martes, 4 de noviembre de 2008

Discurso de posesión como miembro correspondiente de la Academia de Historia de Ocaña- Templo de San Francisco- 14 de diciembre de 2007

PONENCIA DE INGRESO A LA ACADEMIA DE HISTORIA DE OCAÑA

PRESENTACIÓN DEL LIBRO CERCA DE LAS ESTRELLAS o Registro histórico, minucioso y documentado de Bucarasica, población de la antigua provincia de Ocaña, en el departamento Norte de Santander, Colombia.


En los preludios de la fundación de Ocaña, propiamente en noviembre de 1570, el muy magnífico señor Francisco Fernández, Teniente de Gobernador, Capitán y Justicia Mayor en esta Provincia Señora Santa Ana, en nombre de Su Majestad y de la Gobernación de Santa Marta, estuvo atento a solucionar dos cuestiones: en dónde se iban a asentar y cómo se irían a sustentar los vecinos de la ciudad de la Nueva Ocaña que en ella estuvieren. Con tan inmenso poder despachó los asuntos nombrando, vale decir, decretando, los términos de la nueva ciudad, tan extensos que si observamos el mapa hoy en día nos admiramos de que comprendían virtualmente la mitad del departamento Norte de Santander y más allá tocando las aguas del Lago de Maracaibo y lamiendo las laderas de Pamplona, y otro tanto del departamento del Cesar hasta Tamalameque, asomándose a los departamentos del Magdalena y de Córdoba. Contaba la Nueva Ocaña con 36 vecinos.

Ocho años más tarde, durante los cuales el nombre de la ciudad había variado entre Nueva Madrid y Ocaña, veinte vecinos cumplían la misión de encomenderos de los 2000 indios esparcidos por treinta pueblos. El pueblo indígena más cercano, Seytama, moraba a media legua al poniente y los más alejados, Buneroma y Buroma, a catorce leguas. El mismo documento de 1578, que podríamos llamar la Primera Breve Monografía de la Provincia de Ocaña, puntualiza que los indios no disponían propiamente de un caserío o pueblo sino de unos tristes cobertizos armados con la vegetación del lugar y que mudaban de acuerdo a las cosechas. Ha de considerarse pueblos por su cohesión en distintas agrupaciones, todas las cuales se entendían en dos lenguas, la Carate y la Pale, según la distinción que hicieron los peninsulares en aquel momento.

Entonces, por territorio para su establecimiento no existía ningún apuro, como tampoco lo tendrían por las fuentes alimenticias. Pero si alguien tenía asegurado el sustento era el encomendero: los indios trabajaban para él.

Sigamos la senda de la historia que nos llevará al destino perseguido.

Por el año 1778 habitaban los parajes de Los Llanos de la Cruz 74 vecinos, - 59 nobles y 15 plebeyos - según lo pregona el padrón levantado para apoyar la petición de nombramiento de una economía perpetua, la que fue concedida por el obispo de Santa Marta. Aún así, dicen los documentos de este período, los Llanos de la Cruz no tenían la calidad de población. Era un embrión de poblado cuya jurisdicción abarcaba desde el paraje de Oropoma hasta San Pedro y las breñas de Jurisdicciones, por donde avanzaba el camino del mismo nombre. (El camino de Jurisdicciones comunicaba con Cáchira, serpenteaba hacia Bucaramanga y moría en el interior de la altiplanicie cundiboyacenese). La economía perpetua legitimaba la provisión de un cura ecónomo, teniente del cura de Ocaña, con las licencias competentes para que administrara los sacramentos y celebrara el Santo Sacrificio de la misa. El presbítero Manuel Fernández, oriundo de Santa Marta, solicitó el privilegio de ser el primer cura párroco de La Cruz o Los Llanos de La Cruz, mas falleció en el mismo año.

