lunes, 3 de noviembre de 2008

Gaceta Historica No. 134 - Academia de Historica de Norte de Santander



DISCURSO DE POSESION COMO MIEMBRO CORRESPONDIENTE DE LA ACADEMIA DE HISTORIA DEL NORTE DE SANTANDER


¡Qué suma de misterios es el hombre! ¡Qué contornos impredecibles tiene su alma, cual los pliegues de la Cordillera Andina en donde se anidaron la mayoría de nuestros pueblos! El alma se eleva, desciende, a veces se nivela, se arrebata en ocasiones, gime otras, se regocija en instantes que vuelan. ¡Cómo se sublima por momentos y cómo parece abjurar en otros de su misión divina para postrarse en lo más profundo de los abismos!

Y Dios va tejiendo la historia con materiales insospechados, en sitios jamás soñados como este de Bucarasica, con acontecimientos cuyo significado aún no podemos descifrar, y cuyo propósito constituye también un arcano. De todas formas, Dios no obra imprudentemente, a ciegas, y si permite que los hombres actúen, sus obras están marcadas con caracteres de fuego de eternidad y enderezadas al bien. Sí, de eternidad, lo que pareciera paradójico ante la realidad de lo efímero de nuestra existencia y de nuestras agitaciones en este mundo.

¡Pero qué grande es el hombre! ¡Qué heroicos los padres fundadores! ¡Qué herencia aleccionadora nos dejaron! Digo yo allí en mi sencillo trabajo que titulé Cerca de las estrellas que su legado de servicio es inestimable. Vinieron a servir. Por supuesto que buscaron su progreso y bienestar personal, pero a qué costo. En contraste, hoy sus descendientes podemos elegir el sitio de labor, y con mayor énfasis, el de descanso, según la estación del año, la altura de la ciudad o del paraje, la comodidad que nos brinde, el tipo de transporte a nuestra entera satisfacción, el alojamiento, en fin, somos exigentes en las minucias, porque ¡ojalá! podamos esquivar el sudor, o los estremecimientos del frío, las arenas del mar o los pedriscos en las riberas de los ríos. ¡Cómo nos volvimos flojos, muelles, desidiosos! Nos quejamos los citadinos de cualquier inconveniente, pero es aún más paradójico oír a un campesino quejarse luego de un viaje bien acomodado en un autobús, sin cargar ningún bulto. ¡Ah! Nuestros padres fundadores no tuvieron todo eso, y pese a ello no escatimaron ningún esfuerzo, ningún sacrificio. Es preciso reproducir mentalmente cuanto implicaba emprender la marcha desde Ábrego, a pie o a lomo de mula, empleando jornadas de días.

En esta campaña han de nombrarse tanto las gentes de Ábrego, entre ellos mis venerados antepasados, que abandonaron su solar nativo, atravesando La Urama, Malabrigo, La Arenosa y El Alto del Pozo, y se aposentaron en lo que son hoy La Curva, Las Indias, La Aguablanca, La Sanjuana y La Victoria, y bajaron de aquella montaña hasta los claros de bosque que se les antojaron más planos en donde construyeron sus casas, como han de nombrarse igualmente los trashumantes de otros pueblos, que confluyeron con los cruceños en el mismo sitio para poblar lo que constituyó el primitivo La Florida. Y en la lista de servidores ha de recordarse con devoción al obispo Fray Francisco María Simón y Ródenas el que le dio el aliento definitivo a la parroquia de La Florida, separándola de la parroquia de San Pedro, mediante el decreto del 8 de diciembre de 1908 con vigencia a partir del 31 de enero de 1909; los sacerdotes pioneros; los maestros de obra y albañiles que construyeron las primeras casas de paja; los curas que edificaron el magnífico templo ya perdido, presbíteros José María Jaramillo, Eliécer Villamizar Rondón y José Francisco Rodríguez Salazar; aquellos que procuraron la creación del municipio; quien llevó el cinema –el inolvidable monseñor José Francisco Rodríguez -; los que se comprometieron a terminar su aislamiento secular y comunicar a Bucarasica por la única vía posible, la carretera desde La Sanjuana; los que soñaron con un colegio y lograron cristalizar su sueño; los políticos que le dieron la mano a esta parcela electoral como los doctores Lucio Pabón Núñez, Argelino Durán Quintero, Carlos Pérez Escalante, David Haddad Salcedo, Eduardo Cote Lamus y Luis Vicente Serrano Silva; los ilustres obispos de Ocaña Rafael Sarmiento Peralta e Ignacio Gómez Aristizábal.

