CRONIQUILLA
OTRAS PERLAS DE LA CORRUPCIÓN
Orlando Clavijo Torrado
Con motivo de la anterior Croniquilla me han llegado infinidad de relatos de los que quiero compartir unas muestras relacionadas con la concepción general de corrupción en estamentos variopintos. Sólo el último de los relatos tiene tintes de ficción; los demás son tomados de la realidad.
Mi principal informante refiere de primero su experiencia en los tiempos en que las armas las vendían en el almacén del Ejército. El requería un revólver 38 largo, llamado popularmente ocho y medio. Se presentó ante el sargento X, encargado del almacén, un hombre alto, corpulento, gruñón e intimidante. Luego de llenado el formulario, el suboficial le indicó que regresara a los quince días, tiempo indispensable para que fuera aprobada la solicitud, pero que trajera dos candados grandes marca Yale, que necesitaba para los campamentos. La exigencia sorprendió a mi amigo; buscando una explicación miró a su alrededor, propiamente a la interminable fila de compradores de armas, mas se relajó un poco al verlos a todos con un par de candados en la mano. De todas formas le satisfizo al militar el raro requisito, pero no quedó contento hasta no averiguar el porqué del mismo. ¡Claro! ¡El hombre tenía una ferretería!
A este amigo también le ocurrió que un fulano le rogó su colaboración para ingresar como chofer de buseta. El benefactor se dio las mañas hasta que logró que en una empresa le prometieran que vincularían al aspirante como chofer reemplazante. Orgulloso y alegre por servir no tardó en buscar al desempleado para comunicarle la perspectiva de trabajo, pero éste lo decepcionó con su respuesta: “Pensándolo bien, mejor que manejar una buseta es meterse a la Policía; de chofer me muero de viejo y pobre, en cambio en la Policía en tres años hago lo mío sin joderme”.
Cuando se nombraba de jueces de los pueblos a personas sin título de abogado, los llamados “empíricos” o “tinterillos”, llegó a cierto municipio de nuestro departamento don Miguel T., caballero abreguense, reconocido por su estrictez. En uno de los corregimientos había una familia que se había acostumbrado a correr los linderos de su predio periódicamente, formulaban la demanda de deslinde y amojonamiento y lograban que el juez en supuesta decisión salomónica fijara los linderos dividiendo el lote en discusión; de esa forma su heredad se iba agrandando. Resultó que instaurada la acción ya con don Miguel T., el demandante sacó unos billetes y los ofreció a éste – cual lo hacía con el anterior funcionario – pero con tan mala suerte que el nuevo juez reaccionó ofendido y mandó a ponerlo preso por el delito de soborno. El sobornador se extrañó sobremanera y no halló otro comentario que hacer que este: “¡Qué vaina! ¡No hay como los jueces de la tierra de uno!”
Para rematar: se cuenta que a una parroquia rural enviaron a un joven sacerdote, el que no halló ni iglesia ni casa cural. Tuvo que acomodarse en un ranchejo y allí ofrecía los servicios religiosos. Pasado corto tiempo invitó al señor obispo a la inauguración de los nuevos edificios para su vivienda y el culto divino. Había levantado un templo moderno, grande y lujoso, e igualmente una casa cural con todo el confort. El ordinario admiraba todo aquello, pero más se admiraba observando la penuria de las gentes en el entorno. No se contuvo y por fin indagó a su subalterno: “Padre: dígame cómo hizo usted para realizar estas cosas tan grandiosas en una parroquia tan pobre”. El párroco se resistía a confesarle el secreto, mas ante la insistencia de su excelencia le respondió:”Señor obispo: la verdad es que me hice amigo de un narcotraficante poderoso y éste me pidió que le bautizara su mejor perro de raza. Al negarme en un principio me prometió que si se lo bautizaba me daba el dinero necesario para construir la casa cural y la iglesia como yo quisiera, y ahí están”. El prelado se quedó pensativo y de pronto dijo: “Padre: ¿acaso su amigo no querrá que le confirme el perro?”
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Cúcuta, 28 de abril de 2011.
jueves, 28 de abril de 2011
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