Sólo hasta 1795 vieron los progresistas hacendados, los esclavos, los negros y campesinos del contorno, la figura de una autoridad, cuando el gobernador de Santa Marta don Antonio de Samper designó un alcalde pedáneo – pedáneo se refería en un principio a los jueces de causas leves, sin sede tribunalicia y que atendían a pie -; se trataba de autoridades de escala menor, para pequeñas comunidades todavía sin aliento de ciudades. Don José Salvador Sánchez de la Mota fue el primer alcalde pedáneo del partido de Los Llanos de La Cruz.

Para el 8 de agosto de 1807 había 140 familias - 90 nobles y 50 plebeyos - (entre esos un antepasado del suscrito, don Tomás Clavijo).
El 10 de agosto de 1807 se extiende el poder por el que los vecinos presentes en la capilla y en representación de los que distaban uno o dos días de camino, que eran los de San Pedro, se comprometen a sostener los gastos del curato. El libelo empieza así: En Los Llanos de la Cruz, términos y jurisdicción de la ciudad de Ocaña.

Nace, por consiguiente, Santa Bárbara de los Llanos de la Cruz, el nuevo ente eclesiástico desagregado de la parroquia de Ocaña desde el 5 de septiembre de 1807 – fecha clásica de Ábrego - por auto del señor Dean Dignidad Provisor Vicario General y Gobernador del Obispado don Domingo José Díaz Granados, comprendiendo el límite de Ocaña en 1764, esto es, desde el Alto de Bucarasica y la quebrada La Sardinata[1]”.

El 12 de marzo de 1810 nacía propiamente Ábrego al llevarse a cabo al mismo tiempo la entrega física producto de las tierras donadas, la demarcación del asiento de la parroquia de Santa Bárbara de La Cruz con una clinea de fique y con ciento veinte varas de castilla, y la distribución a 25 vecinos – 17 nobles y 8 plebeyos – incluidos los donadores, de una porción de terreno de medio solar para cada uno en que pudieran edificar casa, cocina y huerta. El 90% de los terrenos es donado por las hermanas doña Ana María y doña Josefa de la Encarnación Maldonado y el 10% restante por doña Salvadora Lobo de Rivera, don José Gregorio Quintero y don Antonio Jácome.

Nos trasladamos ahora al extremo oriental de La Cruz, al primeramente denominado sitio, luego paraje, más tarde partido y aldea y finalmente municipio de San Pedro.

En 1871 San Pedro aun no contaba con cura propio según lo encontró este cronista en la ciudad de Santa Marta en su Archivo Histórico Eclesiástico de la Antigua Provincia de Santa Marta. Sin embargo, la parroquia de San Pedro ya existe en 1887.

Sobre el vecindario de San Pedro diremos lo siguiente: en 1808 aparece una hacienda ubicada en el sitio del mismo nombre, de propiedad de Javier Ordóñez, de la jurisdicción de la ciudad de Ocaña.

En 1857 se habla del distrito de San Pedro, aunque contradictoriamente se menciona como fecha de fundación el año de 1859 por obra del bogotano Gregorio Silva y del cucutillano Juan Moncada.

Entretanto, a La Cruz la agobiaba la sequía, padecimiento que se extiende por muchos años. No se habían percatado los cruceños de que los suelos buenos y fértiles estaban dentro de sus propios linderos. Surgió entonces entre ellos el ímpetu de exploradores, de colonizadores y creadores de riquezas partiendo de la naturaleza virgen y de las exuberantes capas vegetales que se hallaban, trasmontando El Tarra, La Urama, Paramillo y Malabrigo, en las espesuras de las hoy veredas el Alto del Pozo, La Curva, San Juan, Aguablanca, San Miguel, El Alto, El Carmen, La Provincia y Filo Seco, insisto, en aquel tiempo sin salirse de sus lindes municipales. Allí no penetraba el Sol. La penumbra se confundía con el boscaje. El eco imitaba el menor sonido; por el húmedo sendero no se podía gritar a las mulas, ni sus amos podían entonar salomas, nadie osaba disparar una escopeta porque cualquiera de esas manifestaciones humanas desataba la furia de los cielos en tormentas de relámpagos, truenos y lluvia incontenibles. Allí pululaban los monos cotudos, las palomas montaraces conocidas como suiras de hermoso canto, tigrillos, el llamado cóndor de Las Indias, guartinajas y dantas, variedad de mariposas, papagayos y diversidad de hermosos y peregrinos pájaros, plantas y flores exóticas, y corpulentos árboles de alturas inalcanzables.