Bucarasica, uno de los municipios más pequeños del departamento Norte de Santander en población pues apenas llega a los 3.958 habitantes, con un presupuesto para el año 2008 de tres mil millones de pesos, una extensión de 267 kilómetros cuadrados, a 95 kilómetros de Cúcuta y 135 kilómetros de Ocaña, situado a 1125 metros sobre el nivel del mar, de donde genera un delicioso mosaico de pisos térmicos, se asemeja a un microcosmos en donde se puede estudiar el trasegar de la provincia y del departamento durante 114 años, la convulsión de las ideas políticas de la Nación durante ese mismo lapso, y en donde, como en cualquier lugar oscuro o destacado del planeta, han aflorado los hechos más nobles y altruistas a la par que los más tristes y deplorables. En su pequeño centro urbano y en sus cortijos también han tenido lugar las historias asombrosas de Macondo.

Bucarasica, pueblo de contrastes, en que un grupo político, en la cúspide del sectarismo, profana su templo, ataca a bala al cura párroco y da muerte a su hermano y a otro feligrés del mismo bando por favorecer presuntamente a los adversarios. En que un alcalde dicta un decreto de honores por el deceso de la dueña del único restaurante del pueblo. En que un gamonal de un partido asesina a un rival, arma la fiesta, lanza cohetones y morteros de alegría, pero antes de 24 horas tiene que suspender los festejos porque en represalia le acaban de matar a su hijo. En que un mendigo se alimenta de colgajos de piel y de sal de las mesas del sacrificio en el matadero. En que un cura de aquella aldea llamada entonces La Florida profiere una maldición, “te partirán el corazón”, y cae abatido don Claudio Arteaga, justamente de un disparo hecho sin tino, en la mitad del corazón. En que un poeta de la patria, en una visita como gobernador, al término de la larga subida contempla el cielo estrellado y cree ver entre los celajes brillantísimos perdido a Bucarasica. En que un sacerdote, ardiendo en celo sagrado por la casa del Señor saca de allí a los borrachos impertinentes a formidables trompadas. En que una avalancha sepulta a una madre y a su hijo y es difícil separarlos para darles sepultura. En donde se lució la minifalda sin pretensiones de moda antes que en cualquier otro lugar de Colombia. En donde la casa en el aire del canto vallenato es una realidad. En donde se paseó por las veredas enseñando aquel Simón Bolívar oriundo de Ábrego. En donde una broma al salir de la misa de aguinaldos de la vereda Balcones propició la puñalada en la columna vertebral que pese a lo esperado no paralizó a un policía y en vindicta él mismo descargó un poderoso tiro de fusil por la espalda al agresor que cayó entre el cafetal de un solar. En donde virtualmente hubo un banco particular si así puede llamarse el sistema de vales con circulación en el poblado que expedía un próspero y bonachón hacendado; si alguien quería convertir en dinero efectivo el documento no tenía sino que presentarlo a su girador, don Pacho Pérez, como también podía llevarlo a las carnicerías o a las tiendas para adquirir sus abarrotes. En donde el santo obispo fundador permutó tres pueblos La Florida, La Victoria y Las Mercedes – que constituían una sola parroquia, por uno, Cáchira, al obispo de Pamplona. En que el presidente del quinquenio, el general Rafael Reyes, de quien dijo el poeta Valencia que sólo tuvo los defectos de sus cualidades, redujo por decreto a Bucarasica, todo por complacer a su amigo de las horas de la guerra el padre Raymundo Ordóñez. Cuna de atletas, de dirigentes sindicales de alto vuelo, de sacerdotes, magistrados y compositores de himnos de instituciones nacionales.

Los montes de lo que sería Bucarasica estaban comprendidos dentro de la jurisdicción de la ciudad de Ocaña desde su fundación el 14 de diciembre de 1570. En 1810 en que se traza con una clinea de fique y con 125 varas de castilla el poblado de La Cruz, tales montes continúan inhóspitos. La imaginación popular los pobló de unos nativos a los que llamó indios búcaros, mas no ha pasado de ser una leyenda, si miramos que no existe ningún registro de alguna tribu búcara, y que ni siquiera la palabra búcaro se menciona en documento alguno.

