jueves, 11 de junio de 2020

RELATO - EL ESCAPE DEL PADRE YARURO

EL ESCAPE DEL PADRE YARURO Por Orlando Clavijo Torrado Además de lo consignado en un libro de mi autoría, me he valido de otras dos fuentes para redactar este artículo: la primera, el relato que escribió don Luis Alberto Yaruro Páez para la revista Hacaritama ; la segunda, la ayuda de la prodigiosa memoria de don Sócrates Gutiérrez Ardila, a sus 94 años, en el reposo de su hogar en Cúcuta en el barrio La Ceiba. Así he reconstruido un triste episodio de la violencia sectaria que vivió el municipio de Bucarasica por los años 30 del siglo XX. En la época de estos sucesos se llamaba La Florida, y era corregimiento de Villacaro. Un primer episodio ocurrió en el mes de enero de 1934. Se aproximaban varios comicios electorales. Gobernaba el país el doctor Enrique Olaya Herrera, intrépido militante liberal, quien había participado en la guerra de Los Mil Días. Por retiro del titular a Bogotá, el político e historiador Luis Augusto Cuervo Pérez, había quedado encargado de la gobernación de Norte de Santander el doctor Benito Hernández Bustos, liberal, amigo y socio de Alfonso López Pumarejo y de su hijo Alfonso López Michelsen. En una mañana llegaron al poblado elementos combinados del Ejército y la Policía. Intimidaron a los vecinos, apresaron al cura párroco don Prisciliano Yaruro, y tomaron como cuartel la casa cural y la iglesia. Las autoridades del corregimiento pertenecían al bando liberal, de modo que vieron con complacencia todos los desmanes de las tropas. La señorita Lastenia Barrera, hija de un viejo dirigente liberal, Rubén Barrera, les gritaba desde el balcón de su casa a los soldados que le metieran candela al “encamisolado” . Ese día, en el ascenso al pueblo asesinaron a don Felipe Yaruro, en la finca Naranjitos, que era un obligado lugar de descanso en el enhiesto camino a La Florida. No permitieron que nadie se acercara al cadáver. Los únicos que se pudieron acercar fueron los perros, a lamer la sangre. Toda la culpa de este trabajador del campo era ser hermano del cura. Continuaron subiendo y antes de llegar al caserío dieron muerte a Basiliso Vargas; lo señalaron de ser un hijuetantas godo. Prohibieron los asesinos que los cadáveres fueran recogidos, y solo tan pronto abandonaron la población, los deudos amedrantados pudieron darles sepultura en el mismo lugar, en las mismas tierras de labor en donde habían sido sacrificados. El obispo de la diócesis de Santa Marta, monseñor Joaquín García Benítez, superior del presbítero Yaruro, se enteró de estos atropellos que calificó de tiránicos y viles, y le dirigió al gobernador su enérgica protesta y la exigencia de que su sacerdote fuera respetado y liberado. Aunque no oportunamente, la petición fue acatada por el funcionario. Al poco tiempo salió de Sardinata una turba liderada por el jefe liberal Francisco Peñaranda, apodado Pacho Quirica . En su marcha se detuvieron en la misma finca, Naranjitos. Allí les ordenaron a los cuidanderos que mataran gallinas y les prepararan un sancocho. Iban borrachos, con suficiente provisión de aguardiente. Lanzaron diatribas contra el partido conservador y contra el cura párroco. Anunciaron que se proponían matarlo. La pareja de agricultores, además de atender a los intrusos con lo mejor de su cocina, debieron soportar las maldiciones y los juramentos de hacerla pasar mal a los conservadores. A pesar del miedo, el encargado de la finca acudió a un recurso para volar a avisarle al padre Yaruro la llegada inminente de los energúmenos que iban por su cabeza: tomó una canasta y le dijo a su mujer en voz alta, para que aquellos oyeran, que se dirigía a la huerta a traer un racimo de plátanos, diligencia en la que no se demoraría. Con la presteza de hombre conocedor de esos repechos, rastrojos y atajos, subió a grandes zancadas en menos de media hora al pueblo. Sin muchos protocolos le refirió al cura la situación y le aconsejó que saliera de inmediato y huyera únicamente con lo que llevaba encima pues no había tiempo que perder. Por ello, el padre en su afán dejó abiertas la iglesia y la casa cural. A la hermana, llamada Palerma, le aconsejó que buscara el calzado más cómodo porque la caminata que les esperaba prometía ser larga y penosa. Ellos no podían emprender la huida a la vista de todo el mundo. En consecuencia, simularon que irían al cementerio, y así los vio la gente cuando llegaron a la esquina y tomaron la bajada. Sobre la breve planicie del camposanto cae un alto peñasco; en medio corre una quebrada. La peña recibe el nombre de Desquites. El camino para llegar a la cumbre es un camino de cabras. Por allí tuvieron que trepar los dos hermanos. Arribaron a la finca llamada Colombia, de allí pasaron sucesivamente a El