS PRESUNTOS
Orlando Clavijo Torrado
Ha hecho carrera entre los periodistas un marrullero vocablo: “presunto”.
Presunto lo define el Diccionario como "participio pasado de presumir; es también adjetivo". Presumir es "sospechar, juzgar o conjeturar una cosa por tener indicios o señales para ello". También significa "vanagloriarse, tener alto concepto de uno mismo". Sin embargo, la acepción que nos interesa aquí es otra.
Pues bien: ahora se alega que mientras alguien no sea condenado, tanto el delito como el autor son presuntos. Vean ustedes los noticieros de televisión y los periódicos: no hay nada que no sea presunto. No importa que al atacante lo hayan sorprendido machete en mano acabando a otro, descuartizándolo, y que la Policía lo capture con el arma aún teñida de sangre: eso no pasará de ser un presunto delito de homicidio, y el matarife será un presunto homicida. Al sujeto que detienen con un carro ajeno huyendo a toda velocidad se lo llama con mucho respeto presunto ladrón, y con todo y que la Policía lo agarró con las manos en la masa el hecho apenas llega a un presunto robo.
Por ello, nos podemos imaginar el siguiente escenario: los pillos, sabedores de este lenguaje amanerado, le advierten a la víctima, al tiempo que le ponen un cuchillo en el cuello: "este es un presunto atraco". El presunto agredido, a su vez, le deberá preguntar al presunto asaltante: "¿me va dejar vivo o me va a causar una presunta muerte?"
Estas sutilezas o falta de claridad es lo que se llama ahora lenguaje políticamente correcto. En ese contexto, ya no se informa que una mina antipersona puesta por el grupo guerrillero tal le amputó una pierna a un campesino de San Calixto, sino que la violencia fue la culpable de la amputación. Esta, de acusar a la violencia, es una forma de no incomodar al gobierno, a los facinerosos y no se sabe a quién más, y un escape a confrontar la verdad, acudiendo a la ambigüedad,
Volviendo a nuestro tema central, así, por ejemplo, el excomandante de las Farc alias Santrich, a quien pescaron antes de que enviara diez toneladas de cocaína a los Estados Unidos, para los noticieros es un presunto narcotraficante. ¿Cuántas toneladas más faltarán para que deje de ser presunto? ¿O cuántas puñaladas o tiros tendrá que recibir la víctima para que su muerte no sea un presunto asesinato? ¿Hasta qué momento la violación es presunta? ¿Será hasta cuando el muchachito camine?
Es menester revaluar criterios tan equívocos para señalar las cosas. Ya basta de usar ese fementido lenguaje y de maquillar las malas acciones de un malvado alegando que hasta que el juez no lo condene se le debe considerar como el posible autor de un horrendo crimen. A las cosas hay que llamarlas por su nombre: el delito es delito y el delincuente es delincuente.
En los demás países del mundo no se andan con eufemismos con los criminales. En Colombia, sí. Por algo somos tan distintos, y por eso estamos como estamos.
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(Adaptado de mi artículo “Presunta connotación”, publicado en La Opinión del 7 de diciembre de 1987, y reproducido en el libro “Las crónicas más divertidas de Norte de Santander”, publicado en el 2017).
orlandoclavijotorrado@yahoo.es
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22 de septiembre de 2018.
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- Cúcuta, Norte de Santander, Colombia
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