PARA EL SEMANARIO “LA PROVINCIA DE OCAÑA”
LAS YOYAS
Orlando Clavijo Torrado
Este es un tema pasado de moda. Lo trato por una anécdota que oí en estos días, la que ilustra cómo están las cosas.
En épocas pretéritas la virginidad era una virtud; hoy es una mancha; me cuentan que en algunos colegios femeninos se burlan de las niñas que no han tenido experiencias sexuales, y las que ya probaron las tratan de tontas, atrasadas y aburridas. Contrario a mis tiempos en que tanto a varones como a mujeres se nos remarcaba que era una gracia celestial conservar la pureza, como ofrenda y respeto al propio cuerpo, templo de Dios, y a la Madre Santísima, símbolo supremo de castidad, y que tal tesoro se reservaba para regalar en el matrimonio. No digo que esto se cumpliera al pie de la letra y por todos, pero la prédica y la insistencia existían.
Por el honor de la estirpe, que radicaba en la virginidad de sus mujeres solteras, se mataba; los hombres debían vengar la afrenta con sangre, y a la desventurada, por haber deshonrado a su hogar, se la desterraba. Recuérdese que la novela de García Márquez, Crónica de una muerte anunciada, basada en un hecho real plasmado en un sumario penal, trata de la devolución de la desposada a sus padres porque el marido no la encontró virgen, y ante el escándalo y la vergüenza que la familia afrontó en aquel pueblo costeño, los hermanos de la novia decidieron darle muerte al cuñado.
En fin, que esos son valores antiguos que hoy ya no cuentan y corre uno el riesgo de pasar por desactualizado si los revive.
La anécdota refiere que el padre Jáuregui, de la parroquia de San Cayetano, cerca de Cúcuta, organizó una procesión solemne un día de mayo, fiesta de la Virgen María. Reunió a todas las jovencitas y las instruyó sobre el desarrollo de la procesión.
- Es natural que el estandarte lo porte una señorita, una virgen, de modo que cualquiera de ustedes lo puede hacer. Por ejemplo, usted, Estercita. La elegida respondió:
- Gracias padre, no puedo porque yo ya.
El sacerdote quedó abismado por la respuesta. Jamás hubiera imaginado que Estercita no fuera pura. Repuesto de su sorpresa, el presbítero creyó acertar y llamó a Isabelita y ésta, cabizbaja como la primera, le dijo:
- Padre, yo ya.
¿Qué está pasando con mi congregación consentida, la de las Hijas de María?, se preguntó abatido el párroco. Se la jugó entonces con Marujita, pues, imposible que con esa cara angelical y su voz tan dulce hubiera caído en los deleites de la carne, pero ella le dio la misma respuesta:
- Padre, yo ya.
El sacerdote agotó todo su inventario de muchachas tiernas y noblecitas, y no obtuvo sino la misma excusa: yo ya.
El pueblo, que es tan acertado en sus dichos y sarcástico les puso un nombre muy revelador: las Yoyas.
El pobre cura tuvo que echar mano de una niña de ocho años como portaestandarte, porque, de doce para arriba, yo ya.
orlandoclavijotorrado.blogspot.com
9 de marzo de 2012
viernes, 9 de marzo de 2012
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- Orlando Clavijo Torrado -
- Cúcuta, Norte de Santander, Colombia
- Casa-Museo General Francisco de Paula Santander - Villa del Rosario
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