Tejar y Los Corazones. Algunos buenos samaritanos se dieron cuenta de la persecución y enviaron a un muchacho con dos caballos, uno con silla para el padre y otro con galápago para doña Palerma. El joven llegó a El Tejar, pero allí le informaron que los prófugos iban rumbo a Los Corazones. Por poco los enemigos logran su objetivo. El no encontrar al cura los exacerbó. De mi libro “Cerca de las estrellas” extraigo el relato de lo que sucedió después: “La horda de Pacho Quirica estuvo en la pesa en donde tomaron las lonjas de carne y se las colocaron de ruana; alguno de ellos entró a caballo a la iglesia; allí Pacho Quirica se apoderó del copón, derramó las hostias y las pisoteó. Contemporáneos de aquel tiempo repiten que este malévolo individuo colmó de aguardiente el vaso sagrado y bebió, y, lo peor, se defecó en el piso. No contento con ello, escarneció la imagen de san Pedro al tomar su capa y salir a la plaza a torear. (Jugaron a ser uno el torero y otro el toro, pero también trajeron reses del matadero). Una de las reses embistió con tal fiereza al improvisado torero José de la Cruz Becerra que le vació un ojo con el cuerno. Los enloquecidos y rabiosos anticlericales tomaron del altar la ara y la echaron a rodar; la piedra sagrada fue rescatada tan pronto los profanadores abandonaron el pueblo”. Hablamos arriba de unos buenos samaritanos y de un joven emisario de ellos. Don Sócrates Gutiérrez, mi interlocutor, no pudo conocer sus nombres. Fue como si del cielo hubiera caído un ángel para auxiliar al ministro de Dios y a su hermana. Pronto los enemigos del sacerdote descubrieron que éste había desaparecido. Un grupo presidido por Rubén Barrera emprendió la persecución por el camino de Desquites; otro lo hizo por el camino real que conduce a la vereda Aguablanca. Repetimos que fue providencial la aparición del muchacho con las dos cabalgaduras. De no haber sido por este auxilio, los fugitivos habrían sido apresados y ejecutados, como lo habían jurado sus malquerientes. Para éstos, doña Palerma fingía ser hermana del cura, pero en realidad era su moza. A toda prisa, sin tomarse descanso alguno ni alimento, los viajeros salieron de Los Corazones con rumbo a la Aguablanca, y por fortuna dieron con un excelente cristiano como lo era don Juan de Dios Calderón, quien los acogió en su finca, les proporcionó comida, mantas para abrigarse y lecho para descansar. Los perseguidores no anduvieron mucho y no se atrevieron a proseguir, menos a la Aguablanca, en donde había un núcleo de conservadores pacíficos pero decididos a defenderse. Allí pernoctaron y al día siguiente retomaron el camino del destierro. Pasaron por San Juan, La Urama y Ábrego, hasta llegar a Ocaña, en donde el padre Yaruro permaneció poco tiempo pues el vicario de la diócesis consideró que estaría más seguro en Santa Marta. Transcurrido un lapso, el reverendo padre Yaruro fue destinado a otra parroquia. Murió en Ocaña en 1955, en su bella casa llamada Villa Marina a la que se accedía por un puente. El pueblo, el clero de Ocaña, las autoridades civiles y militares y el seminario menor del Dulce Nombre, concurrieron a sus exequias. El autor de estas líneas estudiaba por entonces en dicho seminario, y fue testigo del duelo general por la desaparición del martirizado sacerdote. … Cúcuta, 11 de junio de 2020.

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CERCA DE LAS ESTRELLAS

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Museo Antón García de Bonilla

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Orlando Clavijo Torrado y Luís Eduardo Páez García junto a la foto del General Mateo Torrado, tío bisabuelo del primero, quien la donó. Don Justiniano J. Páez, abuelo del doctor Luis Eduardo, en su obra histórica al referirse a la guerra de los Mil Días, da fiel cuenta de las acciones del General Torrado en la contienda, en virtud a haber actuado como su secretario.

Museo Antón García de Bonilla

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Hermanos Clavijo Torrado, Orlando, Nora, Edilia y Olga. Julio de 2010, Ocaña - Junto a la bandera con la imagen del Libertador Simón Bolívar bordada por señoras de Ocaña al conmemorarse el primer centenario de la independencia (1910).

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Posesión como miembro de la Academia de Historia de Norte de Santander, Cúcuta, 17 diciembre 2007

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LANZAMIENTO LIBRO "CERCA DE LAS ESTRELLAS"

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29 DE MAYO DE 2009. CÚCUTA.

En la Academia de Historia de Norte de Santander

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Padre Edwin Avendaño, José Antonio Toloza (Q.E.P.D), Secretario de la Academia, y Orlando Clavijo Torrado