martes, 11 de junio de 2013
PARA EL SEMANARIO “LA PROVINCIA DE OCAÑA”.
PRIMERA PARTE DE UN POEMA
Orlando Clavijo Torrado
Debo confesar a mis lectores que, como decía Carlos Lleras Restrepo, yo también he “cometido poesía”, que hace largo tiempo no reincidía y que reincidí porque sentía que no había cumplido una promesa y un anhelo. Así nació en el pasado mes de mayo la ODA A OCAÑA. Es mi más reciente trabajo en ese campo, incluido ahora en una colección llamada Jardín de luz con la que concursé hace un buen tiempo y que está a la espera de la edición.
La composición en su forma tradicional ocupa 8 páginas porque los versos van adecuadamente separados, pero para poderla acomodar al espacio de esta columna le di la forma de poesía en prosa. Sin más preámbulos, presento aquí la primera parte.
ODA A OCAÑA
En mi hogar desde el amanecer no se hablaba sino de Ocaña, como la estrella más brillante de todo el firmamento, misteriosa, y como un rico castillo hechizado.
Mi abuelo Ramón Torrado traía recios toros de Ocaña para las corridas de Ábrego. No los había mejores en la comarca. Eran legendarias su bravura y su imponencia. El mejor criador se llamaba Medardo Urquijo. Y tan honrado era papá Ramón que le dejaban las reses al fiado. ¡Para una tierra de gentes bizarras, toros bragados! Avanzaba la manada de las corridas de diciembre por el Alto de los Seborucos en donde el pueblo aguardaba. De pronto el novillo amarillo con manchas blancas, rebelde entre los rebeldes, se esgaritó y agarró el camino real. Sobraron los voluntarios de Ábrego para salir al encuentro del toro desbocado cantando vaquerías.
El abuelo se solazaba refiriendo las hazañas de su tío el general Mateo Torrado -nuestro héroe de la guerra de Los Mil Días – quien después de la lucha buscó el remanso ocañero.
Me contó que en una tienda del barrio San Francisco un impertinente se propuso impedirle saborear una cerveza. El general lo amonestó paternalmente pero el “sangripesado” no accedió a comportarse. Entonces le asestó tal puñetazo que lo envió volando por los aires sobre un bulto de leña sobre el que se asarían las arepas con pellejo. “Para que aprendás a respetar”, le dijo.
Según mi madre, todos los abuelos, Mateo, Federico y Benjamín, eran hombres serios, “categóricos”, que apenas usaban las palabras precisas, y no admitían las injusticias. De otra forma, no contendían.
Mi padre, adolescente, pasaba por Ábrego, pero antes había saludado a lo lejos, de donde salía el humo de una pipa, a su bisabuelo Pedro Clavijo, de cien años, en la mítica vereda Piedras Negras. Iba para Ocaña, con su padre, arreando una de las recuas más grandes de Bucarasica. En el parque de San Agustín se reunían hasta mil mulas. ¿Exageraba mi padre? Pero es que cargaban el café de toda la provincia. Regresaban con el trueque: sal, velas esteáricas, alpargatas, manteca en voluminosas latas, pescado de Gamarra y de La Gloria, queroseno, telas, carne en lonjas que montaban sobre el lomo de las bestias.
¡Qué temporadas en Ábrego! ¡Qué calor de familia, qué evocación de los ancestros, de leyendas y de nobles orgullos! Y el gran escape: la inmensa ciudad, Ocaña. Por ello, cuando me dijo mi padre “estudiarás en Ocaña” ¡qué noticia tan hermosa! ¡Coronaba un sueño!
orlandoclavijotorrado.blogspot.com
11 de junio de 2013
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Datos personales
- Orlando Clavijo Torrado -
- Cúcuta, Norte de Santander, Colombia
- Casa-Museo General Francisco de Paula Santander - Villa del Rosario
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