domingo, 22 de abril de 2012

PARA EL SEMANARIO “LA PROVINCIA DE OCAÑA” EL MATONEO Orlando Clavijo Torrado Toda la vida ha existido lo que ahora se llama el “matoneo” o violencia o acoso escolar. Siempre hay en el colegio el alumno que se cree con derecho a hostigar a los demás, a arrebatarles sus loncheras o sus lápices, apoyado en que es más alto, más acuerpado, o simplemente más listo. Sus víctimas son reconocidas: el tímido de la clase, el pequeño, el flacuchento, el intelectual o nerd. Este problema nunca había merecido atención y solo en la actualidad se han emprendido campañas tendentes a desterrarlo, acudiendo a manifestaciones públicas, conferencias de especialistas y charlas con los estudiantes para concientizarlos de que todo se puede resolver con el diálogo y la tolerancia. Ello me parece excelente. Los de mi generación no tuvimos ni asomo de comprensión por parte de padres y maestros cuando debíamos afrontar a un encaramador de esos. Uno, reinaba el lema de los progenitores, particularmente para los varones, de “defiéndase como pueda que para eso es hombre” y, dos, cómo vencer la prevención de ir a poner la queja ante los profesores porque de saber el matón que el mártir andaba en esas, los epítetos de nena o llorón no se los rebajaba. Aclarando que el ejemplo que voy a presentar no se debe imitar, pues los métodos modernos son de un todo los aconsejables para contrarrestar el matoneo, únicamente quiero significar cómo nos tocaba en el pasado solucionar embrollos semejantes. Se trata de mi experiencia en el Seminario Menor del Dulce Nombre de Ocaña. Entre los juegos que practicábamos había uno fuerte llamado “guerra” en que dos grupos, anotados en un papel para hacer el seguimiento, trataban de eliminarse tirándose una bola maciza de caucho; quien no agarrara en la mano la pelota que el contendor le lanzaba con toda su fuerza y permitiera que le tocara otra parte del cuerpo, quedaba muerto y excluido del combate; un pelotazo por lo general dejaba moretones; de recibirse el golpe en el estómago, el derrumbamiento en estado de asfixia era seguro; ahí quedaba el chico en el piso retorciéndose del dolor. Otra variedad, pero no en contiendas de bandos sino en son de broma, consistía en utilizar unas pelotas inmensas de material más suave pero igualmente contundentes. Pues bien: ocurrió que cierto compañero me tomó ojeriza, sin razón alguna, a pesar de que virtualmente nos preparábamos para ser santos sacerdotes. El sujetico ese se confabulaba con otro malandro, éste se hacía junto a mí sin que yo lo advirtiera, y cuando aquel lo llamaba para que saliera a recibir el pelotazo, se quitaba, de modo que el pobre Orlandito era el aporreado inmisericordemente. Mi victimario era espigado y yo un enano a su lado; aunque no era robusto sí tenía más carnes que las mías; y como posaba de bravo, por mi natural pacífico, no me arriesgaba a desafiarlo. Ya me había dado cuenta que los impactos con la pelota pequeña o con el balonzote no eran casuales sino intencionales. En términos de la provincia, me la tenía chocheca. Esto, reflexioné, tengo que zanjarlo de una vez por todas, de modo que no obstante mis desventajas, no sé de dónde saqué coraje en aquel momento en que estando distraído sentí el testarazo en un costado, y como un resorte salté sobre él y le apliqué tal trompada que en seguida le brotó un chichón, muy bonito por cierto. Nuestros educadores vinieron de inmediato; al herido lo llevaron a la cocina en donde las muchachas le adobaron las hinchadas sienes con sal y tajadas de papa cruda, y a mi me citaron ante el prefecto de disciplina; éste me regañó a su gusto y al final me habló del perdón incluso para los que nos daban pelotazos; ¡cómo no! ¡ya voy Toño!, le contestaba yo para mis adentros. ¡Santo remedio! El ofensor, luego de aquel percance, me buscó para que hiciéramos las paces. Hoy, transcurridos tantos años, somos colegas en la profesión, compañeros en la Academia de Historia del Norte de Santander, amigos de verdad, aunque alguna vez me recordó en broma: me debe una. Apenas me sonreí. A éste - pensé - ¿acaso le quedó gustando que le moldeara aquel precioso turupe en nuestra época de infancia? orlandoclavijotorrado.blogspot.com 20 de abril de 2012

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Cúcuta, Norte de Santander, Colombia
Casa-Museo General Francisco de Paula Santander - Villa del Rosario

CERCA DE LAS ESTRELLAS

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50 años del Diario La Opinión

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cena en el Club del Comercio - 15 de Junio de 2010 - Columnistas

Museo Antón García de Bonilla

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Orlando Clavijo Torrado y Luís Eduardo Páez García junto a la foto del General Mateo Torrado, tío bisabuelo del primero, quien la donó. Don Justiniano J. Páez, abuelo del doctor Luis Eduardo, en su obra histórica al referirse a la guerra de los Mil Días, da fiel cuenta de las acciones del General Torrado en la contienda, en virtud a haber actuado como su secretario.

Museo Antón García de Bonilla

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Hermanos Clavijo Torrado, Orlando, Nora, Edilia y Olga. Julio de 2010, Ocaña - Junto a la bandera con la imagen del Libertador Simón Bolívar bordada por señoras de Ocaña al conmemorarse el primer centenario de la independencia (1910).

EN EL AGUA DE LA VIRGEN

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Orlando Clavijo Torrado, sus hijos, nietos y primos.

CERCA DE LAS ESTRELLAS

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NI TAN CERCA DE LAS ESTRELLAS - Gustavo Gómez Ardila

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COLUMNA DEL 2 DE JUNIO DE 2009 - DIARIO LA OPINION

MONOGRAFIA DE BUCARASICA - Olger García Velásquez

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COLUMNA DEL 2 DE JUNIO DE 2009 - DIARIO LA OPINION

Posesión como miembro de la Academia de Historia de Norte de Santander, Cúcuta, 17 diciembre 2007

Posesión como miembro de la Academia de Historia de Norte de Santander, Cúcuta, 17 diciembre 2007
Con sus hijos, de izquierda a derecha Cesar Octavio, Jaime Mauricio, Silvia Andrea y Orlando Alexander Clavijo Cáceres

LANZAMIENTO LIBRO "CERCA DE LAS ESTRELLAS"

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29 DE MAYO DE 2009. CÚCUTA.

En la Academia de Historia de Norte de Santander

En la Academia de Historia de Norte de Santander
Padre Edwin Avendaño, José Antonio Toloza (Q.E.P.D), Secretario de la Academia, y Orlando Clavijo Torrado