CRONIQUILLA
UNA COLA SABROSA
Orlando Clavijo Torrado
Las colas hay que disfrutarlas, no hay duda. Como sean: largas, torcidas, apretadas. Y aunque parezca un contrasentido, las colas se respetan. De no saberlas aprovechar cuanto se pueda, el desespero y el estrés lo dominan a uno y necesariamente llega cargado de ira cuando por fin esté frente a la señorita. (A todas las damas de las ventanillas se las trata, sin variar, de señoritas).
Dado a que ya aprendí la técnica de controlar mis nervios en las colas, en la última que hice en estos días gocé oyéndole la lengua – que a veces le jalaba – a un caballero ya pensionado, quien según su historia relatada a los cuatro vientos, trabajó en Salud Departamental.
Como en un momento me nombró como su tío y en broma le respondí que no tenía sobrinos ni tan viejos ni tan feos, el tipo encontró ocasión para hablar de los cambios en las costumbres. “Usted tiene razón - aceptó moviendo la cabeza - , ya se me pegó la manía de llamar tío a todo el mundo. ¡Ni que estuviéramos en España! ¡Qué costumbre tan horrible! ¿Y qué le parece como le dice la mamá a la hija hoy en día: mami? Y ahora la mujer llama al marido bebé, así sea un kingkong – un mazorcón, le acoté yo - . Si uno le pregunta a una vieja por el tipo con el que anda contesta que es el novio, y ya la ha barrigoneado tres veces. ¡No, ese no es ningún novio, es el mozo! ¿Por qué no llaman las cosas por su nombre?”
En algún momento comenté que seguíamos dominados por la madre patria pues para la muestra estaba que nos ponían las tarifas telefónicas que se les antojaban y no había nadie que impidiera sus atropellos. El interlocutor me apoyó en un ciento por ciento y mi comentario le dio pie para embestir contra la corona española. “No entiendo, empezó, cómo un príncipe de ese rango, lo más alto de lo más alto, se busca una mujer que ha sido más recorrida que un circo, plebeya, baja, en lugar de buscar una princesita virgencita, así de pura – aquí el hombre se chupaba los dedos - . Es como si un gobernador o un alcalde fueran a conseguir esposa en el Tierrero, al lado de la Terminal. ¿Y qué tal el presidente de Francia, de los más poderosos del mundo, que puede escoger la hembra que quiera, empatándose con una cabaretera, ah?”
Yo le expliqué que las monarquías se estaban extinguiendo y ya no había princesas disponibles. En cuanto al presidente francés preferí no opinar. El señor me reviró: “Pero por más que sea. Yo que soy un llevado, estrato uno, no busco una puta para casarme”.
El simpático reclamante acaparó la atención de todos. Cual un mono que salta de rama en rama, de un tema iba sin pasar saliva a otro, de la salud a la educación, de ésta a la política, por ahí derecho al gobierno, cuestionó a los paramilitares, analizó los paros, como consecuencia sacó a bailar a la guerrilla y a los indígenas que pretenden tumbar a Uribe, y ya comenzaba a despotricar contra la administración municipal por el estado vergonzoso de las vías, cuando me tocó el turno y abandoné la cola.
Reafirmo mi concepto del principio: las colas se pueden convertir en un deleite ya que en ellas se oyen cosas insospechadas, se conocen caracteres, e incluso se aprende si uno está atento a tomar nota.
Confieso que nunca le había sacado tanto gusto a una cola. A pesar de lo chiquita, de apenas quince minutos.
orlandoclavijot@hotmail.com
Cúcuta, 23 de octubre de 2008.
jueves, 23 de octubre de 2008
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