De La Cruz marchó un contingente de exploradores encabezado por Benjamín Torrado Pérez (mi bisabuelo, hermano del general Mateo, cuya foto quiero entregar hoy al museo). Pues bien: don Benjamín, en las postrimerías del siglo XIX era propietario de un fundo en que hoy se sitúa el Centro de Salud – en donde levantó su vivienda - la plaza, la iglesia y la casa cural, espacios en los cuales plantó un hermoso cañaduzal.

Avanzada la colonización el contorno se fue poblando de apellidos abreguenses y ocañeros como Arenas, Arteaga, Álvarez, Arias, Arévalo, Bayona, Clavijo, García, Gerardino, Jácome, López, Ortiz, Osorio, Peñaranda, Pérez, Quintero, Rolón, Sánchez, Soto, Trigos, Vaca y Vergel.

Por ello no dudo en afirmar que Ábrego es pueblo fundador de pueblos, entre ellos, de primero, Bucarasica y también con un buen aporte, Villacaro.

Por la misma capital provincial llegaron ya entrado el siglo XX los sirio- libaneses - tales como los señores Cesar Chaya, Luis Hellal, Pablo Saab Saidar y José Aljure – y descendientes de otros extranjeros como Antonio Stabilitto, Luis Forgioni, Manuel J. Troconis, Fausto Morelli, los Roca Niz, etc.

Los dueños de fincas fueron edificando en unos cuantos metros planos sus moradas, de manera caprichosa. La mayoría fueron edificadas encima de plataformas sostenidas por zancos lanzados sobre los solares faldudos. El caserío se levantó sobre un remedo de meseta de poco más de un kilómetro de largo y 100 metros de ancho.
En un principio se denominó El Playón, porque tal se llamaba una finca de un señor Suescún localizada en el extremo sur del poblado. El nombre le fue cambiado poco después por el de La Florida, acatando la insinuación de los señores García y Escalante dueños de otro fundo así bautizado, oriundos del municipio de Floridablanca, y llegados a los nuevos dominios por los años 1920.

En las primeras décadas del siglo XX se da el flujo de pobladores provenientes de Boyacá y de los vecinos municipios de Gramalote y Sardinata, luego de Cucutilla y Arboledas, y por último de Lourdes. Y se concluye el ciclo de población con gentes de nuevo de Ábrego.
En 1893 la aglomeración humana justifica la erección de una capilla. El sacerdote samario Samuel Polo andaba por esas cordilleras levantando ermitas ayudado por el maestro albañil Antonio Santander. El 24 de abril de dicho año aquella capilla de paredes de bahareque y techo de palma se estrenó con un bautizo en que actuaron como padrinos Benjamín Torrado Pérez y su esposa Evarista Sánchez. “Este es el primer acto religioso consignado por escrito en la crónica de Bucarasica, y la primera manifestación de existencia de la aldea”. Ningún otro documento supera a este en antigüedad en los albores de Bucarasica.

El hoy Siervo de Dios, el fraile capuchino español Francisco María Simón y Ródenas, obispo de Santa Marta, fundador de la parroquia de San Agustín de esta ciudad de Ocaña en 1907, fue también el padre de la parroquia de La Florida por decreto del 8 de diciembre de 1908, refrendado por decreto del 25 de enero de 1909 para que empezara a regir el 31 del mismo mes. La parroquia de La Florida, puesta bajo la protección de la Virgen del Carmen, se segregaba de la de San Pedro y se componía de las secciones conocidas como La Florida y La Victoria.

