CRONIQUILLA
EL OBISPO ESTÉVEZ, CONFESOR DEL LIBERTADOR, Y SU BIÓGRAFO
Orlando Clavijo Torrado
En una de mis acostumbradas visitas a Ocaña encontré el avispero eclesiástico alborotado: que a monseñor Leonel Pineda Guerrero – mi antiguo compañero en el Seminario del Dulce Nombre – lo habían despojado de su parroquia de San Rafael; que dentro de la misma tónica el obispo había condenado a las tinieblas exteriores a los dos sacerdotes que servían la iglesia Nuestra Señora del Monte Carmelo de Convención, a saber, Lino Cortés Rodríguez y Germán Saravia Fuentes; que el clero estaba dividido; que la feligresía también; que el obispo Jorge Enrique no cabía de la furia y que la furia de muchos no era menor con él; en fin, un verdadero zaperoco. ¿La razón? Una ordenación por un obispo católico ortodoxo en Convención, con la asistencia de Pineda, Cortés y Saravia. (Supe con el tiempo que su excelencia Lozano Zafra había autorizado dicha ceremonia).
La provincia de Ocaña ha sido pródiga en intelectuales, y dentro de ellos se destacan los historiadores. A manera de ejemplo citemos a Lucio Pabón Núñez, Alejo María Amaya, Carlos Hernández Yaruro, el presbítero Manuel Benjamín Pacheco, Belisario Matos Hurtado, Justiniano J. Páez, Emilio A. García Carvajalino, Luis Felipe Molina, Luis Eduardo Páez Courvel, Jorge Pacheco Quintero y Marco A. Carvajalino Caballero. La ruta ha sido seguida con buen suceso hoy en día entre otros por Luis Eduardo Páez García- digno continuador de los trabajos de su padre y de su abuelo -, los monseñores Leonel Pineda y Tulio Grimaldo, y Jorge Meléndez Sánchez – prototipo, éste, de investigador, a cuyo haber se cuenta una larga lista de hondos estudios no únicamente de Ocaña sino de otras regiones de la patria -. Pues bien: en esta línea se enmarca el padre Edwin Leonardo Avendaño Guevara. Tracemos rápidamente su perfil: de inteligencia advertida al primer momento, dialogante agradable y sustancioso, y de trato noble y respetuoso como lo mandan los protocolos - caso extraño en la actual generación - , lo que pregona ya su estirpe y su crianza.
Al padre Edwin lo conocí en la Academia de Historia del Norte de Santander. Con tan sólo 34 años de edad posee una trayectoria de historiógrafo loable, mas no a través de cualquier clase de obras sino con investigaciones densas, bien documentadas, plenas de noticias frescas de las cosas viejas y de precisiones asombrosas. Tomemos, por ejemplo, su producción más reciente, “José María Estévez Ruiz de Cote: pastor, prócer, educador, legislador y fundador de esperanzas”. (Lo de fundador de esperanzas se refiere sin duda a que este ilustre prelado, quien oyó en última confesión al Libertador, fue el fundador de Convención, con el nombre de San José de Cote). En efecto, el autor no deja cabo suelto ni escapar alusión a personaje, lugar o episodio sin que en un pie de página lo explique; ello es un buen índice de su aplicación y responsabilidad.
Cinco obras más ha publicado, al tiempo que fundó la Corporación José María Ruiz de Cote, de aliento artístico, cultural y proyección social. Su quehacer no se queda allí: por su genuina y sincera vocación vive su misión y su ministerio, franco y valiente, sin claudicaciones por los aterradores desvíos que escandalizan a los creyentes en el momento. Yo lo veo como un sacerdote no de fachada sino con toda la envergadura del hombre consagrado a Dios. Natural es, pues, respetarlo y admirarlo.
¡Ah!, olvidaba en el tintero y por poco quedo en deuda con mis lectores: el joven que tuvo la entereza de llamar a un obispo católico ortodoxo para que lo ordenara en su natal Convención fue Edwin Leonardo Avendaño Guevara.
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Cúcuta, 6 de abril de 2011.
jueves, 7 de abril de 2011
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