viernes, 1 de julio de 2011

CRONIQUILLA
AEROPUERTO REGULIMBIS
Por Orlando Clavijo Torrado

¿Qué soñamos para la capital del departamento sino lo mejor? Me anticipo a responder cualquier crítica a esta crítica por alguno, como ha sucedido, que se le antoje acusarme de no querer la ciudad.
Esta glosa va porque en estos días tuve que ir a dejar viajeros al aeropuerto llamado hiperbólicamente “internacional”. ¡Santo Dios! Si acaso internacional porque estamos en la raya limítrofe con otro país, pero de ahí a la verdad hay mucho trecho.
Hacía tiempos que no me acercaba por esos predios. Y como a cada quien hay que dar lo suyo, según la sentencia de Justiniano, debemos reconocer que la pavimentación de la avenida al aeropuerto – que aquí llamamos también con otra hipérbole “autopista” - a cargo de la concesionaria San Simón, le da una buena carta de presentación a la urbe. Unos prados y jardines bien cuidados como antesala al aeródromo recrean la vista del visitante o pasajero.
Pero, ¡ay, qué desilusión adentro! El edificio, sin duda, fue remodelado. Hubo cambios logísticos. Mas, los avances fueron pocos. La pantallita de aviso de llegada y salida de los vuelos es eso, una pantallita, digna de un aeropuerto de pueblo de segunda. En uno de los restaurantes, a duras penas nos atendió un mesero despistado, interesado más en la transmisión por televisión de un partido de fútbol que en los clientes. Esto es, que no hay formación para atender al usuario.
¿Y qué comentario merece el aparcamiento o parqueadero, como decimos los indios de aquí y los de Bolivia, bien caro, por cierto? Sin comentario. Un muchacho con un papelucho va anotando las placas de los vehículos y a la salida chequea, se acerca a la ventana del conductor, cobra, mete los billetes en su bolsillo, da el vuelto, y se retira para accionar un mecanismo cercano a la época de Pedro Picapiedra: una barra en cuyo extremo una rueda de carro hace contrapeso. ¡Qué oso! No sabe uno qué darle, si pena o risa; o ambas cosas. Sólo falta que en lugar de semejante control instalen una cabuya o un cable similar al que ponen quienes recogen monedas para cualquier causa. El hombre levanta la punta del palo y ya se puede salir. Más adelante están colocados unos conos amarillos por en medio de los cuales hay que zizaguear, cual si se tratara de una prueba para lograr la licencia de conducir o una pista de carritos chocones. No hay por allí ningún policía que permita pensar que los conos hacen parte de un sistema de seguridad.
¿Qué impresión se puede llevar un turista con un aeropuerto tan pobretón y precario como el Camilo Daza? ¡Ni imaginarla!
Definitivamente, el atraso ronda por esos contornos. Todavía no nos hemos bajado de la mula para montarnos al avión. Señores gobernador, alcalde y autoridades aeroportuarias: la ciudad merece respeto, merece un aeropuerto mejor, mejor en todo, mejor en dotación física y en elemento humano. Y entre esos servicios esenciales, vuelos directos no sólo a Bogotá y Bucaramanga sino a cualquier destino nacional o internacional, con trato de primera y no de segunda, pues no es sino trato de segunda la dependencia de escalas en Bucaramanga.
¿Podemos afirmar en tales condiciones que tenemos un aeropuerto internacional? ¡Por favor! ¡Si este apenas alcanza la categoría de regulimbis!

orlandoclavijotorrado.blogspot.com
Cúcuta, 1° de julio de 2011.

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