La primera modesta iglesia fue dotada de finos vasos sagrados; la convocación a la plegaria la hacían dos potentes campanas elaboradas una en Ocaña y otra en Francia expresamente para aquel lugar. Más tarde, las imágenes de San Antonio, de la Virgen del Carmen y del Sagrado Corazón de Jesús fueron traídas de Barcelona, España. Y como en la conocida canción de la Custodia de Badillo, Bucarasica también tuvo una lujosa custodia que era su orgullo y que desapareció misteriosamente un 31 de diciembre, como desaparecieron las coronas de la Virgen del Carmen y del Niño, labradas en oro y adornadas con ricas piedras.

Volviendo a la génesis de la iglesia local, extrañamente, creemos que debido a que Sardinata, subalterna de la diócesis de Pamplona, había logrado del presidente Rafael Reyes a instancias de su amigo el padre Raimundo Ordóñez, que el corregimiento La Florida, perteneciente al municipio de San Pedro, le fuera anexado, el obispo Simón y Ródenas accedió a un curioso trueque que le propuso el obispo de Pamplona Evaristo Blanco, el cambio de tres comunidades por una, las de La Florida, La Victoria y Las Mercedes, por Cáchira, que ingresaría a la diócesis de Santa Marta. Así, se dijo en la estipulación, las competencias civil y eclesiástica quedaban unificadas en la provincia de Cúcuta. Hemos creído que obró prudentemente el santo prelado al no haber aceptado el cambio a perpetuidad sino por cinco años.

Los florideños ni se dieron cuenta de ese nocivo negocio, esto es, que de 1911 a 1916, al menos en las letras de un convenio casi secreto, pertenecían a la diócesis de Pamplona, pero sí sintieron duramente, y por ello hubo fuerte rechazo, su anexión forzada a Sardinata. La Florida, en cuanto comprendía la fracción de La Victoria, lindaba con Venezuela, y por el norte con La Cruz y Aspasica.

No hay que olvidar que de San Pedro – o Villacaro – dependió La Florida en lo espiritual y en lo político administrativo durante más de medio siglo. Empero, ya existían independientes desde 1908 las dos iglesias locales, mas continuaba vivo el cordón umbilical en este último aspecto. La Florida no era más que un apéndice de San Pedro, como corregimiento, como lo había sido Cáchira hasta 1911.

En 1938, los empleados oficiales, algunos comerciantes acaudalados y otros ciudadanos de algún liderazgo, miembros del Partido Liberal de La Florida, ejercían un dominio incuestionable sobre la población, mientras que en la cabecera municipal ya llamada Villacaro, el Conservatismo se resistía a ser avasallado. Los mentados señores de La Florida manejaban excelentes relaciones con la Asamblea Departamental de mayoría liberal.

Un viejo sueño se alimentaba en La Florida: la de erigirse en municipio, aspiración a la que naturalmente se oponía Villacaro.

La coyuntura del predominio del Liberalismo en la Asamblea fue aprovechada por los seguidores de La Florida para proponer la creación del municipio, propuesta que fue secundada por el mandatario seccional de la misma colectividad Miguel Durán Durán.

Previamente se había convenido un pacto de no agresión entre conservadores y liberales del municipio de Villacaro, firmado a nombre del Conservatismo por el doctor Lucio Pabón Núñez. La Ordenanza No. 51 del 30 de junio de 1938 se consideró como una trasgresión al pacto de caballeros. En la mentada Ordenanza se metió un “mico” – animalito que a golpes de jurisprudencia que exige la unidad de materia casi se ha eliminado pero que aún de vez en cuando salta en alguna normativa – mico que se asoma en el encabezamiento que se supone anuncia el contenido del estatuto y que dice: “Ordenanza No. 51, por la cual se establece en Cúcuta la Feria Exposición Agropecuaria Trienal, se dan unas autorizaciones y se dictan otras disposiciones”. En esa última frase “y se dicta otras disposiciones” colaron el mico.

