viernes, 5 de julio de 2013
EL HIGADO
PARA EL SEMANARIO “LA PROVINCIA DE OCAÑA”
EL HÍGADO
Orlando Clavijo Torrado
La discusión de los dos labriegos había entrado en calor, ya el tono de la voz tomaba acento de grito, y las palabras fuertes, particularmente aquellas en que la madre sale a relucir, reemplazaban a los reclamos: “¡no sea tan h.p!”, “¡más h.p. será usted!”, “¡repítame eso!”, “¡que más h. p. será usted y píntela como quiera!” Entonces uno de ellos escupía en el suelo y retaba al otro: “si es tan arrecho píseme esta saliva”; el retado sabía que le estaban calibrando la hombría de manera que sin vacilar pisaba la saliva, señal para que el rival le lanzara la primera puñalada y éste le respondiera con una cuchilla igual o más grande pero no menor de 15 pulgadas. En una pelea así por lo general uno de los dos moría y el otro huía, si es que las heridas no lo dejaban tendido a la orilla del camino.
Que existiera la costumbre de pisarle la saliva al otro como forma de aceptar un desafío la oí mencionar hace muchos años. No sé si hoy se conserve, mas sospecho que la modernidad la haya borrado y los campesinos de hoy ni la recuerden.
Sin embargo, esos duelos no se sucedían solamente en los alrededores, cuando los labradores llenos de aguardiente retornaban a sus hogares, sino también en las calles del pueblo, por la tarde, ya que en la mañana habían asistido a la misa de nueve, habían vendido los frutos de la huerta y con el dinero recibido habían comprado el mercado de la semana. A continuación se sentaban en una cantina, ponían la mochila del mercado a un lado, pedían la música de su preferencia – rancheras y merengues y rumbas paisas -, y a las veinte cervezas era obligatorio formarle la furrusca al contertulio, arma blanca en mano. El combate no podía ser sino a muerte, implacable, o como decían ellos, “hasta sacarse la mierda de las tripas”.
Un amigo presenció en su pueblo una riña de esas características, en medio de un cuadro tragicómico. El estaba de corta edad. En el momento en que comenzó la trifulca la madre lo había enviado a la plaza a comprar una víscera de res. Cruzó por el escenario trágico cuando un sujeto le asestaba cuchilladas a otro que yacía en el suelo y una mujer lo remataba a palo; los agresores eran madre e hijo. La gente no resistió contemplar la imagen tan terrible de aquel pobre hombre masacrado, con los intestinos afuera, y se retiró aterrorizada. Todos comentaban la sevicia con que lo habían atacado.
Nuestro amigo regresaba ya de cumplir el recado y volvió a pasar por el lugar del crimen; como todo niño inquieto llevaba la compra mal envuelta en una hoja de bijao de modo que la mitad se salía. El horror de los parroquianos creció cuando vieron lo que llevaba el chico en sus manos: ¡un hígado! ¡No puede ser!, exclamaron. ¡Le sacaron hasta el hígado! ¡Claro, comentó alguien, ¿si le sacaron la menudencia por qué no le iban a sacar el hígado?
- Oiga, niño, ¿usted fue capaz de recoger el hígado del muerto?, le dijeron.
- ¡Cuál hígado del muerto y si esto es lo que compré en la pesa para el desayuno de mañana!, respondió el jovencito.
Los paisanos respiraron tranquilos, algunos celebraron a carcajadas la confusión y el mandadero llegó a su casa a referir a su madre entre risas y miedo cuanto le había acontecido.
orlandoclavijotorrado.blogspot.com
3 de julio de 2013.
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Datos personales
- Orlando Clavijo Torrado -
- Cúcuta, Norte de Santander, Colombia
- Casa-Museo General Francisco de Paula Santander - Villa del Rosario
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