viernes, 29 de julio de 2011

CRONIQUILLA
EL ENVENENADO
Orlando Clavijo Torrado

Me propusieron que escribiera sobre el largo, costoso o chanchulloso e inutilizado puente peatonal de la avenida primera con calle 25 del barrio San Rafael, en donde no pusieron algo que se requiere con urgencia como es un semáforo; o acerca de las condecoraciones a nuestros mandatarios como los mejores en su género cuando la ciudad y el departamento padecen de las peores vías y calles del país; o sobre la fiesta con baile en el funeral de Joe Arroyo, que refleja a cabalidad nuestra idiosincrasia - o, como se dice popularmente, ahí estamos pintados -, pero respondí que hoy no tengo genio para criticar, y que mejor me oyeran esta historia tan simpática y macondiana.
En un lugar de Colombia, de cuyo nombre sí quiero acordarme pues es una ciudad muy bella y desarrollada, además vecina a Cúcuta, pero que no está en nuestro departamento – blanco es, gallina lo pone y frito se come – ocurrió el hecho. Quien me lo narró lo vivió calladamente, entre la espada y la pared, sin tomar partido ni poder evitarlo en salvaguarda de su puesto.
Roberto y Casimiro en sus años mozos fundaron una sociedad administradora de bienes raíces, hoy exitosamente posicionada. Corrió el tiempo y naturalmente los socios entraron en la vejez. Roberto, pese a que se pensionó sigue asistiendo a la oficina y se ocupa en leer los periódicos, resolver crucigramas, tomar tinto, desocupar el botellón, echar cuentos y piropear a las secretarias y a cuanta vieja aparezca por allí. A su turno, Casimiro, igualmente en retiro legal, tiene una actividad más productiva y relacionada con la empresa: anda por la calle buscando clientes y mostrando los inmuebles de vender o arrendar, en fin, no es hombre de escritorio. Tal diferencia de comportamientos suscitó confrontaciones y alegatos entre los consocios. No era justo, aducía Casimiro, que mientras él pasaba las verdes y las maduras por la calle trabajando por la prosperidad de la compañía, el otro permanecía en cómoda silla reclinomatic recibiendo aire acondicionado y mamando gallo. Los dos dejaron de hablarse.
Casimiro pensó que con ello no se modificaba en nada la situación. El desgraciado de Roberto seguiría a cuerpo de rey y él, como siempre, jodiéndose. ¿De qué manera vengarse? ¡Matarlo era la solución! Mas, Casimiro no era ningún matón, de modo que había que buscar la forma más reservada de eliminarlo sin dejar huellas ni despertar sospechas. ¿Cómo? ¡Ahí estaba el quid!
¡Hombre! ¿Cómo no se le había ocurrido antes? Había observado que Roberto casi consumía él solo el garrafón de agua filtrada. Muy simple: envenenaría el agua, pero no con veneno tradicional sino con algo aparentemente inocuo que sin duda haría un buen efecto. Al fin y al cabo Roberto por su ansia no reparaba mucho en lo que se tomaba; se satisfacía con que saliera el agua del grifo espumosa de puro abundante. ¡Manos a la obra! Todos los días Casimiro se encargó de mezclar el agua con jabón detergente, y, dicen las malas lenguas, que hasta usó excrementos de perro perfectamente diluidos. (El cuento de excrementos humanos no lo creí; me resisto a creer que Casimiro se untara tanto).
El secreto lo guardaban Casimiro, por supuesto, su hijo que había entrado como gerente, y el empleado de la correspondencia. Los tres vigilaban día a día la salud de Roberto. Éste, por su parte, seguía calmando la sed y saboreando la apetecida bebida sin mostrar trastorno alguno. Por el contrario, notaron que el socio remolón se rejuvenecía y que si antes era dicharachero y mamador de gallo, no se diga ahora.
- ¿Qué pasó con el envenenado, don Casimiro? – le preguntó el empleado cómplice pasados varios meses.
- Ya lo ve usted. Al maldito no hicimos sino lavarle las tripas y sacarle las lombrices para que se pusiera gordo y colorado.
Hoy en día la vida de Roberto y Casimiro continúa sin mayores novedades, en la misma inmobiliaria, sin cruzarse palabras, Roberto, gozón irremediable e ingiriendo cantidades de agua filtrada y, Casimiro, rumiando su frustrado asesinato, del que yo soy la cuarta persona que se entera, y ahora ustedes.

orlandoclavijotorrado.blogspot.com
Cúcuta, 28 de julio de 2011.

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CERCA DE LAS ESTRELLAS

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50 años del Diario La Opinión

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Museo Antón García de Bonilla

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Orlando Clavijo Torrado y Luís Eduardo Páez García junto a la foto del General Mateo Torrado, tío bisabuelo del primero, quien la donó. Don Justiniano J. Páez, abuelo del doctor Luis Eduardo, en su obra histórica al referirse a la guerra de los Mil Días, da fiel cuenta de las acciones del General Torrado en la contienda, en virtud a haber actuado como su secretario.

Museo Antón García de Bonilla

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Hermanos Clavijo Torrado, Orlando, Nora, Edilia y Olga. Julio de 2010, Ocaña - Junto a la bandera con la imagen del Libertador Simón Bolívar bordada por señoras de Ocaña al conmemorarse el primer centenario de la independencia (1910).

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Posesión como miembro de la Academia de Historia de Norte de Santander, Cúcuta, 17 diciembre 2007

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Con sus hijos, de izquierda a derecha Cesar Octavio, Jaime Mauricio, Silvia Andrea y Orlando Alexander Clavijo Cáceres

LANZAMIENTO LIBRO "CERCA DE LAS ESTRELLAS"

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29 DE MAYO DE 2009. CÚCUTA.

En la Academia de Historia de Norte de Santander

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Padre Edwin Avendaño, José Antonio Toloza (Q.E.P.D), Secretario de la Academia, y Orlando Clavijo Torrado