SE CREE EL OBISPO
Por Orlando Clavijo Torrado
Monseñor Rafael Sarmiento Peralta, el primer obispo de la diócesis de Ocaña, reunía una serie de condiciones especiales que lo hacían resaltar en cualquier ambiente, valga decir primeramente su estampa física de hombre atractivo, de considerable altura, cuerpo atlético, tez blanca, porte natural imponente, modales distinguidos, voz pausada y agradable, en fin, el tipo de varón por el que las mujeres botan la baba, como de hecho ocurría. A ello se agregaba una inteligencia superior que le permitió hacerse a un gran dominio cultural. Pero Dios le había dado también mucha mansedumbre, mucha sencillez y simpatía. Quizá debido a ello sucedió el episodio que narraré enseguida, que es fama que protagonizó él, pero sin establecerse si son bromas cariñosas de la gente – “acumulaciones” las llamaba mi madre – o acontecimientos reales, mas sea lo que fuere, el episodio se acomoda perfectamente a su temperamento jovial y descomplicado.
Se contaba que un campesino de alguna vereda un tanto lejana de Ocaña llegó al palacio episcopal – en ese tiempo se decía palacio y no casa episcopal como hoy -, en busca de un sacerdote para que fuera a confesar a su mamá que se encontraba gravemente enferma. No se encontraba en el palacio ningún presbítero, de modo que el hortelano fue atendido directamente por el jerarca. Monseñor Sarmiento se ofreció a cumplir la solicitud del rústico hombre, el que poco entendía de jerarquías y títulos, y acorde con esa ignorancia del protocolo le advirtió: “Padre, tendremos que ir en carro hasta determinado sitio y de ahí en adelante toca subir una cuesta a pie”.
El prelado no se amilanó y marchó con el labriego. Culminaron la carretera y tomaron la senda empinada, el obispo adelante y su feligrés siguiéndolo. A poco de ir trepando, el jornalero sacó de la mochila un litro, le quitó con los dientes la tapa consistente en una tusa, y le ofreció a su excelencia para que bebiera. Éste no se hizo de rogar y se aplicó una buchada. Pasada una media hora el aldeano repitió el brindis, al que el obispo tampoco se rehusó ya que la caminata se alargaba, el Sol castigaba fuertemente y el cansancio agotaba ya sus fuerzas.
Pocos minutos después el labrador lo invitó: “Padre, métase otro trago porque todavía nos falta un buen trecho para llegar”. Entonces monseñor Sarmiento le contestó con suma cortesía: “Gracias, hijo, pero no puedo seguir tomando porque acuérdese que yo soy el obispo de Ocaña”.
La respuesta del campesino es para enmarcar: “¡Qué tal este! Apenas se toma dos tragos de “bolegancho” y ya se cree el obispo de Ocaña!”
orlandoclavijot@hotmail.com
Cúcuta, 16 de agosto de 2007.
viernes, 3 de octubre de 2008
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- Cúcuta, Norte de Santander, Colombia
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