viernes, 7 de septiembre de 2018
EL REGRESO DE PUNTILLÓN
Para El Informador del Oriente
EL REGRESO DE PUNTILLÓN
Orlando Clavijo Torrado
Yo estaba de vacaciones en Campoliso. En aquel tiempo no había carretera para el pueblo. Tocaba a lomo de mula.
Juan Jorge – o Puntillón, cual era su apodo, por lo alto y desgarbado, aunque en su cara nadie lo llamaba así sino Juanito - me llamó de Bogotá y me dijo que quería visitar su tierra natal, en donde, además, residía una hermana suya. Esta señora criaba nueve muchachitos, en una casa de corredor grande, con una pieza amplia para la tienda y dos dormitorios. Los muchachitos, niños y niñas, andaban, casi siempre, con las nalguitas al aire, dejando sus caquitas aquí y allá.
Puntillón y yo fuimos juntos al colegio en Zipaquirá. Él era, lo que se llamaba en esa época, un filipichín. Conociéndolo, como lo conocía, no me lo imaginaba durmiendo en un colchón delgado y deforme por lo viejo, con pulgas de los perros de su hermana, y yendo al inodoro detrás del platanal.
“No venga, Juanito”, le insistí, “que esto por aquí es muy feo”. Pero él emprendió el viaje.
El autobús lo llevó a Cúcuta y allí tomó un carro de Peralonso. Éste lo dejó en el paradero de Malabrigo. Puntillón le pidió el favor a un arriero de que le bajara la inmensa y lujosa maleta del techo del bus. Su hermana le había enviado un caballo, con un obrero de la finca, para que subiera los 15 kilómetros de camino en zigzag ininterrumpido, hasta el propio Campoliso.
De Bogotá a San Gil gozó el joven del clima sabanero al que se había acostumbrado, pero no fue sino entrar allí para que empezara a sudar con desespero. El calor lo atormentó buena parte del recorrido, se ensañó con él en Cúcuta y no lo abandonó ni al llegar a Campoliso.
¡Pobre Puntillón! ¡Nunca había montado a caballo! Por ello, el animal parecía que se había propuesto sacudirle los huesos a gusto.
¡Qué gran regocijo de su hermana al verlo, la hermana desvalida, la incivilizada, mientras el resto de la familia se había anclado en Bogotá! ¡Y qué alboroto el de sus sobrinitos con el tío elegante, al que se le encaramaban por todas partes, manchándole de mocos y mugre la límpida camisa!
En su maleta había empacado, a lo largo, varios trajes completos. Se vistió y salió a pavonearse por la calle principal. Miraba de reojo para comprobar que los parroquianos estuvieran deslumbrados. Pero la gente no le prestó atención y no faltaba quien se riera de él. Visitó viejos amigos de su padre. Donde quiera, no hay que negarlo, se destacaba, pues en Campoliso el vestido diario de los hombres consistía en un simple pantalón y una camisa de manga corta.
Puntillón permaneció solamente dos días en Campoliso.
Había pasado una pésima noche, entre malos olores y sin la menor comodidad.
“Aquí no se ve sino atraso”, se lamentó. “Mi hermana también se volvió una campesina. ¡No hay como Bogotá!”. Y juró que jamás volvería a visitar un pueblo tan miserable. “Trataré de sacar a mi hermana de acá, lo más pronto”.
Y a la verdad, a los pocos años ella ya estaba viviendo en la capital.
orlandoclavijotorrado@yahoo.es
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5 de septiembre de 2018.
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Datos personales
- Orlando Clavijo Torrado -
- Cúcuta, Norte de Santander, Colombia
- Casa-Museo General Francisco de Paula Santander - Villa del Rosario
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