viernes, 23 de octubre de 2009

CRONIQUILLA
¡ÁNIMAS BENDITAS!
Orlando Clavijo Torrado

Aunque estoy escribiendo en octubre pero esta columna puede aparecer en noviembre – le sucede como a la publicación “Sabatinas” de don Antonio García Herreros que salía cuando podía - , entonces adelanto de una vez un tema de dicho mes: las ánimas.
En Puerto Berrío, Antioquia, hay personas especializadas en sacar las almas durante todo el mes de noviembre: son los “animeros”. La ceremonia transcurre así: el “animero” se dirige a las doce de la noche al cementerio, toca las tumbas de los muertos invitados, y parte de allí sin mirar hacia atrás. En las afueras están los centenares de feligreses con velas encendidas, que acompañarán al “animero” en la procesión por las principales calles. Adelante van los fieles, detrás el “animero” y en seguida las almas de los difuntos. El “ánima sola” camina de último; es sumamente peligrosa pues destroza a quien pretenda mirarla. El “animero” entona las plegarias. Desde sus casas, los curiosos, por entre las mirillas de puertas y ventanas, se esfuerzan por ver algún ánima. Terminado el recorrido, el “animero” regresa a la necrópolis, se pone de espaldas y permanece en la puerta el espacio suficiente para que todas las almas que sacó hayan tomado sus fosas. ¡No sea que a alguna fiestera le dé por amanecer! Tanto el “animero” como sus acompañantes cumplen por lo general promesas a las ánimas.
Que las almas del Purgatorio son milagrosas, son milagrosas, y más si se las saca a dar una vuelta. (¡No sé por qué se nombra a las del Purgatorio y no a las del cielo!) Lo comprobó cierto amigo de un pueblo de la provincia de Ocaña. Para proteger su identidad pongámoslo Rufiano Ortegón. Monseñor había permitido que don Rufiano, hombre de consideración en el poblado, dueño de una tienda principal, católico practicante, manejara las arcas de la iglesia a su arbitrio. Pues ocurrió que el ecónomo parroquial se enfrascó en pésimos negocios y la gente comentaba que de dónde le llegaban los reales para surtir tanto la tienda, para remodelar y decorar su casa y derrochar.
El párroco se alarmó y lo llamó a cuentas. Por supuesto, Rufiano no pudo entregarle ni un centavo. El sacerdote lo conminó: o reintegraba en determinado plazo todo el caudal de que se había apropiado o lo denunciaba penalmente y en el púlpito.
El pobre de Rufiano se acordó de las almas del purgatorio. Les pidió fervientemente que le concedieran conseguir el dinero. Hecho el pacto, una noche, solo, apenas con una campana y un cirio, marchó en medio de las sombras al osario. Allí, desde la entrada, convocó a las ánimas a dar un paseo, con el compromiso de retribución ya sabido. Les dio un tiempo prudencial – seguramente las almas de las mujeres lo hicieron esperar más mientras se ponían las tangas, se maquillaban, se perfumaban y escogían en el ropero el traje adecuado para la noche – . Sabía que lo acompañaban por aquel vientecillo helado que le agitaba la camisa.
Cuando Rufiano calculó que ya todas estaban en orden, prendió el cirio y salió tocando la campanita hacia la iglesia. Una vez allí, se ubicó detrás de la puerta central, oculto de sus amigas invisibles, así como debía ocultarse de ellas en el cementerio. Es un misterio el sitio que ocuparon en el templo: si se acomodaron en las bancas o se quedaron de pie. Ellas le contestaban en su lenguaje ininteligible de voces muy finas – ellas son hombres y mujeres -. Terminada la oración, dio la orden de salir con la campanita y encabezó el retorno. (Alguien muy gracioso que oía el relato, le añadió que antes de llevarlas a la cripta les brindó arepa con queso y café negro para calmar tremendo frío).
Para abreviar, es cierto que los aldeanos, sorprendidos, vieron a un Rufiano Ortegón deambulando por las calles a medianoche con un cirio ardiente y una campanita – se dijeron que estaba chiflis – y lo vieron abrir la iglesia – al fin y al cabo todavía tenía las llaves - , y luego de rezar media hora desandar el camino hasta el camposanto, como también es cierto que este devoto de las ánimas pudo reunir toda la plata y cancelarle al cura a satisfacción la deuda.

orlandoclavijot@hotmail.com


Cúcuta, 21 de octubre de 2009.

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