sábado, 28 de marzo de 2015
EL LADRÓN BURLADO
Para el semanario La Provincia
EL LADRÓN BURLADO
Orlando Clavijo Torrado
En estos días leía una comiquita de “Olafo el amargado”, el vikingo que asalta castillos y aldeas, justamente la aventura que le salió mal porque le dio la orden a sus terribles guerreros de tomar unos grandes costales puestos al pie de la muralla de una fortaleza creyendo que los sitiados habían arrojado sus tesoros, y resultó que se trataba de basura.
Se ha dicho que cuando se hace una caricatura hay algo o alguien que se le parece. Pues el episodio de la caricatura sucedió en la calle 13 del centro de Cúcuta ya hace un buen tiempo.
Aquel ladrón - que robaba, digamos, quince años atrás y anda por ahí no se sabe si en las mismas - tenía un lugar marcado en los buses urbanos. Su afición eran los paquetes que los pasajeros colocaban en el piso. Y, particularmente, los de cerca de la puerta de entrada. El rata fingía que iba a pagar el pasaje y en segundos se alzaba con paquetes a la mano. Los vecinos del sector, por conocerle tanto su maña, vivían alerta con él. Pero los pasajeros bisoños no y por eso eran víctimas fáciles. El caco se tiraba del bus a la calle y emprendía veloz carrera con el mercado de las señoras o las compras de cualquiera. Corría pocas cuadras y luego se detenía a examinar cómo le había ido.
El tipo nunca perdía el viaje. No faltaba el parroquiano descuidado que dejaba sus talegos en el piso, y ¡zaz!, desaparecían por obra del reconocido antisocial. Hasta que le llegó su día. El día que le pusieron el anzuelo, y el hombre cayó redondo. Engañarlo no era difícil. Solamente bastaba con ponerle unos bojotes cerca de la máquina registradora, hasta donde él llegaba sin pasar de allí.
Así lo hicieron algunos ingeniosos pasajeros: consiguieron tres bolsas grandes de plástico y las llenaron de desperdicios de la cocina y del contenido de las papeleras de los inodoros.
El ambicioso ratero subió al autobús. Observó el ambiente. Los ojos se le iluminaron al ver un botín tan inesperado y raudamente lo agarró y se lanzó del carro antes de que se detuviera. Los mamagallistas lo siguieron y no pudieron contener la risa al verlo sentado en una esquina abriendo las bolsas con desespero, metiendo la mano entre tanta porquería y renegando con su mejor vocabulario tan pronto sacó de primero un pañal desechable: “¡Estos hijueputas me jodieron; aquí lo que hay es pura mierda!”
Pero, como se dice coloquialmente, ¡santo remedio! Al menos no se volvió a subir en los buses de la calle 13 a robar.
orlandoclavijotorrado@yahoo.es
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27 de marzo de 2015.
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- Cúcuta, Norte de Santander, Colombia
- Casa-Museo General Francisco de Paula Santander - Villa del Rosario
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