jueves, 22 de enero de 2015

LA LETRA CON SANGRE ENTRA

Para el semanario La Provincia LA LETRA CON SANGRE ENTRA Orlando Clavijo Torrado Regresan los pelados a clase. Regresan alegres, ruidosos, activos, sin temores, con expectativas. Felizmente hoy es así, pero antiguamente la cosa era a otro precio. La alegría de entrar a clases la ensombrecía la nube negra del temor a los castigos. Estos estaban implícitos en la enseñanza. Educación y castigo eran hermanos. O aprendías o te castigaban. Éramos niños amedrentados. De vainas no resultamos con traumas. “La letra con sangre entra” decía un dibujo del Libro Cuarto de Lectura. Aparecía allí también un niño arrodillado adornado de un capirote en la cabeza con la palabra “burro”. Las reglas de madera gruesa para dar palmetazos estaban bien cerca del maestro (maestro, no profesor, como hoy). Entre los alumnos circulaba la creencia de que dos pestañas puestas en cruz en la palma de la mano hacían partir la regla por la mitad. Si funcionaba el ardid, el maestro se quedaba sin regla. ¡Qué vana esperanza! Como todo había que recitarlo al pie de la letra, un pequeño olvido generaba un reglazo. Por eso, todos chupamos reglazos. La única excepción que conocí fue la de un compañero de tan excelente memoria que se aprendía hasta la última línea de la página fuera del texto, y recitaba con entonación: “pasa a la página 48”. Nunca lo presencié el castigo de colgar de la viga, pero sé que existió y existía por aquel entonces. Se lo ganaban aquellos muchachos insoportables (casposos, se llaman ahora) a quienes las mamás desesperadas tildaban de Caínes y enemigos malos, irrespetuosos y groseros, los que “capaban” escuela. El papá amarraba al chico de las manos con un lazo y pasaba éste por una viga del techo, halaba un poco y la víctima, de pie, casi quedaba separada del suelo. La duración de la colgada, contada en horas, dependía de la gravedad de la falta. Tampoco lo vi, pero sé que lo aplicaban, el tormento de arrodillar al alumno sobre un poco de arena; la penitencia no quedaba ahí ya que el castigado tenía que sostener un ladrillo en cada mano con los brazos extendidos. No había protección para las rodillas porque se usaba pantalón corto. Los maestros-verdugos eran muy generosos en aplicar cualquier castigo por los más nimios motivos: por salirse una línea de la fila, porque miró para los lados, porque se le salió la camisa del pantalón, porque no se abotonó, por equivocarse en decir un número de las tablas de multiplicar, por omitir una palabra en un relato de las Cien Lecciones de Historia Sagrada, y en muchas ocasiones porque el maestro había amanecido de mal genio. Cuando este mandaba a trotar apenas daba dos segundos para salir del salón y los últimos llevaban fuete del bueno. ¡Oiga! ¡Eran tiempos bárbaros! Ni qué comparación con estos tiempos. Yo, como abogado, tuve que acompañar a un profesor en una investigación en la Procuraduría a rendir descargos. El profesor – eso sí, enojado debido a la cansonería del muchachito de seis años - le puso el dedo en la frente y lo empujó levemente y el niño quedó sentado en su puesto. El mocosito le dijo luego a la madre que el profesor lo había ultrajado, ofendido, y mil cosas más, y la vieja, ni corta ni perezosa, acudió a la personería. Se estaban violando los derechos del niño. En fin, que el profesor casi pierde el escalafón y la pensión y el puesto por ese empujoncito. Imaginemos que hubieran existido los derechos humanos y las ONGs en aquella época. Pobres maestros. Todavía no habrían salido de prisión. orlandoclavijotorrado@yahoo.es ………. 21 de enero de 2015.

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CERCA DE LAS ESTRELLAS

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50 años del Diario La Opinión

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cena en el Club del Comercio - 15 de Junio de 2010 - Columnistas

Museo Antón García de Bonilla

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Orlando Clavijo Torrado y Luís Eduardo Páez García junto a la foto del General Mateo Torrado, tío bisabuelo del primero, quien la donó. Don Justiniano J. Páez, abuelo del doctor Luis Eduardo, en su obra histórica al referirse a la guerra de los Mil Días, da fiel cuenta de las acciones del General Torrado en la contienda, en virtud a haber actuado como su secretario.

Museo Antón García de Bonilla

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Hermanos Clavijo Torrado, Orlando, Nora, Edilia y Olga. Julio de 2010, Ocaña - Junto a la bandera con la imagen del Libertador Simón Bolívar bordada por señoras de Ocaña al conmemorarse el primer centenario de la independencia (1910).

EN EL AGUA DE LA VIRGEN

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Orlando Clavijo Torrado, sus hijos, nietos y primos.

CERCA DE LAS ESTRELLAS

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NI TAN CERCA DE LAS ESTRELLAS - Gustavo Gómez Ardila

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COLUMNA DEL 2 DE JUNIO DE 2009 - DIARIO LA OPINION

MONOGRAFIA DE BUCARASICA - Olger García Velásquez

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COLUMNA DEL 2 DE JUNIO DE 2009 - DIARIO LA OPINION

Posesión como miembro de la Academia de Historia de Norte de Santander, Cúcuta, 17 diciembre 2007

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Con sus hijos, de izquierda a derecha Cesar Octavio, Jaime Mauricio, Silvia Andrea y Orlando Alexander Clavijo Cáceres

LANZAMIENTO LIBRO "CERCA DE LAS ESTRELLAS"

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29 DE MAYO DE 2009. CÚCUTA.

En la Academia de Historia de Norte de Santander

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Padre Edwin Avendaño, José Antonio Toloza (Q.E.P.D), Secretario de la Academia, y Orlando Clavijo Torrado