lunes, 6 de octubre de 2014

EL JURADO CALIFICADOR

Para La Provincia EL JURADO CALIFICADOR Orlando Clavijo Torrado Hace muchos años, más de medio siglo, los alumnos de las escuelas públicas debían presentar los temibles exámenes finales orales ante un jurado calificador. Ello ocurría en noviembre. Los alumnos llevaban su uniforme de gala, los maestros varones lucían para la ocasión vestido completo con saco y corbata y las maestras se engalanaban con lo mejor del ropero. Los jurados también iban de saco y corbata. En aquella época el maestro se llamaba maestro, no profesor, como hoy, o profe. El jurado calificador para cada escuela lo integraban tres personas, escogidas entre las destacadas del municipio. Eran examinados en todas las ciencias vistas durante el año los alumnos de primero a quinto grado de primaria. Pero la evaluación también abarcaba al director de la escuela y sus colegas, puesto que la junta calificadora rendía, después de dos largas semanas de exámenes, un informe sobre la calidad de la educación impartida. Es decir, que si el número de alumnos rajados era grande, los docentes tenían asegurada su salida de la nómina oficial. Todas estas notas aclaratorias vienen al caso para referir lo que me sucedió en una oportunidad en que me nombraron como miembro de un jurado calificador. Yo aún estaba cursando el bachillerato en otra ciudad. Llegué al pueblo de vacaciones y consideraron los señores cura párroco, alcalde y director de la escuela urbana, que era apto para el oficio. Me mandaron de jurado a la escuela de la vereda Filo Real. Yo sería el presidente y me acompañarían como vocales un tío, Ramón Arnulfo Torrado, al que llamábamos Ramoncito, maestro de la escuela urbana, y no recuerdo qué otra persona. Pues bien: marché a la vereda lejana, a lomo de mula. El recibimiento en la escuela fue para jefe de Estado: echaron voladores apenas los caballos asomaron las cabezas en el cerro, los niños formaron en dos filas para que avanzáramos por el medio, agitaban pequeñas banderas de Colombia, entonaron el himno nacional y nos aclamaron: “Vivan los señores jurados!”, y la comunidad completa se reunió y nos saludó entusiasmada. La directora y maestra única pronunció un emotivo discurso. De inmediato hubo brindis con aguardiente de la Industria Licorera del Departamento, aún pujante en aquel entonces, antes de que se la bebieran toda los políticos. Más tarde pasamos a manteles. Las gallinas criollas patas arriba en anchas bandejas nos esperaban. Un conjunto de música de cuerdas amenizó el almuerzo. Por la noche nos aguardaba un baile y otro al día siguiente pues dos días duraríamos examinando. Para el jurado más joven le tenían la muchacha más bonita de la vereda. Después de todo este jolgorio y homenajes vino la parte seria, el examen de los escolares. Los otros dos compañeros me habían delegado para que yo hiciera las preguntas. ¡Horror! Esos pelados no sabían cuánto eran dos más dos, ni cuál era la capital de la república, ni nuestro principal río, ni dónde había nacido el Libertador, ni quién era Dios. Y yo, ponga ceros, unos y dos, como correspondía honradamente, como se lo merecían. Un hombre de unos treinta años, sin mucho aspecto campesino y no mal parecido, se paseaba nervioso por el salón y principalmente me miraba a mí con recelo. De pronto mi tío Ramoncito, con mayor experiencia pues yo era un mozalbete, y atento él a las jugadas, me dijo al oído: Orlando: deje de calificar tan bajo pues la maestra está desesperada llorando en su alcoba; el tipo que se pasea es el novio, es un asesino, se voló del Seminario de Ocaña una madrugada, vino a esta vereda y mató al padrastro y apareció de nuevo al anochecer en el claustro, y además lleva varios muertos a cuesta, de frente o a traición. De modo que, o les ponemos cinco a todos los pegoticos así no sepan nada o no salimos vivos de aquí. Ante tal advertencia esos alumnos resultaron unos genios, la maestra salió de su escondite con cara feliz, su novio también se mostró risueño y dejó de meterse la mano en la pretina en donde cargaba una cuchilla, y este servidor pudo regresar sano y salvo a su casita.

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Cúcuta, Norte de Santander, Colombia
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CERCA DE LAS ESTRELLAS

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Museo Antón García de Bonilla

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Orlando Clavijo Torrado y Luís Eduardo Páez García junto a la foto del General Mateo Torrado, tío bisabuelo del primero, quien la donó. Don Justiniano J. Páez, abuelo del doctor Luis Eduardo, en su obra histórica al referirse a la guerra de los Mil Días, da fiel cuenta de las acciones del General Torrado en la contienda, en virtud a haber actuado como su secretario.

Museo Antón García de Bonilla

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Hermanos Clavijo Torrado, Orlando, Nora, Edilia y Olga. Julio de 2010, Ocaña - Junto a la bandera con la imagen del Libertador Simón Bolívar bordada por señoras de Ocaña al conmemorarse el primer centenario de la independencia (1910).

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COLUMNA DEL 2 DE JUNIO DE 2009 - DIARIO LA OPINION

MONOGRAFIA DE BUCARASICA - Olger García Velásquez

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Posesión como miembro de la Academia de Historia de Norte de Santander, Cúcuta, 17 diciembre 2007

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Con sus hijos, de izquierda a derecha Cesar Octavio, Jaime Mauricio, Silvia Andrea y Orlando Alexander Clavijo Cáceres

LANZAMIENTO LIBRO "CERCA DE LAS ESTRELLAS"

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29 DE MAYO DE 2009. CÚCUTA.

En la Academia de Historia de Norte de Santander

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Padre Edwin Avendaño, José Antonio Toloza (Q.E.P.D), Secretario de la Academia, y Orlando Clavijo Torrado