De 1880 en adelante ya empiezan a aparecer propiedades agrícolas con registro en la oficina correspondiente de Ocaña. Advirtamos sin embargo que a la aldea de San Pedro, llamada luego Villacaro, se le llama distrito en 1857 pero se data la fundación de la población en 1859 por el bogotano Gregorio Silva y el cucutillano Juan Moncada. En 1874, ya por decreto se deslinda el distrito de San Pedro del de La Cruz. En 1889 eclesiástica y civilmente los contornos de los futuros Bucarasica, Las Mercedes y La Victoria dependen de San Pedro que ya se ha desmembrado definitivamente de la parroquia de La Cruz.

Las montañas de Bucarasica se van llenando de colonos, y familias de determinada casta ocupan las veredas. Por lo general, ningún dueño de fundo se queda sin levantar una vivienda en lo que sería el centro urbano. En 1893 ya la población es suficiente para erigir una capilla. El lunes 24 de abril de dicho año se celebra el primer acto religioso, el bautismo del niño Pedro María Granados. Esta fecha se puede considerar la fecha fundacional, dado que no se encuentra ningún otro documento anterior a éste. El caserío se llama La Florida; venía de llamarse El Playón.

En noviembre de 1909 ya la capilla está dotada con bellos vasos sagrados, ornamentos y dos campanas, elaborada una en Francia y en otra en Ocaña, encargadas justamente para el lugar. Más tarde se traerían de Barcelona, España, las imágenes de San Antonio, la Virgen del Carmen y del Sagrado Corazón de Jesús. Posteriormente en el altar luciría una custodia fina incrustada de piedras preciosas que desaparecería misteriosamente un 31 de diciembre.

La sujeción al municipio de San Pedro se extendió propiamente desde que este tuvo tal categoría, en 1877, si es que ya había habitantes en los contornos de Bucarasica, hasta 1938, esto es, por 61 años, pero sí es lo cierto que en 1886 existían posesiones de campo conocidas por nombres determinados, El Playón, La Florida, El Presidio, El Balcón, Bajiales, que había que referirlas al municipio de San Pedro.

La creación del municipio de Bucarasica constituye un capítulo especial de nuestra picaresca política. En los años 30 del siglo pasado, el Liberalismo, dueño del poder, se había hecho fuerte en el corregimiento de La Florida. Entretanto, en Villacaro el Conservatismo se aglutinaba monolíticamente, y gozaba de los privilegios de ser la sede municipal. En 1938 el acariciado anhelo de convertir a La Florida en municipio encontró el ambiente apropiado al dominar la Asamblea Departamental el Partido Liberal y al contar los adalides de La Florida con amigos en la duma. La comisión encargada de visitar a los dos poblados para constatar las condiciones logísticas exigidas para dilucidar cuál debería ostentar la dignidad de municipio, compuesta por los doctores Lucio Pabón Núñez y Ernesto Lamus Girón, concluyó que La Florida carecía de todos los requisitos mientras Villacaro los cumplía a satisfacción, y que detrás de todo se escondía el ánimo de privilegiar a aquella por su adhesión al Liberalismo y de castigar a éste por su decidido Conservatismo.

Para agilizar este compendio diremos que contra viento y marea se creó el municipio de Bucarasica mediante Ordenanza No. 51 del 30 de junio de 1938 y Villacaro quedó como su corregimiento. Hubo demandas, apelaciones, y por algún tiempo Villacaro volvió a su primitiva condición. En esos ires y venires, que coparon toda una década, ocurrieron amenazas, acusaciones y enemistades entre los dos pueblos, pero también situaciones graciosas como la siguiente: Villacaro había ganado el juicio ante el Tribunal Contencioso Administrativo; se avecinaban unas elecciones, por lo que la cabecera municipal necesitaba los soportes documentales, papelería, sellos y demás implementos logísticos que se guardaban en Bucarasica. Escogieron los villacarenses al famoso Sorrocuco, cuyo verdadero nombre era José María Ortiz – un buen amigo que gracias a Dios por ahí anda en estas calles con más de 80 años a cuestas - para que viajara a inventariar y levantar todo aquello. En Bucarasica funcionaban dos teléfonos, uno en la alcaldía y otro en la calle del Palomar. Pues bien: los graciosos citaron al joven al teléfono del Palomar para que respondiera una supuesta llamada de Villacaro. Corrió Sorrocuco y puesto al aparato le comunicaron que Villacaro acababa de perder el pleito, por lo que debía regresarse pronto y dejar la parafernalia allí. Luego de una extenuante jornada pasando por la Aguablanca y Sanjuán, llegó el enviado a su pueblo con las manos vacías. ¡Pobre José María! Fue objeto de una severa reprimenda que concluyó con esta moraleja: ¡So pendejo, lo engañaron en Bucarasica!