En el artículo 19 quedó registrada la partida de nacimiento del municipio de Bucarasica. Es de este tenor:

De conformidad con la documentación presentada y por haber sido llenadas las exigencias legales, trasládase la cabecera del Municipio de Villa Caro del lugar que hoy ocupa a la población de La Florida, que en adelante se nombrará Bucarasica.

El municipio de Villa Caro se denominará igualmente Bucarasica.

Estamparon su firma en el “publíquese y ejecútese” el gobernador Miguel Durán Durán, su Secretario de Hacienda Jorge Soto Olarte y el Director de Educación Pública, Alejo Amaya Villamil. ¡Ahí fue Troya! Villacaro se levantó como un solo hombre para denunciar el atropello. ¡Villacaro hubiera soportado su destrucción material antes que el deshonor de esa humillación! exclamaron.

La ordenanza fue atacada. Una comisión de la Asamblea compuesta por Lucio Pabón Núñez y Ernesto Lamus Girón visitó las dos poblaciones con el propósito de estudiar cuál satisfacía los requisitos para ser cabecera municipal. En el informe del 29 de mayo de 1939 concluyeron que la motivación de la ordenanza no era otra que la de castigar a Villacaro por su conservatismo y de liberalizar a Bucarasica. Del poblado de Bucarasica precisaron los comisionados que no tenía sino unas 70 casas, todas pajizas, y que topográficamente no podía contener más casas. Como la ley 49 de 1931 en su artículo 1º establece que para ser cabecera municipal una población debe tener no menos de 150 casas, se destaca claramente que Bucarasica no puede ser cabecera municipal.

También el Tribunal Contencioso se trasladó a Bucarasica, derivando de la visita la anulación de la ordenanza. Ni el informe adverso de la Comisión de la Asamblea ni el fallo anulatorio detuvieron a la administración departamental en su empecinamiento por complacer a los portaestandartes suyos en Bucarasica. Adujo el abogado del Departamento que la ordenanza estaba apelada. Villacaro no cesó de luchar y así llevó el pleito hasta el Consejo de Estado. Este alto tribunal confirmó la providencia impugnada.

Entre artilugios jurídicos y jugadas políticas la cabecera del municipio iba de un sitio a otro.

Una década tardó el pugilato. Ambas partes insistían en la justedad de sus demandas. El diputado Mario Esteban Aparicio, que había simpatizado con la causa de Bucarasica, le expresó a la delegación compuesta por mi padre Leoncio Clavijo Suescún y su primo Francisco Stabilitto Suescún encargados del lobby, ante el argumento de éstos que de privar a Bucarasica de la cabecera, se vertería sangre de hermanos, el doctor Aparicio les respondió que nada podía hacer sino solo esperar que cayera el primer villacarense o el primer bucarasiquense para que la Asamblea se pronunciara de una vez por todas sobre el asunto. Sucedió que a los pocos días, justamente en los confines de las dos comarcas, por la vereda de Filo Seco, un par de campesinos sostuvieron un combate a machete por discrepancias de linderos, y uno de ellos perdió la vida. Este hecho fue explotado hábilmente por los dos comisionados que en volandas acudieron a la Asamblea a informar del desastre, que ellos atribuyeron al conflicto por la cabecera municipal. El argumento fue convincente: no permitamos que estos dos nobles pueblos se exterminen, y démosle a cada uno la cabecera municipal, adujeron los asambleístas. Era una solución salomónica. Por Ordenanza No. 9 de 1948 la Asamblea del Departamento segregó del municipio de Bucarasica el corregimiento de San Pedro o Villacaro y lo erigió en municipio. El gobernador del momento tuvo el acierto de nombrar como primer alcalde del municipio llamado primeramente San Pedro del Norte y finalmente Villacaro, al doctor Lucio Pabón Núñez, su hijo adoptivo.

