CRONIQUILLA
EL PALABRERO
Orlando Clavijo Torrado
En Manaure nos maravilló una inmensa pirámide, pero no de tumbalina como la DMG, sino de sal a la orilla del mar, radiante por lo blanquísima.
Maicao ya no es el emporio de mercancías extranjeras y exóticas de otras épocas; lo que en el lugar venden está a la orden en cualquier sanandresito; lo único medio rarófono que consiguió mi esposa fue una plancha eléctrica inalámbrica.
La próxima visita era a Uribia, la capital indígena de la Guajira. Regresamos a “Cuatro vías” de donde emprendimos el viaje por una espléndida carretera en la que uno se adormece cuando entra a la recta de 53 kilómetros.
En Uribia todas las calles confluyen al parque como los radios de una bicicleta. Principalmente nos llevaba a la antigua capital de la Comisaría el conocer a un palabrero o cacique con sabiduría y mando para desatar las controversias e impartir justicia entre los indios wayuu.
Justamente se encontraba allí el palabrero mayor Eleuterio Palacios. Pese a lo que los cachacos pudiéramos esperar, no se trata de ningún indígena ataviado con guayuco o taparrabo sino de un señor vestido civilizadamente, pulido en su traje y perfumado con lociones finas.
Don Eleuterio tiene apenas 90 años de edad. No se sabe si es que es muy goloso o que las hijas de Eva no lo han comprendido porque a su lecho ha llevado como esposas, mal contadas, a siete, en las que ha engendrado 30 hijos, de los que proceden 300 entre nietos y bisnietos. Toda Uribia está plagada de Palacios. Pero desde hace un buen tiempo duerme solo y su cama está pidiendo a gritos una mujer, de modo que como cuenta con suficientes fondos bancarios ha planeado comprar dos mujeres, una viejona y otra jovencita. Ya le echó el ojo a la mayor, de 69 años, que vive en Santa Marta y pertenece a la clase alta en la sociedad wayuu. Esa le puede costar bastantes chivos, collares, burros, caballos y dinero en efectivo. ¿Qué pasa – pregunto yo – si por ejemplo una chica de quince años le juega las cabras al marido que ya ni con viagra, esto es, le pone los cachos? Me responden que en ese caso el cornudo entrega la faltona a la familia, la que está obligada a devolver el doble de lo que el hombre pagó.
El palabrero absuelve con tono suave y cultamente todas nuestras inquietudes, y posa sonriente con el grupo para las fotos y los videos. Si el agravio a un wayuu es de suma gravedad, nos dice, y no se llegó a un arreglo monetario, el ofensor es perseguido hasta el último rincón de la tierra y eliminado.
La esencia de esta etnia y en especial la función del palabrero se encuentran tratados a profundidad en el libro “La disputa y la palabra, la ley en la sociedad wayuu”, escrito por el antropólogo nativo Weildler Guerra Curvelo, que obtuvo el Premio Nacional de Cultura 2001, obra que gentilmente me obsequió don Nelson Aguilar Huertas. Hasta ese momento mis lecturas en los descansos en los hoteles habían sido dos libritos de solaz que empaqué en la maleta, “Artificios” de Jorge Luis Borges y “Tom Sawywer detective” de Mark Twain.
Llegó la hora del regreso. Luego de una parada con pernoctada en Valledupar para saludar a los primos Yolanda Torrado Polo y el que no tiene tocayo, Zócimo Clavijo, muy afectuosos ambos, y nueva pernoctada en Ocaña, finalmente nos enrumbamos hacia la bella Cúcuta. De nuevo estábamos en el Norte de Santander. Lo sentíamos por las sacudidas del carro en los profundos y extensos cráteres de la carretera. ¿Qué hacen los siete municipios que comparten esta vía – Ocaña, Ábrego, Villacaro, Bucarasica, Sardinata, El Zulia y Cúcuta -? ¿Qué gestión, clamor, reclamo, protesta, han hecho sus alcaldes, personeros, concejos, la asamblea, los parlamentarios, el gobernador y fuerzas vivas?
La dicha de disfrutar de carreteras excelentes había quedado atrás.
orlandoclavijot@hotmail.com
Cúcuta, 28 de enero de 2009.
miércoles, 28 de enero de 2009
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- Cúcuta, Norte de Santander, Colombia
- Casa-Museo General Francisco de Paula Santander - Villa del Rosario
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