También es donairoso el episodio que permitió zanjar la disputa entre las dos comunidades. El diputado Mario Esteban Aparicio simpatizaba con Bucarasica en su aspiración. Despachó a la Comisión encargada de hacer el lobby, compuesta por mi padre Leoncio Clavijo Suescún y su primo Francisco Stabilitto Suescún, ante la advertencia de éstos de la posibilidad de choques con derramamiento de sangre, diciéndoles que no veía tan grave la situación, pero que al primer villacarense o bucarasiquense que cayera por ese motivo, ya la Asamblea tomaría cartas en el asunto. Los comisionados se marcharon desanimados, mas casualmente a los pocos días se presentó un duelo a machete entre dos campesinos de la vereda Filo Seco, en límites con Villacaro, con saldo de un muerto. Prontamente los comisionados regresaron a Cúcuta a informar del desastre, el que atribuyeron a la disputa por la cabecera municipal. La Asamblea se preocupó por el cariz que estaban tomando las cosas, y es así que se apresuró a emitir el 25 de noviembre de 1948 la Ordenanza No. 9 por la cual creaba el municipio de San Pedro del Norte, segregado del municipio de Bucarasica. En virtud a que el nombre no fue acogido, un mes más tarde le dio el de Villacaro. El gobernador acertó al nombrar al doctor Lucio Pabón Núñez, su hijo adoptivo, como el primer alcalde. Bucarasica y Villacaro volvieron a ser los pueblos hermanos de siempre, y por supuesto quedaron satisfechos por la solución salomónica de la Asamblea Departamental.

Otros sucesos de la vida civil, religiosa, social, cultural y económica de este pueblo de la antigua provincia de Ocaña están puntualizados a lo largo de los 25 capítulos que componen Cerca de las estrellas.

Confieso modestamente que este no es un libro de historia, técnicamente no lo es, sino más bien un anecdotario matizado de apoyos de verdaderos historiadores y estudiosos, y una que otra alusión festiva a personajes y acontecimientos del paraje que de todos modos ilustran el sustrato bucarasiquense.

Solamente ha sido mi pretensión desbrozar el camino para que otros escruten no solo la génesis y evolución de Bucarasica con trabajos más especializados, sino de otros pueblos del departamento, en bien de nuestra cultura, del renacer y fortalecimiento de nuestros valores y del engrandecimiento de cada patria chica cuya suma hará la grandeza de la patria.

Señores académicos:

Ustedes, verdaderos estudiosos de la historia, me han honrado al invitarme a compartir su mesa. Exalto esa deferencia suya, esa comprensión y benevolencia que agradezco desde el fondo del alma. Son escasas mis palabras para expresarle mi reconocimiento a cada uno, pero debo destacar a la Comisión designada para rendir el Informe sobre mi trabajo de ingreso, los doctores Fernando Vega Pérez y Pablo Emilio Ramírez Calderón, que me distinguieron con la lectura del libro y al expresar su concepto favorable para mi aceptación como miembro correspondiente de la Academia, concepto lleno de generosos epítetos.

Procuraré estar a la altura de los deberes que me incumben en adelante como escudriñador de los acontecimientos del hombre, y presto a cumplir las encomiendas que redunden en beneficio y loor de la benemérita Academia del Norte de Santander a la cual ingreso hoy. Dios ha de asistirme con sus luces y mensajes para que llene a cabalidad mis responsabilidades. Y que El los asista también a ustedes y nos bendiga a todos.

En esta faena me han secundado con cariño, nobleza, luces y paciencia mi esposa, mis hijos, mi familia en general, y multitud de personas que se han interesado en la elaboración y publicación de la obra. Principalmente la colonia de la provincia de Ocaña me ha rodeado asiduamente, y las gentes de Bucarasica con su expectativa por conocer la obra. A todos mis agradecimientos por ese acompañamiento y apoyo.

Muchas gracias.

Orlando Clavijo Torrado





















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