Bucarasica, uno de los municipios más pequeños del departamento Norte de Santander en población pues apenas llega a los 3.958 habitantes, con un presupuesto para el año 2008 de tres mil millones de pesos, con una extensión de 267 kilómetros cuadrados, a una altura de 1125 metros sobre el nivel del mar, de donde genera un delicioso mosaico de pisos térmicos, se asemeja a un microcosmos en donde se puede estudiar el trasegar de la provincia y del departamento durante 114 años, la convulsión de las ideas políticas de la Nación en ese mismo lapso, y en donde, como en cualquier lugar recóndito o destacado del planeta, han aflorado los hechos más nobles y altruistas a la par que los más tristes y lamentables. En su pequeño centro urbano y en sus cortijos también se han reproducido las historias asombrosas de Macondo. En 1925 un sacerdote maldijo al más apuesto de sus feligreses así: “Te partirán el corazón”. En efecto, a los pocos días, en una trifulca, dos hermanos que eran perseguidos por los gendarmes para hacerlos presos, dispararon por encima de su hombro, yendo a perforar una de las balas el chaleco de don Claudio Arteaga – el hombre enemistado con el cura, Norberto Montes – justo en el corazón. En otra ocasión, un vendaval levantó como una brizna de hierba el techo de una vivienda campesina y llevó por el aire una viga de donde colgaba una hamaca con una criaturita para depositarla entre dos árboles. Otro levita, también de estos contornos, en un día de ánimas, no vaciló en sacar la pistola del bolsillo de la sotana y volver también ánima a un marrano que había cruzado los alambres del camposanto cuando él entonaba los responsos.

Las proezas se sucedieron allí, emulando la fortaleza, la fe y el empuje de los primeros colonizadores, como cuando un grupo de vecinos con solo un buldózer trazó y abrió la carretera por entre peligrosas escarpas en un tramo de 15 kilómetros, siendo la única vía de entrada y salida y que une al poblado con La Sanjuana y el resto del departamento. A monseñor José Francisco Rodríguez Bucarasica le debe el haber ingresado a los beneficios del modernismo técnico.

Ese ha sido y es, a grandes trazos, Bucarasica, situado, como lo expresó con un hermoso símil nuestro magno poeta Eduardo Cote Lamus, cerca de las estrellas.

Por muchos años ajena a los embates que sacudían a otras latitudes del país, últimamente ha caído en el abismo de todos aquellos demonios que no se ocupan sino de destruir y dilacerar, pero todo ello no le quita el ser una preciosa gema oculta en la Cordillera de los Andes Orientales, un municipio privilegiado por la feracidad de sus suelos y de su plácido clima. Pero nada más opulento como la esencia bondadosa de sus gentes.

La ocañeridad de otros tiempos se perdió pues los descendientes de abreguenses como nosotros, de Ocaña y otros pueblos cercanos, ya no existen por allí. Quizá por ello en el parque 29 de mayo de esta ciudad no flamea la bandera de Bucarasica.

Invito a ustedes cordialmente a escudriñar de mi mano la historia de Bucarasica en esta obra Cerca de las estrellas, con toda atención. Les agradezco que me hagan ese honor, así como sus consejos y sus observaciones si a ello hubiere lugar.

Y doy infinitas gracias a ustedes, honorables miembros de la benemérita y sabia Academia de Historia de Ocaña, por la distinción que me han concedido al aceptarme como uno de los suyos. Procuraré estar a la altura de la responsabilidad que el ser miembro de este augusto claustro significa, estoy a su disponibilidad en las tareas que se me quieran encomendar, entregando lo mejor de mis modestas habilidades. Invoco al Todopoderoso para que me asista con sus luces, con su inspiración y su sostén en la práctica y expansión de los valores que han hecho grande a nuestra Provincia.

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Ocaña, 14 de diciembre de 2007.


[1] “Reto al recuerdo”- Editorial Ecoe, Bogotá, marzo de 1987, páginas 69 a 71.

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Posesión como miembro de la Academia de Historia de Norte de Santander, Cúcuta, 17 diciembre 2007

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LANZAMIENTO LIBRO "CERCA DE LAS ESTRELLAS"

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