domingo, 10 de junio de 2018
EL CENSO
Para El Informador del Oriente
EL CENSO
Orlando Clavijo Torrado
Está corriendo el XVIII Censo de Población y VII de Vivienda, que empezó el 9 de enero y termina el 30 de junio de este 2018. Como se sabe, su desarrollo está a cargo del Dane (Departamento administrativo nacional de estadística). El último censo se cumplió hace 13 años. Hasta ese momento, para el efecto se destinaba un solo día. Y los más veteranos recordamos que por muchos años el día del censo se decretaba la ley seca y prácticamente toque de queda para obligar a la gente a permanecer en su casa y asegurar el éxito del certamen.
Dicho esto, entro en materia: Ya vinieron a censarnos al apartamento, que hace parte de un edificio de cinco pisos, no ultramoderno, pero sí moderno. Nos tocó una chica. Dijo que la encuesta la haría utilizando una tableta. Yo pensé para mis adentros: “¡Qué bien que nos vayamos modernizando con lo último en tecnología!”
“¿Entonces aquellos formularios de antes ya no los usan?”, le pregunté. “No, señor”, me contestó. “En la tableta tomamos los datos y de inmediato los vamos transmitiendo a una central. Ocasionalmente se emplea el formulario”. Nos sentamos todos en la sala; a un lado, visible, está la cocina. Hizo las primeras preguntas, pero la pequeña computadora no le funcionó, o no se pudo contactar, de modo que acudió a su inmenso maletín, buscó en el fondo, y suspiró: “Menos mal que eché unos formularios”.
Y ahora sí comenzó el interrogatorio. Un extraño interrogatorio, ante el cual tuvimos que contener la risa muchas veces para no hacer de la entrevista una recocha.
Sí, porque preguntó que si el piso era de tierra. “Es de granito”, le respondimos. Preguntó por el material de las paredes, si eran de bahareque, concreto u otro, y que si el techo era de palma, madera o teja. “¿Tienen cocina?”, preguntó mirando a la cocina. “¿En dónde cocinan? ¿En pieza aparte, o al aire libre?
En ese momento sí me permití hacerle la broma: “No tenemos cocina, señorita; cocinamos en la mitad de la calle, ponemos tres piedras y metemos en medio unos troncos, los prendemos con fósforos y soplamos”. No sé si la encuestadora o era muy seria o no entendió el chiste.
Preguntó que si teníamos agua, de dónde y cómo la traíamos, si por tubería, por manguera o de algún pozo. Le faltó que preguntara si por canales de guadua.
Siguiendo el formulario nos preguntó por la raza, si éramos indígenas, negros, afrocolombianos (por primera vez oímos esa clasificación), raizales, palanqueros, gitanos, u otra. Le respondimos que más bien tirando a blancos. Se quedó dudando porque seguramente en los renglones que rellenaba no estaba esa raza: “tirando a blancos”.
Con otras preguntas, algunas de buena orientación y la mayoría sin relevancia, terminó la encuesta.
Nos quedó una sensación. O varias sensaciones. Primera: que la persona no estaba bien entrenada. Segunda: que el formulario que sacó del fondo del maletín estaba diseñado para el área rural. Y tercera: que se rajan los científicos de Bogotá encargados de elaborar esta suerte de cuestionarios.
orlandoclavijotorrado@yahoo.es
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8 de junio de 2018.
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