miércoles, 5 de diciembre de 2012
PARA EL SEMANARIO “LA PROVINCIA DE OCAÑA”
EL MUJERIEGO
Por Orlando Clavijo Torrado
En cierto pueblo de Norte de Santander, de cuyo nombre no quiero acordarme, vivía un caballero de buenas costumbres, casado, padre de varios hijos, con alguna comodidad económica, conocido y respetado por todos. Grosero en el hablar sí era, siendo este su único defecto visible.
Cuando a este excelente ciudadano le llegó su hora final, hubo duelo general; ni qué decir del luto y desconsuelo de su viuda y de su familia.
En aquella época no había funerarias, o si acaso en las grandes ciudades, por lo que ¡qué funeraria habría de existir en una población tan pequeña y alejada! Por consiguiente, la preparación del cuerpo debió de hacerse en su propia casa. Antes que todo estaba lavar el cadáver. Así que la esposa se dispuso a desnudarlo y bañarlo. Al llegar a la entrepierna del susodicho de repente se presentó una muchacha y dijo que ella se encargaba de limpiarlo allí. La cónyuge protestó:
- ¡Usted no tiene derecho a cogerle nada a mi marido, atrevida!
- ¿Que no tengo derecho a cogerle nada? Se las cojo ambas - contraatacó la advenediza. Yo le conocí todo.
- ¿Y quién es usted?
- Para que lo sepa, yo fui la amante de él durante diez años.
Estaban las dos señoras enfrascadas en quién tenía más derecho de hurgar por allá cuando surgió otra mujer detrás.
- Yo lo aseo, no se preocupen.
Las dos primeras se le enfrentaron:
-¡Un momento! ¡Usted no toca a nuestro hombre!
- ¿Su hombre? – reclamó la última. Será mi hombre porque Eliseo me perteneció y le pertenecí por más de veinte años.
Al fin las tres damas comprendieron que estaban peleando por limpiarle a su amado una simple parte de su cuerpo, se tragaron sus resentimientos y, además, su asombro, pues nadie hubiera pensado de don Eliseo un comportamiento tan inmoral. Nada indicaba que llevara una doble vida; Eliseo encarnaba a los ojos de la comunidad la corrección y la compostura. A lo hecho, pecho, se dijeron las mujeres, y aceptada la situación convinieron que en paz y mutua colaboración lo acicalarían y lo vestirían.
Todo en orden, es decir, difunto arreglado, marcharon entonces a la iglesia en donde se realizó la más solemne de las ceremonias. De allí el triste cortejo se enrumbó hacia el cementerio. Vinieron los discursos del alcalde, del presidente del concejo, y de uno que otro orador que no se aguantó las ganas de exaltar al extinto. Concluidas las conmovedoras palabras, levantaron la tapa del féretro para que todos pudieran ver por última vez a don Eliseo. Fue en ese momento en que el cristiano despertó de la catalepsia y al mirarse metido allí y amortajado se sobresaltó y preguntó con grito destemplado: ¿Dónde hijueputas estoy? De inmediato se levantó; las viudas, el cura y toda la concurrencia echaron a correr espantados. Pero de pronto los tres amores de Eliseo se detuvieron, tomaron conciencia de haber sido burladas y se regresaron a buscar al resucitado para propinarle su merecido. Y aquí el que corre es Eliseo pues las mujeres lo iban a matar, a juzgar por lo que le gritaban: Ahora si te vas a morir de verdad, desgraciado, sinvergüenza; te vamos a tapar bien para que no te volvás a salir a engañar a las mujeres, ¿oítes?
orlandoclavijotorrado.blogspot.com
4 de diciembre de 2012
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Datos personales
- Orlando Clavijo Torrado -
- Cúcuta, Norte de Santander, Colombia
- Casa-Museo General Francisco de Paula Santander - Villa del Rosario
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