CRONIQUILLA
EL GENERAL ARIAS CABRALES
Orlando Clavijo Torrado
El nombre del general Jesús Armando Arias Cabrales no es extraño para los nortesantandereanos. Otra cosa es que el olvido y la ingratitud hayan hecho mella en nuestros corazones, pero este gallardo guerrero es tan de nuestra esencia como el chocheco de Cucutilla y la arepa ocañera.
Desde temprano oí mencionar a menudo, con cariño y respeto, a don Gonzalo Arias Delgado, natural de Cucutilla, y a su esposa doña Hilda Cabrales, oriunda de Ocaña, justamente porque ellos oficiaron de padrinos del matrimonio de Leoncio Clavijo Suescún y Elvira Torrado Torrado, mis padres, en el corregimiento de La Victoria, Sardinata, un 26 de marzo de 1940.
Don Gonzalo tenía un porte viril y facciones distinguidas; su esposa ejemplificaba la belleza y la aristocracia. Constituían un joven hogar radiante por sus virtudes cristianas, admirado e imitado por muchos, como la mayoría de parejas que allí se conformaron. Porque a La Victoria, un poblado alejado, seguramente por razones económicas pues se trataba de un espacio y un mercado nuevos para la agricultura y el comercio, confluían gentes de otras poblaciones, incluso sirio-libaneses como los Hellal, los Chaya y los Aljure.
El padre Andelfo, hermano de Gonzalo, atendía en ese momento la feligresía que aún no contaba con parroquia. En tal entorno nació Jesús Armando Arias Cabrales. De La Victoria los esposos Arias Cabrales se trasladaron a Lourdes, en donde fue bautizado el futuro militar. Finalmente se ubicaron en Bucaramanga, por lo que se ha creído que el general es santandereano. Es cierto que allí creció y se educó, mas, como queda dicho, sus raíces son muy nuestras.
El 5 de noviembre de 1985 la guerrilla del M-19 se tomó a sangre y fuego el Palacio de Justicia de Bogotá, con las consecuencias que todo el mundo conoce. El general Jesús Armando Arias Cabrales se desempeñaba como comandante de la Brigada 13 del Ejército Nacional, y se le confió por los altos mandos y el presidente de la República el rescate de los secuestrados y el restablecimiento del orden en el máximo tribunal de justicia de la nación. Pero ahora el cuento se cambió. Nadie quiere recordar que al doctor Alfonso Reyes Echandía, presidente de la Corte Suprema de Justicia, un hombre netamente intelectual, tan pacífico como aquel incapaz de poner siquiera la mano para impedir que una bala lo hiera, un insurgente le descerrajó un tiro en la cabeza estando él de rodillas contra un rincón. Como tampoco nadie quiere recordar que al doctor Humberto Murcia Ballén – mi profesor de Derecho Civil – le dieron plomo los guerrilleros por su prótesis del miembro inferior – “pata de palo”, le decían – cuando osadamente emprendió la huída del Palacio, logrando salvar su vida, mientras que los demás magistrados, sin ningún impedimento, no tuvieron esa decisión. Nadie quiere saber de la bajeza de los asesinos y de la valentía de los guardianes de la democracia y las libertades. Para el general Arias Cabrales están pidiendo, virtualmente, considerada su edad, cadena perpetua. Para los verdugos, perdón y olvido.
Con todo, la naturaleza de las cosas nadie las puede cambiar. Aunque el robo al estado hoy parezca viveza y olfato para los negocios, no deja de ser peculado, no importa que muchos lo practiquen. Y así, quienes defienden la Patria, son héroes aquí y en la Patagonia. Naturalmente, las violaciones a los derechos humanos que se hayan cometido luego de los luctuosos días, ya asegurado el Palacio y pasada la refriega, devienen a crímenes, y deben ser castigadas. Pero lo absurdo, injusto e inaceptable es que los militares que actuaron valerosamente en esas horas aciagas, ahora, de entrada, sean tratados todos como delincuentes, mientras la benevolencia se extiende generosamente para los asaltantes, sus colaboradores, auspiciadores y apóstoles.
En fin, que suceda lo que le suceda al general Jesús Armando Arias Cabrales, su estampa figurará en la galería de los grandes militares de Colombia, cabalmente por ser el prototipo de la bizarría de una raza que no se oculta a la hora del combate. Cuando la cordura se restablezca, también su nombre será reivindicado. Su nombre nortesantandereano.
orlandoclavijot@hotmail.com
Cúcuta, 21 de noviembre de 2010.
lunes, 22 de noviembre de 2010
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- Cúcuta, Norte de Santander, Colombia
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